Opinión Nacional

Los estados generales aún gobiernan a Latinoamérica

Los États Généraux [Estados Generales] de la Francia de 1789 que subdividía a los súbditos del rey en tres clases: la primera clase, los clérigos católicos, cuya riqueza y propiedades [las mayores per cápita de toda Francia] estaban libres de impuestos; la segunda clase, era la nobleza, que era dueña de un monopolio que incluía a cualquier puesto de importancia gubernamental, altas oficinas de la iglesia católica, legislaturas del ejército y cualquier designación honorífica pública y semi pública; y la tercera clase—a pesar de estar conformada por la mayoría de la población, era “el perraje” (el pueblo; tanto burgueses, como campesinos), estaba obligado; al igual que el segundo estado, a pagar impuestos—cada uno de esos estados se reunía en su propio parlamento, pero su poder no era real, ya que el poder real [ejecutivo, legislativo y judicial], estaba concentrado absolutamente en las manos del Rey.

En Latinoamérica, casi todos los presidentes se comportan como reyes franceses de antaño, los partidos políticos y la iglesia católica como la nobleza y la iglesia católica francesas de antaño, y el pueblo; tanto clase alta, media o baja, está confinado al tercer estado francés de 1789—el final de los États Généraux lo materializaron la Revolución Francesa y la guillotina, que decapitó hasta a Maximilien François Marie Isidore de Robespierre—mejor conocido como Robespierre a secas—y quien previamente había guillotinado a miles.

¿Hasta cuándo vamos a mantener esta penosa realidad los que habitamos en Latinoamérica al sur del Río Grande—al sur de la frontera—entre los Estados Unidos de América y los Estados Unidos Mexicanos?

Ya han transcurrido 233 años desde la Declaración de Independencia y la aprobación de la Constitución de los Estados Unidos de América, que logró una real y efectiva separación del poder absoluto del rey en tres poderes igualmente autónomos y realmente poderosos; y materializó una nítida separación entre la Iglesia y el Estado—manteniendo la más amplia de las libertades religiosas del mundo, creando una verdadera democracia, donde el progreso y prosperidad de la nación, están realmente en las manos del pueblo—de todos y cada uno de los millones de individuos que lo integran; y esta organización político-social unida a una economía de libre mercado, ha convertido al estado creado por Thomas Jefferson, John Adams y Benjamín Franklin; fuertemente influenciados por los filósofos franceses; Rousseau y Montesquieu, en el líder mundial de casi todas las actividades humanísticas, artísticas y científicas en las que puede involucrarse el ser humano, y logrado que la inmensa mayoría de sus más de 300 millones de habitantes disfrute de niveles de prosperidad y felicidad escasamente hallados en otros países del mundo.

La muy reciente crisis económica, los aún muy nítidamente existentes racismo y xenofobia y los escándalos sexuales y de corrupción política; así como la extendida producción, tráfico y consumo de drogas ilícitas y la mayor tasa per cápita mundial de ciudadanos encarcelados, nos dicen que los Estados Unidos de América, no son el nirvana del mundo—algo que es imposible de lograr en cualquier lugar del mundo, porque simplemente es una fantasía de la mente humana—pero es sin duda el mejor ejemplo político económico a emular, si realmente se aspira a conducir a la humanidad a alcanzar la mayor suma de felicidad posible.

Es una verdadera estupidez continuar escuchando a los extremistas como Fidel Castro—y muchos otros “izquierdistas” de otros continentes y países, así como a los yijadistas islámicos o etarras vascos, sólo para mencionar a un pequeño número de pensadores primitivos—quienes como nos enseñó hace unas cuantas décadas el filósofo español; José Ortega y Gasset, en su libro La Rebelión de las Masas, conducen a sus pueblos a sociedades que se estancan en una alborada perpetua; que nunca llega a ningún mediodía.

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