Opinión Nacional

Los españoles de Catia

Como sucede con algunos venezolanos, a veces me he sentido más cerca de españoles, portugueses e italianos que de algunos habitantes latinoamericanos. También como todos comencé a oír hablar de los españoles con aquellos asuntos respetables del colonialismo y la independencia. Esta nota quizás es una especie de reflexión cariñosa por personas variadas que he conocido y por cosas importantes que están acumuladas en la historia del país. Contrario a otros pienso que la existencia de naciones e individuos nunca deja ni el pasado, ni el presente, ni el futuro.

De niño en el Zulia, en un bello lugar de Ciudad Ojeda, donde llevaba una especie de vida libertaria en contacto con la naturaleza, amigos recordados y una buena maestra, vi una familia de españoles que habitaban cerca de nuestra casa. A la hija, única de ese hogar, siempre le decíamos la españolita. Mi padre, siempre se divertía sanamente describiéndonos la historia de como a ella la había perseguido una babilla. Su progenitor, transportaba cebollas desde Barquisimeto. Cerros de cebollas tenía ese señor en su casa. Por la vida formal de mi hogar, porque mi padre leía periódico y alguna que otra cosa o no se por qué razón, en algunas oportunidades todo el grupo de esa familia se dirigió hacia nuestra casa a conversar cosas entre los mayores, mientras se espantaban mosquitos o se sentía la brisa del lago de Maracaibo separado de las casas por un inmenso e impenetrable manglar que impedía, por su altura, percibir que allí estaba el lago. Nunca los olvido. Siempre que veo cebollas me acuerdo de la disciplina y el orden del padre de la españolita. Sabido es que esto era frecuente en Venezuela en los años cincuenta y sesenta. Pero, cuando vinimos a Caracas, el espectro para mi fue mucho más amplio.

Vivimos varios años en una barriada apacible y decente en Catia donde, de las cosas inolvidables que había, se encontraba un liceo y una escuela nacional. ¡Que inmensas y que inigualables con muchas que después hemos visto! Numerosas familias de españoles vivían por la zona, junto a familias portuguesas que trabajaban en panaderías y bodegas. Pocas cosas –o nada- y tendencias de lo que señalaré existen en la actualidad -e incluso desde hace décadas-, como es harto conocido según la aguda problemática social existente.

Las familias españolas eran muy articuladas con la realidad de la barriada. A nuestro lado vivía una especie de madre española soltera –no se si viuda- con un hijo, de buen proceder ella y muy trabajadora en su actividad de la costura. Cercano un señor, padre de familia, tenía un camión de trabajo en canteras que salía y llegaba puntualmente. Varios de los niños y jóvenes nos subíamos y bajábamos del camión inventando juegos y sin hacerle mella al mismo. Eran muy decentes. También cerca, otra familia de españoles –numerosa y todos ya adultos y muy conversadores-, tenia casas y una bodega bien dispuesta. Y así, tres, cinco, ocho familias más, según el radio de descripción y ubicación que uno quisiera asumir. Dos casos de negocios, recuerdo de manera significativa. Una familia canaria y otro español que le llamaban señor Porras.

El negocio de los canarios era ordenado y limpio. Se conseguían allí de las mejores frutas en que pudiera pensarse. Todo bien acomodado y provocativo. Un poco más costoso que en otros lugares, pero valía la pena acercarse con propósito de compra. La fruta criolla llamada mamón no la he conseguido nunca como allí. Mamones grandes, carnosos y sumamente bondadosos en dulzura.

El negocio del señor Porras parecía traído de otro mundo. Era realmente una pulpería. Este señor tenía una familia muy ordenada y tranquila. En su negocio se conseguían de los mejores productos. Entrar allí era como traspasar la barrera entre lo puro y lo falso. Los huevos rosados, que en aquellos momentos eran novedosos, siempre los tenia grandes y hermosos. El queso, ah!, el queso recién traído de coche, siempre estaba dentro de las solicitudes de compra de mi madre. Comprar allí era un proceso relativamente lento, donde uno no podía apurar a aquel señor, pues no solo su edad y la disciplina que tenia infundían respeto, sino que comprar en su bodega era solo un acto simbólico para poder trasladarse uno al consumo de productos de calidad. Igual sucedía con los granos y otros bienes.

Fueron estas solo algunas de las familias que conocimos o con las cuales tuvimos contacto. Habían otras como las de los portugueses de otras bodegas, significativamente venezolanizados y cuyos descendientes se articulaban demostrativamente con la comunidad. Todo esto como en otros lugares de la capital y del país.

Algunos han pensado con seriedad -aunque no por ello dejando de ser muy polémicos sus planteamientos-, que parte de los problemas de Venezuela derivaron de haberse alterado lo que había construido la colonización. Sería de preguntarse, aun guardando por variadas razones distancia con ese planteamiento, que habría sucedido en la capital si parte de estos procesos señalados en una percepción personal, hubiesen continuado desarrollándose en beneficio de la nación, como incluso mas extensamente que lo señalado se dio en otras barriadas de Caracas como Alta Vista.

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