Los ciudadanos o la masa
Los países tienen gobiernos distintos y también tienen pueblos con niveles de exigencias que difieren. Hay pueblos que claman más a sus gobernantes que otros. Lo que para un colectivo en términos de demandas es importante para otros ni siquiera está en su agenda. Por ejemplo, cuando en un país se exige independencia de los poderes públicos como algo importante para su democracia, en otros muchos ese no es ni siquiera un tema de la agenda pública. Pocos entienden que mientras más fuertes son las instituciones menos importante son los liderazgos. Cuando una nación es frágil y débil sus ciudadanos dependen más de los gobiernos y de los hombres que las dirigen.
En Venezuela existe una fuerte corrupción. Ante los ojos de los ciudadanos se abusa de los bienes del Estado y sus funcionarios ostentan como propios bienes que no les corresponde ni a ellos ni a sus familias. La nación tiene un alto índice de delincuencia y como ejemplo entonces sus jerarcas están sobreprotegidos. Funcionarios medios que antes y en muchos países sería imposible que disfrutaran de chofer, escoltas, uso de aviones y otras facilidades, aquí están a la orden del día. Para la mayoría de los ciudadanos eso es así y lo aceptan. No lo protestan ni lo facturan.
En materia de corrupción nuestros ciudadanos son poco vigilantes. El Presidente de Alemania en días recientes se vio obligado a renunciar por sospechas de corrupción, específicamente haber obtenido ventajas de amigos empresarios. Esta causal en la Venezuela de hoy daría risa a muchos empoderados. Por ejemplo, el juez Garzón, con una bien ganada reputación en su lucha contra las violaciones de los derechos humanos perdió su carrera judicial por una actuación indebida y abuso de funciones, entre otras por ordenar escuchas ilegales. Eso aquí es imposible a menos que un juez arriesgue su cargo.
Entonces, lo que en unos países es inaceptable en otros es parte de lo cotidiano. Los ciudadanos tienen otras tantas demandas que pierden el sentido de lo importante y de sus propios derechos. Quién reclama aquí en estos tiempos la corrupción de sus gobernantes, los abusos de poder de los jueces, las arbitrariedades de los servicios de inteligencia, la discriminación etc. Por lo general una minoría a la que pocos escuchan o una oposición a la que no legitiman en su rol que es la de hacer las debidas críticas a las prácticas erradas del gobierno.
El pueblo venezolano se ha acostumbrado a ser poco exigente. En su protesta no es contundente ya que escasamente logra sus objetivos. Siempre existirá el «diálogo», la mesa de trabajo, el comité de seguimiento y la comisión de enlace, pero ello por lo general se traduce en más frustración mientras que le da tiempo a los que incumplen para desgastar al que exige. En el tema de la seguridad ciudadana tenemos un excelente ejemplo. El país en su conjunto exige políticas contundentes en materia de seguridad y qué pasa, muy poco.
Para nadie es un secreto que esta última ha sido una pésima administración. El país ha perdido una década fundamental y los recursos del Estado se han despilfarrado como nunca. La calidad de vida se ha deteriorado y se ha gobernado basado en el ensayo-error-ensayo.
Para los ojos de muchos analistas externos la existencia de variables como alta inflación, exagerada inseguridad y vergonzosa corrupción sería suficiente en cualquier sociedad occidental democrática para rechazar de plano a su gobierno. Aquí en Venezuela eso no es tan cierto. Los apegos emocionales y el poco aprecio a su propia condición de ciudadano hace frágil al venezolano ante la omnipresencia del Estado y del gobierno. Cuando entendamos que los que gobiernan son solo servidores públicos y que no es tan por encima de quien les dio la oportunidad de gobernar tendremos capacidad de hacerlos trabajar en función del interés colectivo y no en los suyos propios. Es allí cuando dejamos de formar parte de la masa y nos convertimos en ciudadanos.