Maduro necesita tiempo
Tiempo, más tiempo, pide Maduro. Tiempo para que lo conozcan, tiempo para ganarse a los chavistas radicales y tibios, tiempo para tornarse la reencarnación de Chávez, tiempo para volverse un buen candidato, y, cuando convenga, convocar de sopetón las elecciones. Mientras tanto, la Constitución servirá de hoja de parra para tapar vergüenzas políticas.
El chavismo tiró la casa por la ventana para ganar el 7 de octubre y el 16 de diciembre, agotó las reservas, los sobornos. Ya no quedan muebles ni dólares, sólo sobrevive la herencia emocional que deja Chávez. Se intenta pintar un retrato de una oposición necrofílica que se alegra de la muerte de un ser humano para justificar alguna forma de represión.
Se gastó demasiado en 2012, no hay con qué comprar un resultado electoral en 2013. No la tiene fácil Nicolás, porque si ocurriera la desaparición de Chávez se precipitarían las elecciones, le conviene que su agonía se alargue y le faltan las armas que le dieron la victoria al PSUV: Chávez y dinero y más dinero. Por todo esto quizá a Maduro le convenga radicalizarse y hasta prefiera postergar el pago de la deuda externa que vence en 2013.
Tan pronto haya una fecha para las elecciones tendrá que gastar lo que se tiene y lo que no se tiene. Como siempre.
Los herederos de Chávez administran un carisma, una herencia emocional de rendimientos decrecientes, que se desvanecerá igual que el respeto a la última voluntad de un testamento si al elector lo agobia el desbarajuste económico. El tú eres Chávez, esa curiosa reminiscencia de Lusinchi es como tú, refuerza ese vínculo sentimental con un hombre que vive un trance extremo, las postrimerías de la vida.
A largo plazo, si los dejamos, se creará un aparato de poder semejante al del PRI que escogía sus presidentes a dedo, los tapaditos, y se evitaba el canibalismo que le costó la vida a varios dirigentes revolucionarios. El PRI organizaba fraudes electorales contra el PAN; al PSUV no le faltarán las ganas de hacerlo, repito, si los dejamos. En las próximas elecciones el aparato del Estado, el verdadero partido revolucionario, se movilizará para convertir la lucha electoral en una confrontación atrozmente desventajosa para la oposición.
El PSUV aspira a ser un peronismo con petróleo y sin un ejército que le haga la vida imposible, como ocurría en Argentina. El PSUV controla 20 gobernaciones y la mayoría de las alcaldías. La Mesa de la Unidad no enfrenta a un movimiento político, sino a un aparato estatal con un respaldo internacional que abarca desde Humala y Santos a Correa y Dilma Rousseff. No es fácil, porque el PSUV cuenta con la emoción que despierta ahora el patético final de Chávez.
La vía democrática no excluye posiciones enérgicas frente a la sucesión de arbitrariedades que se pretenden imponer, salir a la calle, encabezar la lucha social del pueblo. Con cualquier pretexto se inhabilitará, o enviara al exilio, a cualquier figura de la oposición, con la bendición bochornosa del sistema judicial.
El panorama es delicado, y sin abandonar la vía democrática llega la hora de responder a la arbitrariedad: la manifestación anunciada el 23 de enero representa una prueba de fuerza para la oposición, una prueba de que la MUD además de ser una alianza electoral sabe tomar la calle, con la contundencia de las marchas de 2002 organizadas por Carlos Ortega y Pedro Carmona, pero con la finalidad clara de que se celebren elecciones, ya.