Opinión Nacional

Lecciones del día 2

Los resultados del referéndum convocado para aprobar o improbar el proyecto
de nueva constitución presentado por el presidente Chávez, merecen muchos
análisis y reflexiones. A la euforia de los opositores y a la frustración de
los seguidores del proyecto chavista, han seguido una calma y un clima de
normalidad que lo primero que enseñan es que a la población de este país le
horroriza llevar la política al campo de batalla. La violencia que encuentra
caldo de cultivo en las zonas de mayor marginalidad y que cobra decenas de
vida cada día, es la que ha impuesto la delincuencia común exacerbada por el
consumo de alcohol y de drogas y sin freno alguno por parte de los cuerpos
policiales. Para nuestra desgracia, muchos de sus integrantes forman parte
de ese sub mundo criminal. Pero la gran mayoría de los venezolanos,
independientemente de las posiciones políticas que éstos hayan asumido en el
pasado y que asumen ahora, prefiere no llevar sus diferencias más allá del
intercambio verbal y de algunos pescozones, eso que Gonzalo Barrios llamaba
las “trompadas estatutarias”.

La violencia queda reducida a una minoría de la cual forman parte personeros
del régimen que -como cosa curiosa- son civiles. Cabe destacar en esta
categoría a una diputada quien no conoce otra manera de hacer política que
no sea el insulto, el abuso y la fuerza bruta. Quizá por rechazo a esos
métodos, en su estado natal -Táchira- que ella representa en la Asamblea
Nacional, la opción del NO obtuvo un triunfo rotundo. Aquí no habrá guerra
civil a pesar de todos los vaticinios tanto de serios analistas como de
astrólogos, videntes y otros especímenes. El empeño por infundir terror en
los opositores mediante bandas de motorizados y demás antisociales que
portan armas de fuego y están al servicio de algunos alcaldes conocidos por
ignorar el respeto a la vida humana; es inútil. Cuando estos maleantes deben
enfrentarse a multitudes no dispuestas a dejarse amedrentar, desisten y
huyen. La primera lección es entonces la pérdida del miedo a las fuerzas
paramilitares del régimen. Ni reservistas ni milicianos ni Círculos
Bolivarianos ni Tupamaros pudieron mover un dedo para impedir que la
voluntad popular se expresara libremente y para que se la respetara.

La segunda lección deriva de esa primera y es el derrumbe de un mito
construido y solidificado a lo largo de nueve años: la invencibilidad de
Chávez. Todo lo que se dijo sobre su carisma, endiosamiento, populismo,
compra de voluntades con recursos inmensos para regalar, etcétera, etcétera,
sumado a los fraudes de los que se suponía fuimos víctimas recurrentes; se
derrumbó por el peso de una oposición que se organizó para cuidar los votos
en las mesas de todos los centros de votación, que tuvo el cuidado de tener
todas las actas en sus manos, que permaneció despierta y vigilante hasta la
madrugada del día siguiente a la elección y que se mostró decidida a no
dejarse atropellar. No eran aún las ocho de la noche cuando la palabra firme
y seria de Gerardo Blyde, dirigente de Un Nuevo Tiempo, la sonrisa fresca y
triunfal de Jon Goycochea, líder del movimiento universitario y la alocución
escueta, clara y firme del general Raúl Isaías Baduel, ex ministro de la
Defensa; fueron suficientes para saber que algo trascendental había cambiado
para la oposición y en general para el país. El carómetro funcionó como
nunca: en la rueda de prensa que ofrecieron el vicepresidente Jorge
Rodríguez y el ministro Jesse Chacón, acompañados de otros dos miembros del
comando electoral chavista; la sonrisa forzada del primero y la expresión
fúnebre del segundo fueron más elocuentes que todas las palabras.

Cuando ya en la madrugada del día siguiente, la presidenta del Consejo
Nacional Electoral dio los resultados que marcaban la derrota del empeño
presidencial por liquidar la esencia democrática de la sociedad venezolana,
supimos que Chávez era derrotable electoralmente y que ése debía ser el
camino ahora y siempre, sin atajos de golpes militares, caracazos o
cualquier otra fórmula contraria a la democracia.

Después vino el discurso de Chávez que, como suele suceder, empezó dando
muestras de algún sentido de grandeza para terminar en la misma miasma
(estado dinámico en que se encuentra la fuerza vital de cada individuo y que lo
predispone para enfermar de ciertas patologías) La lección que sacamos es que
esa cabra siempre tirará al monte y que no aceptará como corresponde, la derrota
sufrida. Él si buscará atajos para imponernos muchos de los cambios que la
mayoría de los electores venezolanos rechazó el 2 de diciembre de 2007.

¿Desistirá de sus propósitos de cercenar el derecho a la propiedad privada, de
cubanizar la educación de nuestros niños, de restarle poder a la fuerza armada
regular para instaurar una milicia paralela, de intervenir las universidades públicas
y eliminar su autonomía, de clausurar los pocos medios de comunicación audiovisual
que no están bajo la bota chavista, de transformar a Venezuela en una república
confederada con la Cuba fidelista, etcétera, etcétera? La lección que nos ofrece el
triunfo electoral del domingo 2 de diciembre es que si bien Chávez dista mucho
de ser un demócrata y continúa teniendo el absoluto control sobre todas las
instituciones del Estado, no existe fuerza que pueda derrotar a una sociedad movilizada
en defensa de sus derechos. La batalla, para usar las palabras del presidente guerrerista,
pero en nuestro caso por la democracia, apenas comienza.

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