Ley de universidades necesidad o complicidad
La Ley de Universidades o de la educación universitaria, o de educación superior, en cada caso es imprescindible establecer, asunto de principio, que cada una de estas denominaciones tiene un fundamento ideológico sobre el cual se erige la arquitectura de la ley. En las dos últimas denominaciones se evidencia el privilegio de la universidad, de la educación superior, de ser por definición la profesionalización o lo que en el lenguaje de la Ley de Universidades, vigente, se denomina función docente. Y esta se sabe para qué es, formar los profesionales que “el país necesita”, garantizar el ascenso social mediante la acreditación del más alto nivel de un oficio específico.
Y su universo interno para esta satisfacción, se iba llenando de facultades en función de tales oficios, dispensador de profesiones y de ese modo, ningún oficio quedó fuera. Profesionales de la ingeniería, medicina, etc., hasta los exquisitos formadores de formadores, profesores, formar para que otros formen, conformaron el menú. En términos de nuestra historia, es el privilegio de la docencia, cuyo más alto objetivo, único, quizá sea, la profesionalización. Pero esconde más esta ideología, por una parte, suponerla como la continuidad del proceso educativo anterior, y este, en segundo lugar, como el responsable del progreso, el desarrollo y aun de la libertad. Pero lo trágico de esta pseudo comedia en no interrogarse qué tipo de sociedad se tenía, así, en un país cuyo sector comercio copa casi toda la actividad económica, las profesiones que “el país necesita” son, pues, las que complacen, en primer lugar, a ese “usuario”, por tanto la universidad multiplicó carreras como economía, administración, contabilidad, etc. En el campo de las ingenierías, mas o menos lo mismo y así, mientras la ciencia y el arte le fueron ajenos. La universidad no se interroga y se complace al clímax por el número de graduados que exhibe como sus laureles. Mucho menos se interrogó sobre su relación con el sistema educativo global, y, en consecuencia, no solo se asumió como uno inter pares, lo cual ya es una contradicción, sino como su meta, la meta y modelo de todo el sistema.
Nadie puede negar las bondades de sus resultados, pero la no reflexión sobre su particularidad y haberse reducido a ser eso, que reitero, ha sido útil, la limitó muy severamente. Cierto que la universidad en su aquí y su ahora tiene correlación con el modelo educativo, pero no su identidad, ni su continuidad mecánica, sino que ésta es en lo teórico parte de la misión de la universidad, orientar al modelo, pero no subsumirse en él, que necesariamente está en dependencia del modelo político económico y, mas aún, del modelo de estado hegemónico. La universidad debe asumirse como una continuidad discontinua, quiero decir, como una real ruptura, en el plano teórico, porque para la universidad el problema central es crear ciencia, descubrir la verdad, crear arte y en ese proceso su meta axiológica es la libertad, por oposición al Estado que, por necesidad, es la opresión. La magnitud de ésta es proporcional a las conquistas de la libertad que se han objetivado en la vida social, en la política, también en la economía, etc. De modo que las contradicciones libertad (universidad) y la represión, la sumisión (el Estado) son mayores según sea la cualidad estructural del poder del ese Estado y las expresiones políticas de sus gobiernos. Pero, además, la universidad es también una ruptura con los modelos educativos precedentes. Estos son, en primer término, un medio de adaptación y sumisión del ser social a las ideologías hegemónicas del modelo de Estado imperante que, además, en el plano ideológico puede variar su violencia, puede justificarla mediante diversas ideologías en segundo término. Un Estado fundamentalista, teocrático se autojustifica por sus fundamentos, por sus dogmas y en su nombre hace cuanto decide pertinente para preservarse, un estado democrático, hace lo propio, aun incurriendo en aberraciones en función de sus propios dogmas, la democracia como hecho ahistórico puede ser uno de ellos, tal cual podemos observar en la invasión a Irak; sean esos ejemplos para la consideración. Las dificultades, pues, de la universidad son diversas. Mientras en los Estados totalitarios, autocráticos, etc. la universidad tiene que refugiarse, muchas veces, en el silencio y su vida se resuelve en su lucha por poder hablar, en las sociedades abiertas, la universidad tiene en la palabra su más eficaz medio para garantizar más allá de su propia existencia, la existencia de la libertad. La libertad sin consciencia del sujeto, del ciudadano, no existe, es mera manipulación e, incluso, alienación.
De este conflicto y en ese conflicto, que es natural de la universidad, ha hecho de la autonomía una necesidad. Y esta no es solamente ser libe ante el Estado, ser libre ante la sociedad, darse sus propias normas de funcionar, ni la inviolabilidad de sus espacios, es eso, pero es mucho más que eso. Su autonomía es en el plano ético, también en el orden moral, la majestad que la universidad alcanza por sus hechos, por la producción de conocimientos, por su creación de tecnologías, por la creación artística, en una palabra por la AUTORIDAD que la universidad alcanza por su trascendencia y por sus acciones cotidianos, que necesariamente tienen que ser diversas a la contingencia y circunstancias que la rodean. No puede ser la universidad el reflejo de la sociedad. Esta es una justificación para explicar sus desviaciones, sus perversiones, las aberraciones propias del poder que se aposenta y se hace dueño de ella. El hacer política de la universidad es su función ética de orientar al país, y sus medios legítimos, derivan, se organizan y emplean según sea su fundamentación y validez científica y de su orientación ética. La universidad ha de ser política pero nunca un espacio de la REALPOLITIK. Esto –para el caso venezolano ha sido casi su muerte – es el poder real de gremios, autócratas, grupos, partidos, que han logrado la casi desaparición de los órganos institucionales, claustro, asambleas, consejos de facultad, consejo universitario, devenidos en legalizadores de la arbitrariedad gremial, grupal y, aun de sectas. La perversión de la Realpolitik es la que alimenta las propuestas tales como la universidad democrática, popular, protagónica, participativa y más adjetivos y en su nombre se la convierte en caja de Pandora, en donde los votos valen mas que las ideas, donde las ideas no existen ante la irracionalidad del voto-poder. Donde, en fin, los mercaderes se han apoderado del templo y el Adolescente Jesús les tiene tanto miedo que no se le ocurre expulsarlos como ayer hizo.
Al lado de esta, sin duda, compleja verdad, se ha de señalar otra. Considerar que la universidad es una igual entre tantas cosas que conforman el “subsistema de educación superior”. Grave error, la Universidad es una particularidad, sus fines, su axiología, muy distinta NECESARIAMENTE distinta a los tecnológicos, institutos de educación superior, etc.…A estos últimos, sus fines son inevitablemente mas inmediatos y deben y tienen que responder a necesidades que han de ser resueltas según determine el Estado y está en función, en el mejor de los casos, de interés y el bien común. Pero pueden ser estratégicos, las instituciones militares, sean ejemplo, en fin, fines mucho más inmediatos y finitos. Este desconocimiento es una de las grandes fallas de los “expertos” educadores que se plantean cosas como estas, las transferencias, las equivalencias, y en el mejor de los casos como integrar a esas nobles instituciones con la universidad o viceversa, tal como si ese fuese un problema y no procedimientos reglamentarios de sencilla elaboración y evaluación. La universidad requiere el reconocimiento de su ser en sí, tal como de alguna manera lo contempla la Constitución (Por cierto, no es esta una propuesta chavista. Ese artículo y otras aportaciones de importancia capital sobre investigación, educación superior, ministerios de ciencia, tecnología, arte, fueron entregados por el rector Neuro Villalobos, entre otros, a Chávez y a Chirinos, ex rector UCV…y los constituyentitas mutilaron la propuesta, pero mas o menos se resguardó la concepción de autonomía, es bueno señalarlo porque la historia es presa de la “verdad” del poder). Quiere decir esto que no debe haber una norma que los interrelacione? Decimos si. Ya se infiere de lo dicho antes, pero por razones de lógica, de principios, la ley de universidades ha de recoger lo que es esencial a la universidad, concebida como lo que es, ser en el mundo con pertinencia histórica, buscar ser una inter pares en el conjunto universal de la universidad; debe regular la transparencia en su funcionamiento para evitar las aberraciones del poder –que hoy la consumen – debe garantizar la pertinencia de la universidad, su función docente, pero, debe garantizar que su pertinencia, su docencia, sean la forma expedita en la cual se objetiva la investigación científica, tecnología, estética y ética de la universidad.
Si una ley no tiene resuelto este problema central, si lo desconoce, si una ley no tiene claro que la propia universidad debe ser concebida para la producción de conocimiento, para la búsqueda de la verdad, para la libertad y ésta en función del en sí de la ciencia para que ésta crezca y de la pertinencia social a la cual está obligada con orientación ética para resolver los problemas del país, entonces, la ley sería un mero recetario para funcionar respondiendo a intereses grupales gremiales, sectoriales, personales, y para la satisfacción de los imponderables del poder contra la razón. En este momento revisar la Ley del 58, (De Venanzi, Sanabria, Pizani,…), la reforma del 70 y los reglamentos, 66 de Leoni y otro de Caldera II, puede darnos la respuesta que permita que la universidad sea lo que es y tiene que ser. Ser en el mundo, existir en Venezuela. Reiteramos que en el marco de esta hicimos con Armando Aniyar, observaciones de Luis Fuenmayor Toro y dos expertas de la OPSU, la propuesta de formalizar un REGLAMENTO GENERAL de la ley vigente, en donde se perfecciones la autonomía, en donde no haya cabida a la trampa de la Realpolitik. La universidad no es el reflejo de la sociedad, ha de ser su negación crítica.