Opinión Nacional

Locademia Paramilitar

En 1958, Mario Monicelli considerado el más grande cineasta de la comedia
italiana, estrenó su película I Soliti Ignoti (los Desconocidos de Siempre)
con un elenco de antología: el inolvidable Totó, Vittorio Gassman, Marcelo
Mastroiani, Renato Salvatori y una jovencísima Claudia Cardinale. La que
habría de ser una memorable comedia de equívocos comenzó con los tropiezos
propios de una Italia sometida a los rigores de una estricta moral y la
consiguiente censura. El título original sería “La Madama” pero no pasó el
examen de los censores por su connotación referida a la prostitución.

Ensayaron otros títulos relacionados con la trama: banda, bandoleros, robo
hasta elegir un término que en italiano coloquial significa ladrón o
ladrones de poca monta, esos a quienes la policía ni se molesta en
identificar. Vittorio Gassman era Peppe el Pantera un boxeador retirado que
con un ex jockey, un fotógrafo desempleado y la asesoría de Dante (Tottó) el
único ladrón de oficio aunque desentrenado; planifican el robo de una casa
de empeños. Alquilan un apartamento vacío contiguo al local y comienzan a
taladrar la pared que suponen los separa del mismo. Pero, para su sorpresa,
penetran en la cocina del apartamento de una anciana donde se consuelan de
su fracaso comiéndole los spaguettis y otras viandas. La película concebida
como una parodia de Rififi, el clásico policial del cine francés, fue
candidata al Oscar y ha sido objeto de varios remakes.

Leo en El Nacional el trabajo del periodista Rafael Osío Cabrices sobre la
captura del comando paramilitar invasor y me parece el tema ideal para que
Monicelli hubiese hecho la segunda parte de “Los Desconocidos de Siempre”.

Un sujeto que debe suponerse es de los estrategas de la operación armada,
contrata a dos conductores de la línea de autobuses Monterrey-Baruta- El
Hatillo para que trasladen a un equipo de softbol a Valencia. En la fecha y
hora convenidas, uno de los choferes se presenta con su esposa y su pequeño
hijo y el otro con la novia y el asistente. El estratega les dice que las
acompañantes y el niño no pueden ir porque los pasajeros, es decir los
deportistas, eran unos borrachos que podían propasarse con las damas. De
mala gana y bajo protesta las señoras accedieron a este requerimiento.

Cuando la esposa de uno y la novia del otro volvían a sus casas en taxi, la
primera recibió en su celular una llamada del esposo: “Mi amor, anota rápido
esta placa que nos está siguiendo un carro raro”. La señora escribe con su
lápiz labial el número de la placa pero -aquí comienza lo bueno- observa que
justo en sentido contrario vienen los autobuses con los supuestos jugadores
de softbol. Pidieron al taxista que les hiciera señales con las luces y de
pronto el carro “raro” se atravesó en el camino para cerrarles el paso. El
taxista maniobró su vehículo y logró escapar con las pasajeras. La novia de
uno de los choferes lo llama y le pregunta si está secuestrado, la
respuesta: “Estoy durmiendo en mi casa güe …” no deja lugar a dudas. Y es
cuando deciden llamar a la Policía Municipal de El Hatillo y esta a su vez
llama a la Metropolitana. Llegaron los policías con las señoras al lugar
donde habían visto por última vez los autobuses y se los encontraron de
frente, pidieron refuerzos y lograron detenerlos. La esposa de Castro -uno
de los choferes- no hace caso al marido que le pide irse y sube al vehículo;
se levanta un tipo con la mano en el mango de la pistola que tiene en el
cinto y le dice -con marcado acento colombiano- “Señora usted no sabe lo qué
hace, me está echando todo a perder”. ¿Me estás amenazando? le contesta ella
pero por súplicas del marido vuelve con los policías; su niñito llama
llorando al papá; el colombiano nervioso llama y llama por su celular. Un
subcomisario de apellido Hernández se pone al frente de la operación y saca
a relucir su pistola Mágnum; entonces el colombiano le pone su Sig Sauer en
la sien al policía y este hace lo mismo con la suya en la sien del
colombiano. ¡Qué escena de antología! como de Chaplin: El subcomisario: “Si
me vas a matar mátame, yo te mato a ti”. Y el colombiano: “Si me matas mis
hombres matan a todos los que están aquí”. Pero ninguno de los dos sufrió un
rasguño.

Total que después de varias horas de territorio tomado por la planta
insolente de estos invasores extranjeros, las dos policías ya presentes
avisaron a la Disip, a la Cicpc y a la DIM y entregaron la operación.

Gracias a la heroica actuación de estos tres últimos cuerpos policiales,
reforzados más tarde por la Guardia Nacional, la Policía Militar y quién
sabe si el Ejército, la Marina y la Aviación; el gobierno democrático,
revolucionario y transparente del Comandante Chávez (ese mismo que nunca ha
dicho una mentira ni ha pretendido engañarnos como si todos los venezolanos
fuésemos niños en edad preescolar) logró abortar la más osada incursión de
paramilitares del vecino país dispuestos a tumbarlo, magnicidio mediante.

La próxima vez en vez de enviarnos paramilitares como éstos, Colombia debería
prestarnos al libretista de “Betty la Fea” o de “Café con Aroma de Mujer” o de “Las Juanas”,
Seguro que construyen una telenovela mil veces mejor que las del Centro de Planificación Estratégica de Miraflores. Y por último, vivan los celulares: la mejor de las armas en tiempos de guerra bufa y vivan las mujeres que, como bien dijo el jefe de los invasores, “lo echan todo a perder”.

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