Opinión Nacional

¡Locos al volante!

Cuatro certezas de la incertidumbre no existen: La felicidad -“sólo momentos prolongados de alegría”, Savater dixit- la suerte -ni mala ni buena, esta última es la consecuencia positiva de la persistencia, la preparación y la voluntad- lo gratuito -alguien paga por ello y en el caso de las limosnas que los populistas suelen dar al pueblo, las paga el pueblo mismo con la destrucción de los servicios públicos y su conversión al parasitismo social- y los accidentes: Los accidentes no existen.

La palabra “accidente” como evento casual producido por el azar, es un invento de la humanidad para aliviar la culpa. Si un borracho, a exceso de velocidad, ignora una señal de tránsito y se estrella contra otro vehículo ocasionando muerte y destrucción, al sujeto se le enjabona la culpa diluyendo su responsabilidad en el azar, y así ocurre con el padre amoroso que mete a los hijos en el carro y se lanza en una vertiginosa carrera hacia la nada y los destroza, quema vivos o mutila horriblemente, pero la lástima pía titula que “fue un accidente” para que el irresponsable se libre de cargos de conciencia, si es que no queda suicidado en el siniestro. La muerte de Rafael Vidal -asesinado en un siniestro vial por un loco del volante que “echaba piques” por la ciudad- obligó a la justicia venezolana a calificar como “homicidio intencional con dolo eventual” estos crímenes horrendos que enlutan a la familia venezolana -como también acaba de hacerlo con el chofer que provocó la muerte de 13 personas y heridas a otras tantas, la víspera de Año Nuevo en Caracas, y según encuesta de El Universal, 39% considera que “no tuvo intención de matar”, claro que no la tuvo pero la justicia debe investigar si hizo todo lo necesario para matar. La sociedad se alarma por los 19 mil muertos del hampa, pero guarda pudibundo silencio frente a la atroz cifra de víctimas de los siniestros viales, con su secuela de lisiados y deformados y huérfanos en esa carnicería insensata provocada por enfermos mentales que confunden la máquina estúpida que conducen con un apéndice de su personalidad y se creen poderosos. Los medios de comunicación tienen el deber moral de dejar de calificar como “accidentes” estos homicidios -con suicidio en muchos casos- y con toda la crudeza del caso, llamar las cosas por su nombre, y dejar también la bolsería de escribir que el loco “perdió el control del vehículo” cuando lo que nunca tuvo fue control sobre sí. Y las autoridades tienen, por razones de salud pública -los siniestros viales y el hampa están abriendo una brecha generacional entre los 18 y 35 años, las edades más productivas del hombre- y comenzar a realizar pruebas psicotécnicas para otorgar o renovar licencias para conducir tal como se exige para el porte de armas de fuego, menos peligrosas que los vehículos, comenzando por los hostiles conductores del transporte público. Aplicando la normativa de tránsito vigente -con estrictos controles de velocidad- con toda la fuerza inexorable de la ley sin estar pensando en “costos políticos” -lo que ha degradado la autoridad- y logrando que la prensa califique como homicidas/suicidas a estos locos, se pueden salvar muchas vidas inocentes, incluyendo las de los propios locos del volante que no escarmientan en cabeza ajena, por lo que hay que usarlos como escarmiento de cabeza ajena.

Pero hay otro tipo de locos al volante
La proliferación de locos al volante de los países de América Latina ha sido el motivo de las crisis, políticas y económicas, recurrentes en esos tierreros conceptuales de baja autoestima, en los cuales no existen planes de desarrollo a largo plazo ni continuidad administrativa ni programas sociales basados en el desarrollo del individuo, ni ciudadanía productiva -que merezca ciertamente ser atendida por su responsabilidad- ni solidez empresarial el contratistariado atado al botalón del presupuesto oficial es su sustituto -ni la educación es fuente de creatividad e independencia -las universidades gradúan buscadores de empleo que no saben ni llenar las planillas de solicitud, pues sus pueblos penden como racimos del iluminado de turno que les hace creer que por ser supuestamente dueños de las riquezas naturales de la nación, pueden vivir sin trabajar ni estudiar, en absoluto estado de irresponsabilidad, reproduciéndose como acures y dejando el fruto de su desorden adosado al gobierno, a Dios o a la suerte. El petropopulismo venezolano -nueva forma de “loco al volante”- ha generado una nueva tendencia de mayor virulencia y capacidad destructora: El derecho a violar las convenciones sociales, irrespetando las normas y leyes que hacen posible a los seres humanos convivir en un estadio en el cual el más fuerte es el imperio de la ley y no un acromegálico de frente hundida, con una franela colorá, una pistola y una moto. La causa del auge delictivo en el país es la impunidad por decreto de la barbarie en función de autoridad -“Delitificar”: Solucionar problemas sociales a través del delito- como la oferta de dinero fácil es la estrategia política para preservar el poder, con lo que se mantiene en situación minusválida a esa población sustentada en promesas -que no se deben cumplir, pues se expone a perder la sumisión- con dádivas dosificadas para alimentar el efecto carismático que sustenta la nomenclatura oficial mediocre pero con talento para medrar, que es la auténtica beneficiaria del usufructo del poder sin cargar sobre sí el peso histórico del liderazgo por el mérito del conocimiento. A este tipo de locos al volante hay que ponerles fin, por lo menos en Venezuela, el 7 de octubre de 2012.

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