Opinión Nacional

Locuras revolucionarias

Dentro de pocos días estaremos celebrando cincuenta años de haber ingresado a las FAN. Era la época de Pérez Jiménez. Su ultimo quinquenio, que nadie se atrevería de llamar revolucionario, a pesar de haberse iniciado con los “revolucionarios de octubre” (1945), derrocados luego en el 48’, a pesar de haber sido AD el grupo de apoyo solicitado por el TC. No, no eran el PPT, ni el MAS ni otros de los que iniciaron campaña en la presente “revolución”.

Ya vivimos la escalada militar de 1951-52, cuando los militares, fuera de sus cuarteles aupaban el proceso eleccionario del FEI y, a pesar del poder, por ser gobierno, manipulaban con los recursos del Estado los incipientes procesos eleccionarios; siempre con la mente puesta en el fraude, que al final se consumó en el ¿conteo? de los votos. No existían: ni el Plan República, ni las máquinas ni las cazahuellas, tampoco el “imparcial” CNE de hoy, pero eran los militares quienes manejaban “apolíticamente” el proceso. Era una República rural, mediatizada e ignorante, poco informada por la escasez y rudimentarios medios. Poco se leía la prensa controlada y censurada por el régimen, mas se leían los panfletos y pasquines. Pero, como hoy, el hambre del pueblo era mala consejera y había que apoyar al gobierno para mantener el “camburcito”, el zinc y los bloques para el rancho a fin de cambiar el de bahareque. Resultó la trampa y Jóvito Villalba tuvo que abandonar el país para dar campo al “ganador”, el del continuismo.

Fue lamentable, pero nuestra juventud no atinaba a entender qué era lo bueno. No existían los zaraos ni las batallas de hoy, pero el nacionalismo militarista se cumplía con la “Semana de la Patria” y la reunión de los excedentes para el desfile militar. Era un militarismo de uniformes y desfiles, distinto al de hoy, que es la invasión de todos los espacios durante todo el tiempo, atentos a los constitucionales mal llamados servicios militar y civil para el desarrollo. Algo si hay en común, la conchupancia de empresarios, que, bajo la égida del apoyo al “proceso”, permiten que se discrimine a tirios y troyanos que no formen parte o no estén de acuerdo con la “revolución”. Sin parodiar, son los mismos golpistas y saboteadores enmascarados de nacionalistas y luchadores del pueblo. El pecado es el mismo, ser adeco y antirrevolucionario.

¿Pero qué hay de malo en la institución militar? ¿Es cierto que se corrompieron en los trillados 40 años y hoy tratan de unirse al pueblo? Son locuras revolucionarias. Todo lo contrario. Hasta 1958, Venezuela marchó con dos rumbos, el cívico y el militar, donde este último se eternizaba hacia el ejercicio del poder, en manos de pocos mandos militares. No era un gobierno militar, sino un gobierno en nombre de los militares, donde estos no mandaban sino que usufructuaban beneficios acuartelados y controlados por la policía política. Estaban mediatizados por el control apolítico, pero no castrados. Surge así la incursión y capacitación de la oficialidad en los ejércitos más avanzados y de trayectoria en el mundo, de lo que les queda la visión y el deseo por la democracia.

Vieron entonces los militares la incompatibilidad del militar moderno con el “gobiernero” que imperaba en el país, a pesar de la generalidad gubernamental en América Latina. Como corolario, se crece el militar de entonces y da el ejemplo para iniciar los gobiernos democráticos. El resultado es historia, pero es meritorio reconocer que, iniciado el gobierno democrático surgido de la voluntad popular, los militares siguieron acuartelados con una idea clara de su misión y, en lugar de retroceder, se vuelcan al mundo para obtener mas conocimientos en las diferentes ciencias que sirven de base a la militar y plenan las universidades nacionales y extranjeras, para asimilar mas conocimientos y disciplinas reforzadoras de la democracia.

Fue la forma de acrisolar soles y laureles y, a cambio de las batallas, la intriga y el odio, privaron el mérito, el prestigio y la honradez. El verdadero profesional militar cristalizaba sus ideales con el orgullo de una carrera digna y gloriosa, sin dejar de reconocer que era un estoicismo donde algunos, muy pocos, solo veían el lucro sin importarles el metalicismo. Hoy los revolucionarios tienen la fortuna que tuvieron los jerarcas del comunismo con el negro-gris del mármol, Mientras mas revolucionarios mas oro, mas laureles y mas soles y estrellas. Para ellos, no importan la dignidad, ni el orgullo. Todo se compra, auque sea con dinero de la corrupción.

Esto también es historia, pero es bueno recordarlo a los actores militares de hoy, quienes creen que con Chávez y los revolucionarios del PPT y el MVR fue descubierta el agua tibia y, en lugar de mantener y mejorar el diseño del militar venezolano, moderno y científico, lo han transformado en un chirimbolo y mequetrefe, con muchos soles y uniformes pero con poca luz ideológica. No hay dudas, no retroceden porque tienen miedo a la secuencia y no corren porque saben que van al vacío. ¿Locuras revolucionarias?

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