Maduro no aprendió a manejar el autobús de la antihomofobia
Truculencia que, no solo es extraña a la tradición electoral venezolana, sino a la propia cultura nacional, tan ajena a descalificar a los hombres públicos porque se identifiquen con tales o cuales preferencias sexuales.
Y no quiero significar con ello que, siendo parte del continente donde se acuñó para el mundo el vocablo “machista” y nacieron los hombres de pelo en pecho y las mujeres con la pata quebrada y en sus casas, seamos un oasis de tolerancia donde los militantes de las redes LGBTI (Lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersexuales) comparten los mismos derechos y mismo trato que los llamados “ciudadanos normales”, sino uno donde, desde que me conozco, amistarse, compartir, celebrar y enorgullecerse de los panas de sexo diverso y converso, no es una novedad.
Sobre todo, creo que somos una sociedad que se ha unido con más rapidez de la esperada a las tendencias globales que conducen a que, una minoría milenariamente oprimida por los prejuicios morales, culturales, ideológicos y religiosos, alce ahora, definitivamente, la frente, se le reconozca su dignidad, se acepte su decisión de vivir en parejas, casarse, formar un hogar, una familia, integrándose a todas las actividades humanas y divinas que les corresponde como hijos de Dios.
No quiero, a este respecto, perder la oportunidad de hacer un reconocimiento a una precursora, y decidida heroína de estas luchas en Venezuela y el continente, a la abogada, Tamara Adrián, que, bien desde los medios, o desde sus cátedras en la UCAB, la UCV y la UNIMET gasta una década en una batalla sin cuartel porque los venezolanos cuenten con el status legal que les garantice asumir el sexo de su preferencia.
Pero con Tamara, podría citar a decenas, veintenas, centenas de activistas por los derechos de los LGBTI, ya sea editando publicaciones, promoviendo exposiciones, y organizando marchas y participaciones en disímiles actividades, tanto dentro, como fuera del país.
Claro, todo desde la perspectiva de lo que puede hacer la sociedad civil, porque en lo que atañe a las iniciativas gubernamentales, no cabe sino acusar un déficit enorme, decididamente machista y en la vía contraria a lo sucedido en Argentina, Uruguay, Colombia y México, países en los cuales, se han discutido y aprobado leyes para hacer realidad, si no todas, sí reivindicaciones muy importantes, como pueden ser el matrimonio entre personas del mismo sexo, así como las garantías que se les deben para llevar una vida “dentro de lo normal”.
Pero es que, hasta un país que durante la última cincuenta de años fue considerado como una suerte de residuo de la “Alta Edad Media” en materia de derechos de los homosexuales, como la Cuba comunista, ha experimentado cambios importantes en cuanto al tema, según se ha visto en la emergencia de un movimiento como el CENESEX (Centro Nacional de Educación Sexual), que dirige la sexóloga, Mariela Castro, hija del presidente, Raúl Castro, quien ha llevado a cabo una lucha sin retroceso porque se le reconozcan los derechos a los homosexuales y cese el maltrato y la persecución que durante medio siglo los convirtió casi que en seres de otra especie, de otro planeta.
“Hace cinco décadas, y a causa de la homofobia, se marginó a los homosexuales en Cuba y a muchos se les envió a campos de trabajo militar-agrícola, acusándolos de contrarrevolucionarios”, le recordó en una entrevista del 31 de agosto del 2010 al expresidente, Fidel Castro, la periodista, Carmen Lira Saade, del diario “La Jornada” de México. Y el todavía hombre fuerte le respondió:
-Sí, fueron momentos de una gran injusticia, ¡una gran injusticia! -repitió enfático-, la haya hecho, quien la haya hecho. Sí, la hicimos nosotros, nosotros… Estoy tratando de delimitar mi responsabilidad en todo eso porque, desde luego, personalmente, yo no tengo ese tipo de prejuicios.
Confesión que asombró al mundo porque corroboraba la tantas veces denunciada, y muchas más veces negada represión antihomosexual en la Cuba de los hermanos Castro (y una de cuyas voces más notables y trágicas fue la del escritor, Reynaldo Arenas), pero que tuvo el efecto de fortalecer la lucha por los derechos de los LGBTI en Cuba y suavizar la pelambre siempre machista y siempre homofóbica de la retroizquierda a nivel global, la que se identifica con Marx, el comunismo, Stalin, Mao, el castrismo y el chavismo, la cual, desde ese momento, comenzó a comprometerse en las luchas que se libran en el mundo por la igualdad entre los sexos que no involucran solo a lo masculino y lo femenino.
Aires, fuegos, nubes, huracanes que sacuden al globo, a los continentes, menos en una República que desde tiempo reciente se llama “Bolivariana de Venezuela” y fue gobernada hasta el 6 de marzo pasado por un caudillo o rey que se hacía llamar el “Redentor de los Pobres” y “Liberador de la Humanidad, y que al morir, dejó su cetro o báculo a un sucesor que…¿quién lo iba a creer?…llegó con todas las ganas de ajustar cuentas con los avances que se habían realizado en el país para que los ciudadanos decidan militar en la causa del sexo que les apetece.
Se llama Nicolás Maduro, y ya recorre el mundo, porque ha hecho retroceder el lenguaje, los gestos, los modos y los códigos de la política a los tiempos de la Inquisición, la Inglaterra Victoriana o la España franquista.
Lo cierto es que este señor Maduro, símbolo al parecer del chavismo sin Chávez, o del post chavismo, que es candidato en las elecciones presidenciales que se realizarán el próximo 14 de abril, y presidente encargado, la ha tomado por revelarse como un homófobo de tomo y lomo, y todo porque el candidato de la oposición, Henrique Capriles Radonski, no le luce todo lo macho que debe ser, si es que aspira a la Primera Magistratura, y debe conducir a los venezolanos a otro mundo que no sea el la intolerancia, la discriminación de género y la “limpieza sexual”.
“La onda expansiva del rebuzno homófobo, frecuente en la América Latina machista” escribía el 28 de marzo pasado en El País, el periodista y bloguero, José de Jesús Aznárez “alcanzó la precampaña electoral venezolana con la retrógrada jactancia del candidato oficial a la presidencia, Nicolás Maduro, que presumió de machote y contrapuso una hombría de bragueta con la supuesta homosexualidad del contendiente de la oposición, Henrique Capriles. El abanderado chavista sublimó la heterosexualidad con la rotundidad de un decreto ley. Fue muy aplaudido: “Yo si tengo mujer, ¿Oyeron? Me gustan las mujeres. Y aquí la tengo”, dijo durante su inscripción como candidato a la presidencia. Acto seguido besó a su esposa, y le acarició el pelo con teatral deleite. “Beso, beso, beso”, les pedía la multitud”.
Sin embargo, con todo lo grave que pudo ser la denuncia de Aznárez, no se piense que fue producto de un momento de emoción o de inspiración incontrolada, sino que, para sorpresa de todos quienes lo oímos ese mediodía perturbador, se trató más bien de una suerte de tendencia arraigada en la estructura política del candidato y presidente, pues, desde entonces, no ha pasado un solo día sin que, en mitines y declaraciones, Maduro no descalifique a Capriles como a una suerte de homosexual vergonzante, mientras él se autocalifica como un macho de pelo en pecho y de los que les gustan las mujeres.
En otra palabras: que buen legado el que nos dejó el líder de un movimiento político que, según sus seguidores, vino al mundo a liberar a los pobres de la opresión, las injusticias y la desigualdad, a ofrecerle a la humanidad el camino para escapar a milenios de explotación, y marchar hacia un amanecer donde los buenos y los desposeídos pasaran a ser de verdad la “sal de la tierra”.
Pero eso sí, sin gays, lesbianas, bisexuales, trans e intersexuales, pues el socialismo, según Maduro, es un paraíso donde los machos viven tras la hembras que solo deben existir para follar y procrear,
Ni más ni menos que lo que pensaba Hitler.