Lucas 6, 27-38
Frecuentemente, los sermones pronunciados en la Iglesia de San Francisco inquietan. Tenemos la impresión de una cuidadosa preparación, coherencia, profundidad y sentimiento de la reflexión sacerdotal en el templo caraqueño, que también ha de ser demanda y desafío de y para la feligresía.
El domingo próximo pasado, por cierto, aniversario de aquello que se dio por llamar “Viernes Negro”, el Padre Roberto Martialay superó las interrupciones de un mendigo alcoholizado, para referirse a un contundente pasaje de San Lucas. E invocó los ejemplos históricos de (Mahatma Karamchand) Gandhi, Martin Lutero King, Konrad Adenauer y Nelson Mandela, quienes supieron responder a los muy dramáticos odios, a los más vergonzosos rencores, a la insistente predisposición destructiva, sin recurrir a la vasta empresa del revanchismo.
Martialay, sacerdote al que solamente hemos leído y del cual sabemos de sus diligentes esfuerzos en cárceles y hospitales, indicó que – palabras más, palabras menos – el poner la otra mejilla es un símbolo, pues se trata de empeñarse en la prédica, ofrecer los actos y argumentos que puedan convertir al otro y a los otros, dispuestos a la edificación de otra realidad. Y, al regresar a casa, recordé aquello de Paulo VI (no se combate el mal con otro mal), pero me angustió más que, ante las circunstancias que vive hoy Venezuela, no tengamos otro horizonte que un futuro e interminable afán revanchista.
Peor aún, que el revanchismo sea por defecto, más que por exceso. Vale decir, guiado por la ciega violencia de nuestras orfandades, derrotados y resignados frente a aquéllos que puedan construir un impecable discurso de legitimación en el que quepan todos los oportunistas, ubicados por siempre en la zona de tránsito de toda crisis que toma vuelo.
Entendemos y rechazamos firmemente los hechos acaecidos por todos estos años, matando de hambre a la población, literalmente agrediendo a quienes osen organizar apenas una palabra y un gesto de protesta, bajo el espeso polvo y gas de la demagogia oficial. No obstante, sin que ello signifique faltar a la justicia, ilusionarse con una futura razzia de los muy culpables y de los muy inocentes titulares y seguidores del actual poder establecido, tendrá por única promesa otras que –tarde o temprano- nos alcanzarán, excedidos en nombre de quién sabe qué cosa.
Ocurrió que los líderes políticos y espirituales citados por Martialay, fueron insignes portadores y pedagogos de los valores y principios que esperaban realizarse y ansiaban tener cabida en este mundo concreto. De una hondura y de una trascendencia indudables, pudieron orientar a sus pueblos por el camino de una mayor concordia y elevación de propósitos: no obstante, tememos por la Venezuela opositora que, huérfana de ideales, resistente al cambio genuino que ahora sufre de las falsificaciones oficialistas, no tenga nada qué decir, qué argumentar y qué testimoniar cuando toque a nuestras puertas la transición democrática y, por defecto, se complazca en el revanchismo anunciado ya por sus no pocas autoflagelaciones.
Creemos en el pluralismo político y, obviamente, religioso, comprendiendo las condiciones impuestas por la apodada postmodernidad, aunque tememos que el país atado apasionadamente a los masivos festejos de carnaval, en la antesala de los no menos ardorosos y masivos festejos (sic) de la Semana Santa devenida – a lo sumo – práctica de una fe anómica, resuma vivamente nuestras carencias y dificultades. No se trata de esgrimir credencial alguna como creyentes (pues, no hay fe sin crisis), sino de advertir – sobre todo, frente a los que hacen de los sacramentos un jolgorio, celebran bodas y bautizos, a la vez que aceptan la reencarnación, por citar un ejemplo- que de nada sirven los golpes de pecho ante el régimen y de muy poco esperar que se haga escombros, para –entonces y sólo entonces- dar rienda suelta a los odios propios e inducidos.
Construir otro porvenir, significa adquirir una mejor consistencia, descubriéndonos como personas humanas en comunidad. Creyentes y no creyentes, urgimos de los valores y principios que permitan acceder a una nueva sociedad, pues –de lo contrario- no quedará siquiera el aprendizaje de todos estos años.
NOES Y SIES
No tardaron los funcionarios metropolitanos en avisar que podemos –ahora, sí- pasear y disfrutar del boulevard de Sabana Grande, como no ocurría antes. Con una hábil manipulación de la memoria colectiva, la cual cada vez es más corta, la mentada revolución ha decretado el libre tránsito de lo que –para despecho del funcionariato bolivariano- antiguamente fue una calle real y –en efectivamente- un boulevard, y sólo desde 1998 se convirtió en un privilegiado depósito de las víctimas de un régimen que tampoco genera empleos.
Olvidamos y –sobre todo- nos hacen olvidar muy pronto, apareciendo borrosas borrosas todas las consultas referendarias de largos ocho años, con el “no” y el “si” que se mezclan y amasan confusamente, al anunciarse la reforma constitucional como otra gesta participativa. Es necesario resumir de nuevos las razones enarboladas antes y ahora por la oposición democrática, frente a la inmensa maquinaria propagandística del gobierno, actualizando también nuestros propósitos ante los más elaborados argumentos de los ideólogos oficiales que, contrapunteando, sin lugar a dudas lo representan William Izarra y Rigoberto Lanz, pues, otros que intentaron serlo –al escribir, como Rodolfo Sanz o Eustoquio Contreras- tienen por dedicación exclusiva la supervivencia práctica en el mar de fondo del oficialismo.