Los enemigos íntimos, esos desconocidos de siempre
“La posición de URD y de COPEI era de tolerancia, cuando no de simpatía con el golpe”. Carlos Andrés Pérez
No se trata del golpe del 4 de febrero de 1992. Ni siquiera de su defenestramiento, el segundo acto. Aunque podría haberse tratado. Se trata del golpe del 24 de noviembre de 1948, que derroca al presidente constitucional Rómulo Gallegos dando paso a la década dictatorial de Pérez Jiménez, Delgado Chalbaud y sus secuaces. Con los que simpatizan tácita o explícitamente durante los 3 años de la junta Revolucionaria de Gobierno, y de la que Caldera, nombrado Procurador General, se retira en la primera circunstancia. Como Ignacio Arcaya, segundo hombre de URD, se retiraría del primer gobierno democrático producto del Pacto de Punto Fijo. Fue, por otra parte, el primero y más breve matrimonio de conveniencia entre Caldera y Rómulo Betancourt, siempre encubierto tras una odiosidad política jamás superada, endosada luego a la abierta y declarada enemistad entre el fundador de COPEI y el principal y más legítimo heredero de Rómulo Betancourt, Carlos Andrés Pérez.
Extraigo la cita de un libro esencial, que ha visto la luz sin mucha fortuna, a pesar de su inmenso valor testimonial: “Carlos Andrés Pérez: Memorias Proscritas”, de Roberto Giusti y Ramón Hernández , editado por Los libros de El Nacional en 2006. Y que un azar ha puesto en mis manos, para fortuna de mis deseos de conocimiento sobre un período apenas historiado: el de la larga y tormentosa transición del Gomecismo a la democracia de Punto Fijo. Veintitrés años de forcejeos, luchas intestinas, crisis, incomprensiones y desajustes que retardan dramática y dolorosamente el definitivo tránsito político de la sociedad venezolana de las tinieblas del siglo XIX a la plenitud del siglo XX. Y el del papel jugado en ese accidentado proceso por Jóvito Villalba y dos de sus hombres esenciales – Luis Miquilena y José Vicente Rangel – en el sistemático saboteo del proyecto betancourista por encauzar la historia política de la República por las sendas de la institucionalidad democrática bajo un concepto de democracia popular y social. Clara y rotundamente diferenciado y a redropelo de los intentos del marxismo criollo, junto al Partido Comunista de Venezuela embozada o abiertamente coludidos y reforzado por la victoria del castrismo en Cuba, por hacerse con el poder del Estado y entronizar una dictadura de sesgo castro comunista.
En un reciente artículo, EL DESALOJO, hacíamos referencia al sabotaje que los sectores marxista-leninistas venezolanos, en cerrada alianza con el castrismo, habían desarrollado en contra de los esfuerzos por construir una sociedad plenamente democrática en Venezuela, desde el mismo 23 de enero de 1958. Un saboteo que jamás cesó, alcanzando su primera expresión con los grandes cuartelazos de comienzos de los sesenta – el carupanazo, el barcelonazo y el porteñazo – y el establecimiento y desarrollo de la guerra de guerrillas cubano-venezolanas por asaltar el Poder y derrotar a los dos primeros gobiernos democráticos, el de Rómulo Betancourt y el de Raúl Leoni. Un proceso de desestabilización sólo puesto en sordina – vaya casualidad – con la llegada de Rafael Caldera a su primer gobierno y la llamada “pacificación” llevada a cabo bajo sus órdenes. Sin que dicha pacificación significara en los hechos – vistas las cosas desde la actualidad – una retirada definitiva de los intentos castrocomunistas por hacerse con el Poder y entregarle la soberanía a los hermanos Castro.
Me equivocaba. El desencuentro político esencial entre las fuerzas democráticas y las fuerzas golpistas, encubierto tras mascaradas ideológicas y doctrinales, se remonta a las transformaciones operadas en el cuadro político nacional desde la muerte de Gómez. Un hilo conductor lleva desde la UNE y la retirada de Caldera de la procuraduría – por establecer una fecha iniciática – a su tolerancia con el golpe de Pérez Jiménez, su auxilio a las guerrillas en su primer gobierno, su justificación del golpe militar el mismo 4 de febrero de 1992, la conquista de su segundo gobierno sobre la ola del ascenso del golpismo civil y su reagrupamiento en el llamado “chiripero”, el hospedaje brindado a los comandantes golpistas en puestos claves de su alto gobierno, la liberación de Hugo Chávez y la configuración de la plataforma política que permite el paso abierto, constitucional y legítimo de la conspiración castrocomunista al poder político de la Nación, el vaciamiento institucional de cuarenta años de democracia y la consiguiente pérdida de nuestra soberanía.
Un pecaminoso inmediatismo y la urgente y necesaria unidad de todos cuanto adversan al régimen, le han impedido a las fuerzas democráticas que luchan contra la dictadura ventilar asuntos tan graves como los que estamos señalando. Realizar un balance que reparta cargas y responsabilidades, y salve honras e inocencias de quienes han llevado hasta ahora el peso de males mucho más antiguos, encubiertos o larvados que la polvareda de los hechos nos impiden identificar con lucidez y valentía.
Me intriga la pregunta por saber si tras este cataclismo el país podrá hacer tabula rasa de un muy cuestionable pasado como para pasar en limpio los esfuerzos por construir una Nación honorable que merezca el respeto de sus ciudadanos y la admiración de sus iguales. Con honestidad, sin dobleces, con patriotismo. Desterrando de la lucha política las infamias, los rencores, las mezquindades y ambiciones que nos han traído a este naufragio. Dios quiera darnos las respuestas.