Opinión Nacional

Los derechos humanos en peligro en la Venezuela de Hugo Chávez

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Una de las prácticas más perversas del nazi-fascismo alemán fue la de negar la condición humana a quienes veía como amenaza a sus pretensiones totalitarias. Apelando a prejuicios incubados por los siglos, se degradó a los judíos con la repetición incansable de todo tipo de insultos y ofensas hasta extirparles todo vestigio de humanidad a los ojos de muchos de sus coterráneos. Desembarazados convenientemente de cargos de conciencia, éstos pasaron a ser colaboradores en su represión y exterminio. La desconexión de toda identificación con el otro hasta negarle su membresía a la especie humana –en aquel entonces referido al judío y al gitano-, allanó el camino a su discriminación e impidió toda compasión para con sus sufrimientos. Destruidos todo dique moral y ético, cualquier atrocidad era admisible, más si se ejecutaba en nombre de unos supuestos “intereses superiores” del nacional socialismo.

Desde hace algún tiempo asistimos en Venezuela al afianzamiento de una sinrazón similar por parte del teniente coronel Hugo Chávez. No puede ser despachado como simple exceso de un mandatario poco convencional la reiteración incesante, día tras día, alocución tras alocución y por cadena nacional, de que sus críticos son unos “pitiyanquis”, “traidores de la patria”. Como lamentablemente muestran los acontecimientos de los últimos años, esta campaña de odios y descalificación es pasto para que sus más fanatizados seguidores arremetan violentamente contra personeros de la oposición, periodistas, dirigentes sindicales y estudiantes, hasta llegar a proclamar que son “objetivos de guerra”, como ha anunciado el grupo ultra fascista “La Piedrita”. Ahora esta nueva vuelta a la tuerca, la del epígrafe, negándoles la condición humana a los “ricos”. Pero estos ricos de que denigra el comandante no son Diosdado Cabello, Aristóbulo Istúriz, Jorge Rodríguez o tantos otros integrantes de la nueva clase boli-burguesa, señalados de acumular centenares de millones de dólares en el extranjero a costa de los dineros públicos, no. Chávez se refiere a los productores agrícolas, a los dueños de abastos y supermercados, estigmatizados como acaparadores o como empresarios egoístas por oponerse a la absurda regulación de precios de muchos productos. Se refiere, por supuesto a Empresas Polar, atacada por todos lados pero que sigue ahí, produciendo a precio regulado, alimentando a la población y generando empleo a miles de familias. Pero se refiere también a todos nosotros, que nos negamos a asistir pasivamente a la desaparición del Estado de derecho en Venezuela.

Como sus antecesores nacional socialistas, Chávez ha descubierto la utilidad de destruir todo respeto y consideración por quienes no comulgan con sus pretensiones totalitarias, denegando de su condición de semejantes para desconocer sus derechos. Como “no son gente”, éstos pueden ser pisoteados impunemente, al son de los aplausos rabiosos de sus partidarios camisa roja. Así, con el mayor desparpajo, grita a los cuatro vientos “¡Se acabó la propiedad privada de la tierra!” y amenaza con estatizar predios agrícolas bajo el pretexto de su explotación “indebida”, pasando olímpicamente por encima de los artículos 112 y 115 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) referidos a la libertad del venezolano a dedicarse a la actividad económica de su preferencia y al derecho de propiedad. Pero no son sólo los derechos económicos de propietarios los que están en peligro. Los derechos procesales (art. 49) y a la libertad personal (art. 44), los sindicales (art. 95), de opinión y comunicación (art. 57 y 58), de manifestación (art. 68) y de participación en los asuntos públicos a través de la elección de sus representantes (art. 62) han sido tirados al trasto de la basura por quienes controlan, manu militari, al Estado venezolano. Más allá, es el propio Presidente quien atropella el artículo 60 de la CRBV, referido al derecho que tiene todo venezolano “a la protección de su honor, vida privada, intimidad, propia imagen, confidencialidad y reputación”, allanando el camino para el irrespeto a su “integridad física, psíquica y moral” (art. 46) de parte de bandas o conductores de programas de “opinión” en la televisora oficial, fascistas, hasta comprometer la propia inviolabilidad de la vida (art. 43), como lo atestiguan las muertes bajo Puente Llaguno, en la Plaza Altamira y de sindicalistas que denuncian corruptelas en las empresas públicas. Y la lista de derechos humanos vulnerados por el Estado no se agota con los mencionados.

Venezolanas, venezolanos, estamos ante un funcionario megalómano desatado que no reconoce límite moral, ético ni legal a sus actos y que cuenta con la anuencia cómplice y servil de muchos altos funcionarios, magistrados, diputados y comandantes militares a sus desmanes. Quien cree que puede permanecer al margen en esta hora aciaga para la democracia venezolana se engaña: los derechos que no se defienden activamente, todos los días, se pierden. Aquellos que confiaban en que se había conjurado la amenaza totalitaria con el repudio a la “reforma” constitucional el 2-D-2007, al igual de quienes creían que la derrota de Chávez en la Alcaldía Mayor y las más importantes gobernaciones del país lo harían recapacitar, ven hoy con amargura cómo pisotea la voluntad popular para aferrarse al poder. El único muro de contención a la ofensiva fascista es la movilización ciudadana permanente y la denuncia, sin miedo, de compromiso con los valores de libertad y justicia, y con su conciencia democrática, de los atropellos cometidos en nombre de una “revolución” que busca retrotraernos al siglo XIX.

¡Venezolano, venezolana, nunca es tarde para defender tus derechos!.

Entresaca

“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, me callé,
yo no era comunista.

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, me callé,
yo no era socialdemócrata.

Cuando vinieron a llevarse a los sindicalistas, me callé,
yo no era sindicalista.

Cuando vinieron a llevarse a los judíos, me callé,
yo no era judío.

Cuando vinieron a por mí, no hubo nadie más
que hubiese podido protestar”.

Martin Niemöller, Pastor Luterano encarcelado por los nazis entre 1938 y 1945.

Observatorio Hannah Arendt

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