Opinión Nacional

Líderes mesiánicos

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Después de ver la excelente película “La caída” sobre los últimos días de Hitler en su búnker de Berlín, una sobrina me preguntó la misma pregunta que yo, al igual que muchos, me hice múltiples veces en el pasado: ¿Cómo es posible que uno de los pueblos más cultos del planeta escogió y se dejó gobernar por un loco de semejante nivel? Si bien la respuesta no es simple, creo que una de las razones que más influyó para ello fue la frustración, rabia e impotencia que los alemanes padecieron en los años que siguieron a la I Guerra Mundial, debido a la torpe imposición de un tratado de paz absurdo por parte de los vencedores de la gran conflagración, que, como bien predijera J. M. (%=Link(«http://analitica.com/va/economia/opinion/2479922.asp»,»Keynes»)%) en 1919, no podía acarrear otra cosa que consecuencias nefastas.*

El caos que se vivía en la Alemania de los años veinte, caracterizado por la hiperinflación, el masivo desempleo, el creciente endeudamiento para cumplir la ominosa carga de los pagos por reparación de guerra, y las pugnas políticas intestinas, era terreno fértil para el florecimiento de un liderazgo mesiánico como el de Hitler, quien con promesas de acabar con el caos y traer la prosperidad logró que su partido pasara de ser una agrupación marginal en 1928, a la primera fuerza política de Alemania después de la elección parlamentaria de julio de 1932.

Una vez nombrado Jefe de Gobierno, o Canciller, a fines de enero de 1933, se inició el proceso político que lo transformó en poco tiempo en el dictador absoluto, sin que nadie pudiera hacer nada para impedirlo. Esto, además de llevar a la devastación y al caos, condenó a millones de personas a perecer como producto de un abyecto y depravado seudo proyecto racial, o como consecuencia de la II Guerra Mundial.

Si bien la historia está llena de casos de líderes mesiánicos que alcanzan el poder, en muchos casos por vía legítima, por el descontento popular con el statu quo y del deseo de cambio de la sociedad, también nos enseña ésta que esos proyectos políticos acaban sucumbiendo. Las desviaciones y ausencia de pragmatismo, el mal ejercicio gubernamental y la errada asignación de recursos, hacen que esos gobiernos se transformen en ineficientes y corrompidos, teniendo que acudir a prácticas represivas para someter el creciente descontento popular. Finalmente, éstos caen, yéndose con ellos sus sueños de larga permanencia en el poder.

* Ver mi último artículo “Keynes, el visionario”
Escrito el 1 de marzo de 2006 y publicado en El Universal el 4 de marzo de 2006.

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