Opinión Nacional

Los límites de la democracia

Sugerirle límites a la democracia como derecho humano integrador y no solo medio o forma de organización del poder político, es, como proposición, un contrasentido. De allí que se hable de la perfectibilidad de la democracia como experiencia de vida en común y se la considere proyecto abierto, intrínsecamente atado al desarrollo de la personalidad humana y a las humanas e inescrutables potencialidades del Ser.

Jean Maritain lo dice con mejor tino al recordarnos que “la democracia es una paradoja y un desafío dirigido a la naturaleza, a esta naturaleza humana, ingrata y herida, cuyas aspiraciones originales y reservas de grandeza, evoca aquella al mismo tiempo”. En su texto “Cristianismo y Democracia”, escrito en el verano de 1942 bajo el fragor de los cañones, ajustó, por consiguiente, que “la filosofía democrática vive del incesante trabajo de invención”.

Al hablar de los límites a la democracia tengo presente, antes bien, que ésta, en su ejercicio como filosofía de la vida humana mal puede negarse a sí misma sin dejar de ser lo que es. Y aquí vale la otra reflexión de Maritain: “La sangre de tantos hombres no ha sido vertida para imponer a todos los pueblos la forma democrática, sino para que prevalezca en todos estos conciencia de la vocación de nuestra especie para realizar en su vida temporal la ley del amor fraternal y la dignidad espiritual de la persona humana, que es el alma de la democracia”.

En otras palabras, la democracia es tal cuando se mira en el espejo del hombre, Ser uno, único e irrepetible, y Ser necesitado vitalmente de los otros.

No por azar, el andamiaje constitucional de la República Federal Alemana se encuentra atado, desde 1949, a un principio inequívoco: “La dignidad del hombre es sagrada y constituye deber de todas las autoridades del Estado su respeto y protección” (Artículo 1.1).

La Carta Democrática Interamericana, sobre sus añejos antecedentes y al enunciar los elementos esenciales de la democracia (derechos humanos, elecciones libres, separación de poderes, pluralidad de partidos, Estado de Derecho) y los componentes fundamentales de su ejercicio (libertad de expresión, transparencia, derechos sociales, entre otros), por su parte y en igual línea arma el rompecabezas de la democracia a partir de una afirmación que explica y justifica los elementos y componentes enunciados: La democracia es derecho humano de los pueblos.

Esta singladura, que a ojos de terceros pudiese pecar de abstracta o poco terrenal, la evoco e invoco muy a propósito para provocar la reflexión necesaria y serena sobre los límites inamovibles de la democracia moral; y también para recordar que en la democracia la justicia de sus fines hace relación estrecha con los medios empleados para su procura. Y de allí su divorcio con los sistemas en donde los fines justifican los medios, hasta los más inhumanos y denigrantes y sus manipulaciones. De modo que, cuando los fines son injustos porque contrarían a la dignidad humana y por ende a la democracia, el uso de medios formalmente o aparentemente justos y legítimos no los remide de su injusticia raizal.

El Dictador, cabe recordarlo, se encuentra empeñado en un proyecto de reforma constitucional que ha dictado y que a la luz de sus predicados normativos se nos revela como un clon vulgarizado de la Constitución comunista cubana de 1976, modificada en 1992. Es un intento criminal para mudar a Venezuela, en contravención de los procedimientos constitucionales, en algo extraño a su historia y a lo que le es propio como Nación, y de espaldas a la soberanía popular originaria.

Lo que es peor, bajo el engaño retórico del Socialismo del Siglo XXI se pretende instalar un modelo social y político que no le hace espacio a la libertad personal, que rechaza la libre iniciativa y hace menguar la propiedad individual, y que le niega al hombre su carácter trascendente, haciéndolo lacayo de la voluntad omnipotente y omnipresente del Estado.

Caben, entonces, las preguntas.

¿Puede acaso una mayoría usar de su eventual peso electoral para negarle a las minorías sus derechos humanos? ¿Puede usarse del voto y del mecanismo electoral, que ha de ser vía de realización personal y no solo instrumento, a objeto de que cada votante decida resignar o no su dignidad y libertades inmanentes? ¿En fin, cabe o es legítimo argüir las exigencias de la democracia para impulsar una elección y participar en ella con el fin de que el pueblo decida si opta o no por la dictadura?

Breves

Otro insulto a la ignorancia. Este viernes, el Dictador – quien ha dictado la reforma constitucional – declaró desde el Táchira que “no le vamos a quitar la propiedad privada a nadie”. A renglón seguido precisó lo siguiente: “Todo lo contrario, vamos a impulsar la propiedad privada en razón social, la tierra es de los productores y nosotros los ayudamos con laboratorios, tecnología, ganado de calidad, genética, riego, crédito, la comercialización”, y paremos de contar. En pocas palabras dice y nos dice, sencillamente, que tendremos propiedad – pero nominal – y él, sin quitárnosla, se encargará de usarla y disfrutarla para la producción social, conforme a las pautas oficiales. ¡Buen negocio! y sin costo alguno. Si expropiase, en buena lid y según las leyes democráticas, tendría que pagar las indemnizaciones respectivas en dinero contante y sonante.

Grave traición a la patria. Son 30 mil los invasores cubanos preparados para la guerra. El jefe de los Comités de Defensa de la Revolución Cubana, Juan José Ravilero, ha confesado que ese es el número de milicianos que se encuentran radicados en nuestro país, con el beneplácito del Dictador. No se trata de los médicos ni de los maestros cubanos, conocidos y que según el Régimen serían 40.000. Los CDR son otra cosa, según el artículo 119 de la Constitución de Cuba. Se ocupan de controlar territorios durante la guerra y en estados de emergencia. ¿Acaso vinieron para masacrar a los venezolanos, con el visto bueno de otro venezolano?


Un boliviariano que amó a Venezuela. El General en Jefe Eleazar López Contreras se ufanaba de proclamar a su Gobierno como bolivariano y aspiraba compartir tal ideario con el Continente. Y por ser bolivariano y argüir que la obra del Libertador fue de libertad y de democracia, rechazó,”por falsas, las ideas marxistas y totalitarias sobre la estructuración funcional del Estado”. Al efecto, ante el Congreso de 1940 dijo sin ambages que “toda tendencia encaminada a la primacía de unas clases sociales sobre otras y a la absorción por parte del Estado de todas las iniciativas individuales, conduce a la ruina y desquiciamiento de los pueblos”. El Ronquito, como le llamaban, fue además lúcido al sostener el peligro del “imperialismo de las ideas”: tiene como efectos “el sojuzgamiento de las conciencias y la servidumbre moral y política de las naciones que caen bajo su influencia”. Al imperialismo económico no le temía tanto y por una razón concluyente: “es efímero – decía – y transitorio, porque si bien son múltiples los factores de orden externo que lo determinan y ponen en movimiento, factores del mismo orden lo neutralizan o destruyen”.

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