Opinión Nacional

López, partidos y barranco

Dentro del mundo opositor se viene gestando una discusión por el método de elección ante los próximos comicios parlamentarios del 2010 que amenaza convertirse en ventilador de excrementos, en diatriba y finalmente en ruptura.

Los métodos del consenso, encuestas y primarias, en ese orden, deben prevalecer para encontrarle salida a la selección de los mejores aspirantes. Ninguno debería evaluarse como menos democrático que el otro por cuanto se aplican en escala. Lo que sí es medular para medir el grado de su éxito o fracaso depende de la voluntad política de los actores que intervienen, no de la fórmula seleccionada.

Resulta en sofisma insostenible, propagar que las primarias son el orgasmo de la participación y de la democracia plena como lo está haciendo Leopoldo López. Debajo de este pontificado y sus vicarios se esconde un mundo perverso de ambiciones que soslaya la emergencia de encontrarnos en el turbulento progreso de una tiranía vesánica que no se detendrá si no somos capaces de ver que nos aplastará sin remedio de no concertarnos en un frente sin exclusiones.

López, por encontrarse inhabilitado y por mostrar una particular ansiedad por jefaturar partidos (los termina fracturando) y la de alcanzar altos cargos de elección popular, se contonea con adolescente impaciencia, desarrollando un juego político personal que monta hace tiempo con maquinaria pesada para favorecerse fabricando su propia cúpula de validos, es decir, el ex alcalde compite con los partidos en el mismo terreno de su propia crítica a estos al señalarlos de comportamientos bastardos, excluyentes, y cupulares.

Leopoldo debe estar más consciente que nadie de que las primarias son un instrumento «in extremis», propicio más que otros para dividir y profundizar la confrontación y que las gana quien logre movilizar en más tamaño el volumen de quienes son reclutados de antemano para participar.

Ahora, sería absurdo negar que los partidos no se han recuperado del influjo del patrón de la antipolítica que se apoderó con adicción de la sociedad venezolana; que su capacidad de convocatoria es reducida; que su organización interna y electiva es en buena parte cogollérica y que en la percepción general del ciudadano, son vistos con una injerencia sobredimensionada para la toma de decisiones electorales y no electorales.

Esto lo sabe López y su oportunismo trata de explotarlo para usufructuar una política de efectos individuales que es letal al desafío de derrotar la tragedia neocomunista «bolivariana». Muchos confiamos en que una ráfaga de lucidez lo haga capaz de rectificar.

En cuanto a los partidos, por torcidos y pequeños que sean, dada su naturaleza organizacional y profesional deben ocupar un peso específico en la dirección de la lucha, pero eso sí, jamás en la situación venezolana podrán actuar sin reconocer los liderazgos no partidistas que han brotado al fragor del combate.

«La Mesa de la Unidad» debe agigantarse, los líderes de la sociedad civil son visibles, cuidado si dejan de verlos, trabajarían en el mismo barranco que López se empeña en excavar mientras en su fondo Chávez flota con regocijo en su perpetuidad.

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