Opinión Nacional

¿Lo que le salga del forro?

Una de las más perversas consecuencias del régimen chavista ha sido la distorsión del concepto de democracia que ahora tienen muchos venezolanos. Hasta algunos adversarios políticos de Hugo Chávez han llegado a dar por buenos los argumentos solapados que usa el oficialismo. Entre estos está que en una democracia manda el que tiene la mayoría y puede hacer lo que le da la gana.

Desde los orígenes históricos de la democracia ateniense, los gobernantes democráticos actúan con limitaciones. La democracia antes que el gobierno de los hombres (o de un hombre) es el gobierno de las leyes. No se concibe, entonces, una democracia sin reglas. Cuando apareció la democracia fue precisamente para diferenciarse de la tiranía, del despotismo, del gobierno sin reglas.

Tan importante es que el gobierno lo ejerza el grupo que obtiene la mayoría en las elecciones como que tal grupo se acoja a las reglas de la democracia. No es más importante la regla de la mayoría que la de la división de poderes, por ejemplo. Y no hay democracia tampoco si no se respetan los derechos humanos.

Hitler y Lenin, en sus inicios, llegaron a tener las grandes mayorías a su favor y ninguno de los dos gobernó democráticamente. (Algunos tratan de endilgarle a Stalin todas las desviaciones del sistema comunista pero ya Lenin había sembrado la estructura de terror y eliminación de las libertades públicas y la miseria económica; es algo parecido a los “románticos” que creen ver en el Che a un revolucionario puro e ingenuo, inocente de sus muertos y de su nefasta administración de la economía cubana).

En el caso de Chávez, se puede decir –como diría Bolívar de la Independencia– que obtuvo en 1998 el derecho de gobernar a costa de todos los demás bienes de la democracia. Desde un comienzo ha desconocido las reglas democráticas que establecía la Constitución de 1961, vigente para el momento de su elección primigenia, y las que en un lenguaje lamentable y con grandes fallos dicta la actual de 1999.

Y es que hasta aquella mayoría que se veía fuerte e invencible se ha ido desvaneciendo desde 2002. Sólo las trampas de un CNE presidido por quienes luego fueron premiados (Carrasquero como magistrado del Tribunal Supremo de Justicia y Jorge Rodríguez como Vicepresidente Ejecutivo de la República, Alcalde del Municipio Libertador de Caracas y actual jefe del comando de la campaña re-re-reeleccionista) y la inercia del ventajismo, el desfachatado clientelismo y la persecución política han logrado mantener ese espejismo. En 2007 y en 2010 la victoria de la Unidad Democrática no pudo ser desconocida, a pesar de las rabietas del jefe rojo-rojito.

Hoy se puede ver claramente que esa mayoría chavista se esfumó. Pero la idea que han querido imponer, aunque no lo digan muy claro, es que el que gana las elecciones (habría que añadir que no importa cómo) puede hacer lo que le da la gana. Para eso tiene la mayoría, para eso “es el pueblo”.

El trabajo de pedagogía que nos toca a todos los demócratas es exigente. Hay que volver a explicar a los venezolanos más desprevenidos algo que parece que han olvidado: el gobierno no puede hacer lo que le da la gana y elegir un Presidente no es nombrar un rey absolutista de los tiempos medievales. Siempre se habla del igualitarismo de los venezolanos, pero en estos casi catorce años hemos permitido el despotismo de un funcionario que se ha desempeñado de manera muy diferente al común de los ciudadanos. Un empleado que se nos alzó y ha manejado los bienes de la nación como exclusivamente suyos para empobrecernos y enriquecer a otros países.  

En el debate electoral actual, la competencia no es equitativa,  hay que denunciar las violaciones a las reglas democráticas y luchar incansablemente porque cambien las condiciones en que se dan las elecciones. Y hay que enseñarle a la gente que lo olvidó o a los jóvenes que nunca lo aprendieron que un gobernante democrático debe cumplir las leyes y no puede hacer lo que le da la gana.

 

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