Opinión Nacional

Los comentaristas de planta

Muy pocos son los acontecimientos diarios que escapan al comentario de las emisoras radiales y televisivas del Estado, acentuando y más de las veces forzando las interpretaciones que ha dado o puede darles el hoy Comandante-Presidente. El empleado de planta, o quien tuviere la fortuna de una invitación frecuente a la programación, porque no todo el oficialismo es convidado, rápidamente se pasea por los hechos en los que sospecha la presencia o adivina el hallazgo de sendos indicios conspirativos, tratando – fundamentalmente – de mantener en alto la moral de su reducida audiencia.

Poco importa que fluya la noticia y depare sus naturales contradicciones, aún en el propio gobierno, pues, en la defensa militante de la nómina y – después – del PSUV de ingrata o incómoda adscripción, los comentaristas deben defender ante todo al Presidente de la República y a los más cercanos e influyentes colaboradores que – por casualidad – tengan a un vecino que los sintonice. Los argumentos sobran, prefabricados, pues, en el caso de no hallar uno que sea convincente convincente, bien valeapuntar a la conspiración mediática o al bandidaje opositor, al golpismo o al imperialismo, todo acontecimiento que perjudique o apenas roce la gestión gubernamental.

Los comentaristas de planta gozan de un fuero judicial extraordinario, porque dudan de los jueces capaces de arriesgarse al admitir y sustanciar alguna demanda por difamación e injuria y, además, al disfrutan de una suerte de inmunidad política, pues, amén de que Hugo Chávez emplea un verbo sobradamente más sórdido, pronto el régimen ultraizquierdista los convertiría y publicitaría como víctimas de la persecución de los apátridas. Y esto equivale un poco a la “política del muertico”, la que una vez Radamés Larrazábal estimó tan característico de los grupos y grupúsculos de la extrema izquierda.

Aceptemos que la mayor ventaja con la que cuenta el régimen y sus comentaristas de planta, es – precisamente – evitar que la moral decaiga, convirtiendo los más evidentes reveses presidenciales en sagaces o avispadas maniobras tácticas y estratégicas. A la par de exhibir un moralismo tan familiar al que ha impuesto la renta petrolera en el país, trata de formar políticamente a los radioyentes o televidentes, insistiendo en que las FARC están integradas por “camaradas” que jamás “secuestraron”, sino que “retuvieron” a sus inocentes víctimas, o aplaudiendo las iniciativas ministeriales, aunque – claro está – no abundan demasiado en una definición convincente del socialismo del siglo XXI, prefieren hablar del gobernador del Zulia y no de la maleta de Argentina o pasar por alto que algunas voces acusen de delator de Jorge Rodríguez a uno de los actuales viceministros.

Convengamos también en que no hay equivalente en la oposición del esfuerzo gigantesco que se hace con los recursos materiales y simbólicos del Estado, por los altísimos costos que acarrea y – ¿por qué negarlo? – en virtud de la escasa formación política e ideológica de importantes voceros. No obstante, es necesario profundizar en una tarea pedagógica que, todos los días, nos oriente a la denuncia del régimen y – lo más importante – precise las esperanzas democráticas que legitiman su reemplazo.

EL PATRIOTISMO ILUSTRADO

Luce importante la publicación y divulgación de tesis y trabajos de ascenso en las actuales circunstancias del país, por la doble necesidad de ahondar en las distintas materias que acaso rozan la harto aligerada opinión pública, con sus matrices de uso y de abuso, así como la de aliviar el déficit editorial del país. Sentimos que, invocado nada más y nada menos que un proceso revolucionario, la polémica escrita y – obviamente – la verbal, se han empobrecido en contraste con otras etapas de la vida republicana, incluyendo aquellas en las que tal proceso no fue invocado.

A destiempo, deseamos llamar la atención sobre “El patriotismo ilustrado, o la organización del Estado en Venezuela, 1830-1847” de Elena Plaza (Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, Universidad Central de Venezuela, Caracas). Trabajo de ascenso aprobado por un jurado compuesto por Graciela Soriano, Marielena González y Elías Pino, toda una advertencia de sus niveles de exigencia, la autora cubre un período histórico de inadvertida relevancia política en los días que corren, frente a la que le penosamente le concede el Presidente Chávez en sus improvisaciones históricas o historiográficas.

Trabajo sobrio, concreto y convincente en torno a un período relativamente desconocido de nuestra vida republicana, suma el indispensable rigor académico a la voluntad clarificadora de la autora. Celosamente circunscrita al objeto de su investigación, no cede a la tentación de inflarlo, como ocurre frecuentemente cuando hallamos un formidable y vanidoso pretexto para el tratamiento de otros y ajenos asuntos documentales.

Impresiona el criterio de selección bibliográfica, pues, pudiendo inflar – ésta vez – los recursos empleados, es notable la ausencia de las obras más conocidas o divulgadas sobre el período, las cuales conocerá exhaustivamente al lado del dominio de las fuentes inéditas, más exactas y difíciles que acuciosamente halla y utiliza. La ausencia equivale a una crítica implícita y, en todo caso, de haber recurrido a ellas, la hubiesen obligado a una evaluación metodológica, historiográfica y quizá politológica que – suponemos – está pendiente en el fondo del tintero.

Reivindica el tratamiento histórico del período, ofreciendo en lo posible todos sus matices. No obstante, se nos antoja la obra como un recurso impecable para la inevitable discusión política actual, pues, en medio de la asfixia de los llamados anacronismos históricos, el poder hoy establecido en Venezuela pretende legitimarse sobre las versiones sobrevivientes en torno a nuestra separación de Colombia, prestas a las manipulaciones maniqueas e irresponsables que cuentan con una sólida e aparentemente inconmovible tradición escolar.

Hubo un proyecto de país – como solemos llamarlo hoy e independientemente del juicio que nos merezca – limitado por factores que de un modo u otro, están vigentes, ciertamente sorprendente para “cualquier persona familiarizada con la historia política venezolana reciente” (243). E, incluso, respecto a los conservadores, observa que “el temor al cambio político a través de los canales institucionales previstos por la Constitución los llevó a entregarse y a entregarle el edificio institucional que habían construido durante diez y siete años a una persona en quien no confiaban y a quien habían subestimado: el General José Tadeo Monagas” (262), coincidiendo en grueso trazo con el siglo XXI.

Estaremos pendientes de los próximos aportes de Plaza, pues, seguramente, en el tintero quedan importantes reflexiones que bien pueden conocer de la crónica breve y periódica para ventilar sus hallazgos. Precisión conceptual y economía de argumentos, son dos de los rasgos que se agradecen y pueden disfrutarse también a través de los textos periodísticos, adelantando un poco sus más esmerados trabajos.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba