Opinión Nacional

Maduro o la política postchavista de “vivir la vida loca”

La manía ambulatoria que, desde que asumió la presidencia hace casi 4 meses, ataca de manera furiosa a Maduro, podría ser diagnosticada a partir de diversos síntomas, pero yo prefiero detenerme en su condición de presidente hereditario, de aquel empleado que, lejos de hacer méritos para ganarse el cargo, le cayó simpático, simpatiquísimo, al jefe, quien se retiró y lo nombró dueño del equipo, cuarto bate y novio de la madrina.

“Lo que poco nos cuesta, hagámoslo fiesta” reza un dicho popular, y la verdad es que contar ya 16 salidas del país en apenas 108 días de gobierno, en flotas de hasta 3 aviones, con invitados que pueden pasar de 50, alojado en hoteles 5 estrellas, y entregado al lujo y al “savoir-vivre” en que ha devenido la política global, pienso yo que está más cerca de la “rumba eterna” que de la “revolución permanente”.

Y no digo que Chávez, el antecesor y legatario de Maduro, no fuera el inventor de tan “sacrificada” y “dura” forma de gobernar, pero creo que, por lo menos, hay que reconocerle que tuvo el cuidado de asignarle un propósito, una justificación, como era propagar la buena nueva de la revolución, e iniciar un reparto indiscriminado de bienes nacionales (petróleo, petrodólares, refinerías, oleoductos, termo e hidroeléctricas, carreteras, urbanizaciones, compra de bonos basura) a todo vivián que le dijera que estaba con el proceso y dispuesto a inscribirse en una cruzada, o “Madre de todas las Batallas”, para acabar con el capitalismo, el imperialismo y los Estados Unidos.

En otras palabras que, impulsó la política de redistribución de la riqueza nacional pero a escala continental y global, echándose encima las llamadas “Metas del Milenio” de la ONU, y por tanto, recibido con aplausos, aclamaciones y jolgorios por cuanto presidente vago de este y otros continentes quisiera hacer realidad la letra de aquel éxito de Ricky Martin que se llamó: “Livin’ la vida loca”.

Y aquí concluyo que Maduro, sin bienes nacionales ni de otro tipo que repartir porque el país está en bancarrota, y, lo que es más, sin una buena nueva que predicar porque la revolución está vieja, definitivamente vieja, pues se ha dedicado a la “rumba viajera” por la “rumba misma”, por el disfrute de esa explosión de colores, sonidos, sabores y olores que resulta siempre de deambular por hoteles, palacios, castillos, y tiendas en el desierto y bajo la luz de la luna, donde los poderosos de la tierra reciben siempre a otros poderosos.

Y esperan que el visitante, si está solvente con ellos, les preste, o si moroso, les pague.

“Nunquam prandium liberum” era un adagio que los antiguos romanos -siempre tan pragmáticos -aplicaban a diversas circunstancias de su vida cotidiana, pero sobre todo a las económicas, y que, caído del cielo entre los economistas que entre los 50, 60 y 70 resucitaban el neoliberalismo en la Universidad de Chicago, fue traducida como “There Ain’t No Such As Free Lunch” (“No existe el almuerzo gratis” en español) y, desde entonces, no creo que pase un día sin que sea citada en centros académicos de todo el mundo.

“No existe el almuerzo gratis” y su predicado y consecuencias deberían ser tomados muy en cuenta por estos presidentes petroleros y socialistas, fanáticos de “Vivir la vida loca” y que se la pasan firmando acuerdos después de suculentos almuerzos o cenas rociados de “Vega Sicilia”, o “Chateau Lafite Rothschild”, entre degustaciones de escoceses de edades medio centenarias, y menús donde no escasean el caviar Besugo, corderos de la Patagonia, costillas de cabras piamontesas, y algún que otro faisán relleno de trufas y foie gras.

 

Y después, mientras le avisan al presidente que los aviones ya tienen los motores prendidos para emprender su nuevo destino, firma cuanto acuerdo le colocan al alcance de su pluma con la cara de un comensal pasado de tragos, y que solo piensa en las glorias que lo esperan en la próxima estación.

No son esas las reflexiones de los presidentes “aliados” tan dispendiosos en banquetes y acuerdos, sino las de unos Jefes de Estado responsables con las finanzas de sus países, a quienes no dejarán de repicarles en los oídos el proverbio romano, tan celebrado por Milton Friedman: “Nunquam pradium liberum”.

Por eso, solícitos y con sonrisas complacientes, siguen los más mínimos detalles de la firma de aquellos papeles, que una vez, rubricados se complementan con protocolos para que los pagos sean cabal y puntualmente cancelados.

De ahí que, las visitas de Chávez y Maduro a estos países “hermanos y aliados”, o las que realizan sus presidentes al muestro, tengan que ver con estos atrasos, con facturas que debían cancelarse y se bypasearon, pero no para los cancerberos brasileños, uruguayos y argentinos, que si se aprendieron un verbo en sus relaciones con los botarates petroleros y socialistas venezolanos, es el de “cobrar”.

Cartilla a la que solo escapa un solo país, la República de Cuba, pero es porque en su derecho de país colonizador de Venezuela, no fía, sino que vende de contado.

 

En este orden, la presencia de Maduro en Cuba, como antes sucedía con la de Chávez, siempre será una fiesta, pues se trata de uno de estos extraños nuevos ricos que en vez de dirigir la riqueza que les ha caído del cielo gastando o invirtiendo en las tierras que les han sido tan generosas, la dilapidan afuera, en el extranjero, donde solo pueden verlos como desequilibrados y desarraigados.

Nativos de un país de donde llegan exclusivamente noticias negativas, como las batallas campales que suceden en los abastos, mercados y supermercados entre consumidores por un pollo, un paquete de harina pan o un rollo de papel toalet.

 

O también los cortes de energía eléctrica que llaman apagones, que no se aplacan sino que se incrementan y hablan de una sociedad con su suministro de electricidad en fase terminal y que solo se recuperará con una inversión de 20 mil millones de dólares, que no se tienen.

O de las cifras que diariamente cobra la inseguridad personal en las calles de toda Venezuela, que en los 108 días del gobierno de Maduro, pasa de los 4200 muertos.

 

“La situación de Venezuela bajo su conducción, compañero Nicolás, es inmejorable” dice Raúl Castro con su voz ronca, pero clara, en el banquete de bienvenida que da en el Palacio de la Revolución, al hombre que, junto con Chávez, considera “nuestro otro hermano Castro”. “Usted ha sabido recibir con mano firme las riendas que, por una decisión inescrutable del destino, puso bajo su mando el inolvidable comandante en Jefe, Hugo Chávez. Y podrá el imperialismo yanqui, y sus lacayos criollos, inventarle atentados, boicoteos, calumnias, infamias, pero lo que no podrán es que su voluntad de llevar el barco de la revolución a puerto seguro, le tiemble un instante”.

Palabras que Maduro no se anima a responder cansado como está de 5 días de encuentros, fiestas y desfiles patrios en Venezuela, del viaje de 4 horas Caracas-La Habana y del de 7 horas que todavía no sabe si emprenderá a Brasilia, antes del amanecer, para reunirse con Dilma Roussseff, porque no se lo han confirmado, caso ante el cual tendrá que buscarse un nuevo destino.

“No está buena la situación de la compañera, Dilma” le comenta Raúl mientras lo acompaña al hotel a recoger unos regalos que debe recoger personalmente de babalaos cubanos. “No está buena y la visita del Santo Padre, Francisco, podría ayudarla, pero no mucho”.

 

“Dígame camarada Raúl” espabila Maduro que se cae del sueño “Dígame qué consejos le llevó en su nombre, porque a mi no me cree ni el Credo”

“Cosas muy sencillas, Nicolás, muy sencillas. Las mismas que le dijimos a Chávez después que ganó las elecciones del 98. La primera, es convocar a una constituyente donde salga garantizada una mayoría de diputados radicales del Partido Trabalhista. La segunda, hacer una nueva constitución donde resulte barrida la independencia de los poderes, poniendo especial énfasis en el control de los poderes electoral y judicial. Tercero, estatizar Petrobras y limpiarla de personal que no sea de confianza del trabalhismo y no importa cuantos gerentes, técnicos y trabajadores se vayan. Cuarto: Purgar las Fuerzas Armadas. Quinto: Aprobar una Ley Mordaza como la de ustedes y el camarada Correa para que los medios, con sus dueños y periodistas entiendan que él no está con el gobierno, corre el riesgo de desaparecer de la profesión y del país”.

“Excelente” dice Maduro “pero tengo mucho sueño como para recordar algo y lo mejor sería que me lo mandarás por correo electrónico, el de la computadora ”.

“Te lo envío” dice el hombre de la voz de bajo. “Pero acuérdate que la Ley Mordaza, es muy importante, porque promueve la autocensura. Y también de la automatización de las elecciones, porque con un CNE de tu parte y con unas buenas máquinas Smartmatic, no se pierden nunca elecciones. Pero tu sabes de eso más que yo”.

Pero Maduro no lo oye, ansioso como está de llegar al hotel, recibir los regalos, tomar el Air Bus y emprender de nuevo el vuelo.

“She will wear you out

Livin’ la vida loca”

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