Los paniaguados de Chávez
Una de las reglas no escritas de la política venezolana es tratar de no nombrar a nadie cuando se escribe en la prensa. O, en todo caso, nombrar sólo al Presidente. Así era en los tiempos de la democracia y así es ahora en el régimen militarista de Chávez.
Como si Chávez actuara solo, dejamos de lado al pavoroso elenco que lo acompaña en su tarea de destrucción. Algunos chistes se cuelan sobre las actuaciones de los ministros, pero parece que son repetidos con cierta aquiescencia. Muchos dicen que los funcionarios están motivados por el hambre atrasada y que por esto deben ser tratados con conmiseración.
¿Dónde estarían, por ejemplo, Rodríguez Chacín, Nicolás Maduro, Cilia Flores, Clodosbaldo Russián, Luisa Estela Morales, Andrés Izarra, William Lara, si aquí hubiera un régimen más o menos meritocrático para cubrir las plazas que actualmente ocupan?
Bien lo decía hace días Rafael Poleo, con su sarcasmo característico, que los anteriores y la casi totalidad de los diputados (exceptuando unos cinco quizás) deben agradecer a Chávez que los haya sacado del anonimato, que los haya desviado de su carrera de buhoneros (obligados a trabajar en la calle por la desastrosa política económica que impera) para ponerlos en el Hemiciclo a cobrar quince y último sin darle un palo al agua.
Toda esa gente no puede hacer otra cosa que ser obsecuente. Le deben todo a Chávez. Por eso, a pesar de haber tenido la oportunidad de frenar la propuesta inconstitucional e ilegítima de cambiar la Carta Magna venezolana, no lo hicieron. Tuvo que actuar la mayoría del electorado.
Igualmente los gobernadores y los alcaldes le deben a Chávez haber sido elegidos. La gran mayoría proviene de las catacumbas. No de las romanas, sino de los sótanos de la ignorancia o del bagazo de los viejos partidos. Una buena parte proviene también de la baja oficialidad que participó en el golpe chimbo del 4-F de 1992. Si a Chávez no se le hubiese permitido hablar por TV aquel día, ni él ni ninguno de los que lo acompaña estarían hoy donde están.
(No vamos a explayarnos sobre la perversión de una sociedad cuyo mayor medio de información es la TV. Si alguien quiere ahondar en la materia, allí está la obra de Giovanni Sartori sobre la materia, que algún día habrá que discutir a profundidad en Venezuela.)
En su gabinete, en el Parlamento, entre los gobernadores y los alcaldes y hasta entre sus tarifados asesores internacionales (ninguno viene al país sin cobrar pasajes, viáticos y honorarios), no hay quien se le enfrente a Chávez, le discuta sus afiebrados proyectos o le indique lo que puede venir. Algunos hasta se ofenden cuando se les califica de cultos, como ha sido el caso de Calixto Ortega, “el gordito” vapuleado por Poleo hace meses en el programa de TV “Aló, Ciudadano”.
Si es pasmoso el servilismo y la ausencia de autonomía de pensamiento dentro de la clase política chavista, a causa –entre otras- de su nula fuerza política propia, no es menos asombroso lo que sucede entre los intelectuales orgánicos del régimen, con Luis Britto a la cabeza.
Pero lo más triste es que entre quienes nos oponemos al caudillo del siglo XXI también existan imitadores de su estilo. Piratas, ignorantes, llenos de dinero, que quieren eternizarse en el poder. Piensan, como su héroe secreto, que Venezuela se quedó en el siglo XIX y no debe cambiar.
En el supuesto de que alguno de esos dinosaurios volviera al poder, no tardaría mucho tiempo para que su admiración latente al caudillo aflorara y se cambiara –con cualquier excusa-, con todo y la subespecie de adulantes que lo siguen, a las filas del neocomunismo consumista del siglo XXI.