Opinión Nacional

Los dos grandes fraudes del régimen

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Como, generalmente, la palabra y el concepto, “fraude”, se aplica a los acontecimientos electorales, debemos comenzar por reconocer que, a nuestro juicio, los fraudes que han hecho posible la permanencia del presente “Régimen”, en nuestra realidad política, se deben a dos hechos históricos, suficientemente conocidos (y comprobados, además), los cuales no solo tienen que ver con elecciones. El primero es el del 11 de Abril, ocurrido hace ocho largos, penosos y cruentos años. Una imponente marcha de protesta, la cual cobijó a más de un millón de caraqueños, quienes ocuparon las calles de la ciudad, alegres y dispuestos, hacia el centro de la capital, espontáneamente, sin rectores amaestrados, ganados tan sólo por su voluntad de devolverle a Venezuela, una democracia perdida. Que sepamos, una marcha tan cuantiosa y tan firme, en su expresión colectiva, como nunca antes se había registrado, ni en Venezuela, ni en ninguno otro de los países vecinos. Una marcha “tumba gobierno”. Una marcha constitutiva del único “golpe de estado” que habría dado la colectividad nacional, el pueblo sólo, sin la ayuda, ni participación de militar alguno. Y una marcha, por lo tanto, reprimida por un fraude, a la Constitución y por parte de los tenedores del poder, en cuanto a la violación de los derechos a la libre expresión del pensamiento, a la libertad de reunión, al sano ejercicio representativo de la soberana voluntad del pueblo. Una marcha “acribillada” por un sector delincuente, criminal, asesino, organizado por falaces militantes del “Régimen”, quienes ni siquiera tuvieron el recato de esconder la cara, a la hora de vaciar las cacerinas de sus armas automáticas, hacia la multitud marchante. Una marcha que concluyó con un saldo de veinte muertos y centenares de heridos, mientras el “señor Presidente” hablaba, en cadena nacional y pedía la aplicación del “Plan Ávila”, a fin de que las Fuerzas Armadas Nacionales “frenaran” –como lo hicieron “otros”— la presunta alteración del “orden público”, en delito imputable al millón de caraqueños que marchaban. Un fraude constitucional además, al conferirle una misión ilegítima a una institución, como las FAN, concebida para otros propósitos.

Por ello, la reacción, natural y lógica, constitucional, de la cúpula militar, al pedirle la renuncia al Jefe del Estado, condensando el petitorio de los marchistas, renuncia pedida “a la cual aceptó”. Todo lo que ocurrió inmediatamente después, para calificarlo de alguna manera, incidió en la característica tropical de las mentes dirigentes de la colectividad y las instituciones para entonces, en un “bochinche”, como alguna vez calificó el Precursor, Francisco de Miranda, en los días de nuestra independencia, al comportamiento de los ejércitos populares, reclutados para servir a la República: “bochinche, bochinche y más bochinche”. Una inesperada Junta de Gobierno, presidida por un profesional sin cualidad política y unos procedimientos de urgencia, los cuales demostraron, fehacientemente, la ausencia de astucia, de “habilidad social” y de comprensión en el manejo de las turbulencias anecdóticas, por parte de los “jefes” del gobierno provisorio.

Cuando, dos días después, es restituido al Poder el Presidente renunciante y solicitado un fallo, sobre todo lo acontecido, al titular del máximo Tribunal de la República, este (Iván Rincón) produjo su famosa sentencia, la cual lo envió a un envidiable “exilio dorado”, sin consecuencias para su responsabilidad histórica. “Un vacío de Poder” lo llamó, en juicio que para el desbordado caudillo que nos gobierna, no podía merecer sino una calificación escatológica, la cual reveló, sin “tapujos”, en la primera cadena comunicacional que celebró, luego de su retorno a Miraflores. El fraude tendría que circunscribirse, según sus palabras, al señalamiento de la responsabilidad delictual, en la “fechoría” cometida por las propias víctimas y sus motivadores, es decir, para el “Régimen” lo fraudulento fue la marcha y el gobierno impuesto por los sucesos, era, consecuencialmente, un “gobierno fraudulento”.

El “bochinche”, de toda forma, continuó, de lado y lado. Posteriormente, vino la Plaza Altamira y un “show” descarado, por parte de la oposición, en función legitimadora de un régimen al que supuestamente combatía. Luego, la huelga general, en una fiesta provocada por el “Régimen”, desabasteciendo y privando a la población de la canasta alimentaria y de los servicios indispensables, sin tener un final resuelto, a corto plazo, conducido a desplazar a los gobernantes irresponsables y sustituirlos por gente honesta y capacitada, adecuadamente, para dirigir al País. ¡Que gran final para los ingenuos marchistas del 11 de abril, quienes terminaron pagando las consecuencias de su osadía! El pensamiento y la conducta de los totalitarios, autócratas o déspotas, no perdonan las debilidades de sus oponentes y las cobran, legitimando cada vez, con mayor intensidad jurídica, su presencia histórica. Su aventura. Su “africanización”. Su insólito regreso a un pasado ideológico, el cual nunca, en ninguna parte, produjo beneficios, ni superación, social, económica y cultural, a ningún pueblo. Solo fracasos, como la ruina de Cuba.

El fraude es uno o más engaños. Y no salvamos de la responsabilidad de su cometido, a los que aparecen victimizados por el fraude más grande. El 11 de abril y los días sucesivos, los venezolanos fuimos engañados por todos y nuestro silencio, nuestra forzosa aceptación de los hechos y nuestra resignación, terminaron por legitimar el gran fraude del “Régimen”.

Por eso pasamos “condicionados” al otro gran fraude que sostiene al despotismo, disfrazado de democracia. El del Referéndum Revocatorio, al cual permitimos darle carácter “ratificatorio”, agotando “todos los extremos de ley”. Chávez fue, constitucionalmente, revocado, el 15 de agosto de 2004. No solo el cinismo de las “firmas planas” –curioso invento de uno de los chavistas mayores, Jorge Rodríguez– operó para consumar el fraude, en su aspecto electoral, restando más de un millón de votos al total de los venezolanos, quienes manifestamos nuestra voluntad de separar del poder al Presidente electo en el 2000; también por esa interpretación casuística de los “dueños de la verdad oficial”, impuesta por nuestro candoroso Tribunal Supremo de Justicia, al burlarse del legislador y de la propia Constitución, transformando el propósito del castigo revocatorio, en un dulce premio al enjuiciado por el soberano. Chávez fue revocado en el 2004. Se consumó un fraude para ratificarlo. Y lo aceptamos. Como también aceptamos que el mismo “artífice” que hoy funge como Alcalde de lo más auténtico de la ciudad de Caracas, nos engañara –fraude mayor– con el cambio del sistema de votación, ya automatizado desde 1998, para enredarnos en la adquisición de un “touch-screen” –las máquinas de Smartmatic– usual en las loterías europeas y que anulan la identidad, auditable, del voto del votante; así como lo propio, en cuanto a las otras máquinas, las “capta huellas”, mediante las cuales el “supremo administrador de las elecciones”, el CNE, controla el proceso, desde su inicio, con información de primera mano, indicativa de cómo va desarrollándose la voluntad del electorado. ¡Maravillas tecnológicas que seguimos aceptando, aún cuando sabemos que mediante ellas, siempre saldremos perdiendo! ¿Y la composición del rectorado comicial? Primero de “cinco tres” y luego de “cinco cuatro”, para emplear términos del average del béisbol, permitiéndole al “Régimen” estar siempre en ventaja sobre sus adversarios. La aceptación “legitima” y “legaliza” el fraude. La aceptación es, en si misma, un fraude menor, pero también un fraude. Somos todos cómplices múltiples de los fraudes que sostienen al “Régimen”.

Y a más de todo lo que hemos asentado, hemos ido, una y otra vez, a distintos procesos electorales, con la cabeza abajo, sin sublevaciones, definitivamente domados, aceptando un CNE de composición fraudulenta y un REP (Registro Electoral Permanente) cuya data nos está vedada por la autoridad electoral, aún cuando sabemos –¡sabemos!– que está adulterada. Que su proporcionalidad, 67% sobre la población total, –más de 18 millones de inscriptos, sobre 26 millones y medio de venezolanos– está groseramente abultada con respecto a la media de todos los demás países democráticos del orbe. Que cubanos y chinos comunistas; guerrilleros colombianos y extraños de cualquier parte, han sido, fraudulentamente, fichados como venezolanos y han pasado a formar parte clandestina de nuestro cuerpo electoral. Todo esto, lo sabemos y, por lo tanto, lo aceptamos. La mayoría de las elecciones las hemos perdido (lógicamente), pero hemos ganado algunas, como limosnas, sobre las cuales, de todas maneras, el CNE no nos ha dado las cifras finales, burlándose, explícitamente, de la soberanía popular. ¿Vamos a una nueva apuesta, a un nuevo proceso para elegir al Poder Legislativo, el poder contralor, por esencia, en una democracia, del Poder Ejecutivo? ¿En las mismas condiciones dentro de las cuales fuimos a los otros procesos, ganados y perdidos? ¿No exigiremos, previamente, una reorganización del CNE, para democratizarlo y componerlo en acuerdo con la Constitución Nacional, de manera que represente, refleje idóneamente, la voluntad de exhibir una conducta nítida, de transparencia, lo cual anima a todos los venezolanos? ¿No exigiremos, igualmente, con toda firmeza, que el CNE nos entregue, por fin, la data completa de los votantes que integran el REP? ¿Qué es esto? ¿Otro fraude “avisado”? Deberíamos ser un poco más serios y no andar como pequeños ignorantes, presenciando espectáculos como los que están dando dos de los “grandes” jefes oposiciónistas del estado Miranda, Borges y Mendoza, “dos borrachos peleando por una botella vacía”.

Pensamos que debemos ir a las elecciones de septiembre; escoger a los mejores para que nos representen, en un listado único, con diferentes tarjetas indicativas de los distintos Partidos registrados en el CNE; pero debemos ir como mayoría, como lo que en realidad somos, en cuanto al sentimiento y el propósito vertical del pueblo venezolano. No somos comunistas. No nos pueden ahora “sovietizar” con trampas. No pueden “cubanizarnos”. Somos demócratas; creemos en la libertad y requerimos ser gobernados dentro de un legítimo Estado de Derecho. Debemos alzar la voz. Debemos organizarnos para la rebelión, porque no podemos continuar “aceptando” lo inaceptable. Salvemos, por Dios, la democracia y derrotemos –¿como un varón?– a quienes han trastocado nuestra historia y pretenden incrustarnos en un pasado, que fue vergonzoso en su presente y que lo es, peor todavía, en nuestra memoria.

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