Opinión Nacional

Los grandes ausentes

Una cosa está más clara que agua de manantial: este régimen reluce por su
ineptitud e incompetencia, hasta para los asuntos que resultan de
anteojito.

De anteojito está – para tirios y troyanos – que cuando un gobierno va a
presentar un doloroso (%=Link(«http://128.241.247.116/ediciones/2002/02/13/f-en.asp»,»paquetote de medidas»)%)
que van a afectar a
«tutilimundachi», es menester que muestre a la colectividad que hay acuerdo
en la sociedad para enfrentar las dificultades. Que el bebé fue dado a luz
por todos. Cuestión de cómo el medio es el mensaje. Era de anteojito que
en esa alocución presidencial no bastaba con un Jefe de Estado rodeado de sus
acólitos.

Era imprescindible que en la sala, frente a las cámaras estuviesen
todos los representantes de los factores políticos. Por el contrario, la
audiencia destacaba no por los presentes, sino más bien por los grandes
ausentes. No vimos, por ejemplo, al Fiscal General de la República, al
Presidente del Tribunal Supremo de Justicia, a representantes de las
bancadas de oposición, de los partidos políticos no oficialistas y de la
disidencia del chavismo.

No estaban tampoco los gobernadores y alcaldes de la oposición, cuanto menos un par de ellos, ni los Presidentes de la CTV, Fedecámaras, la Asociación Bancaria, Conindustria y Consecomercio. Tampoco el Presidente de Petróleos de Venezuela (ni el entrante ni el saliente), ni representación alguna de las organizaciones de la sociedad civil, ni del cuerpo diplomático, ni de las Iglesias. En una noche tan linda como ésa, estaba tan sólo una parte del país, un pedazo, un trozo. Se jugó una partida de dominó pero faltaban piedras. Yo diría que faltan los dobles, y unas 10
piezas sueltas. Eso no tendría la menos importancia si la alocución se
hubiese debido a informar sobre buenas noticias. Pero cuando de malas nuevas
se trata, cuando es necesario pedir sacrificios y apretadas de cinturón,
cuando se precisa comunicar un mensaje de concordia y unidad, el teatro tiene que estar lleno de todos los que son. Tienen que estar toditos, los
unos y los otros, los zurdos, los diestros y los ambidiestros. Si no, el
mensaje queda chucuto, y quien no está se siente en el derecho y deber de
elevar su voz y obsequiar su más acérrima crítica.

¿Torpeza? ¿Incapacidad? Creo más bien que el régimen exhibe uno de los
peores defectos que pueda haber en un ambiente supuestamente democrático: una notoria incapacidad para la negociación, para el diálogo, para el acuerdo.

Y, más grave aún, le regaló a la oposición (a la buena y también a
la que no sirve ni para hacer caramelos con agua y azúcar) para despotricar
con insensateces, y también para esgrimir argumentos en extremo válidos y
sólidos, tales como lo incompleto del paquete, lo retrasado del anuncio y
los espacios que quedaron pendientes, los versos que no se cantaron. En
efecto, el «paquechávez» vino tarde, a medio cocinar, y dejando por fuera
asuntos de enorme trascendencia. La torta va camino a apelmasarse. Pero puso
en evidencia a un mandatario que no tuvo de otra que caer en formulitas
neoliberales fondomonetaristas, pero todo a medias y a a media luz, pariendo
entre gallos y medianoche. Queda por fuera un serio proceso de reforma
fiscal; una explicación con respecto a los recortes en el gasto público y el
detalle de la inversión productiva (queda la sospecha que se aplica la ley
del embudo, ancho para Miraflores y angosto para los demás); futuro de los
pasivos laborales; decisiones con respecto al situado, previsiones del
dólar, estimaciones con respecto a inflación, y una larga lista de
pormenores que ni tan siquiera fue esbozada.

¿Cómo quedó el país? Como pajarito en rama, más perdido que el hijo de
Lindberg, y sintiendo que va a pasar más trabajo que el perro de El
Fugitivo. Sin entender muy bien cómo es la cosa, pero presintiendo que de
este langanazo no hay manera de salvarse. Entretanto, la prensa se lanza a
entrevistar a todos los economistas que ha parido esta Tierra de Gracia.

Ninguno logra hablar en un lenguaje comprensible para el ciudadano de a pie.

Todos hablan para «sabidos». Dictan cátedra. El error está en que esa
explicación – traducción más bien – no toca a los economistas, sino a los
políticos. Pero no tan sólo para criticar – que para eso sobra gente -sino
para explicarle al «soberano» la clase de va…rilla que nos ha echado el
gobierno.

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