Opinión Nacional

Lección de amor y sexo para curas católicos

Esta es mi experiencia personal; la de un hombre heterosexual, sexagenario, felizmente casado con su actual esposa durante 38 años continuos—hasta ahora—que ni remotamente pretende ser la explicación absoluta sobre la relación entre los  extremadamente complejos amor y sexo humanos, pero si un punto de partida para que ustedes comiencen a corregir sus muy erradas posturas y creencias actuales.

Soy muy curioso y tenaz cuando quiero saber la verdad sobre algo, y lo que he averiguado hasta ahora sobre el amor y el sexo humanos, proviene de experiencias desde mi pubertad rodeada de la ignorancia sobre los procesos biológicos que gobernaban mi sexualidad y la de quienes me rodeaban, hasta mi adultez guiada firme, estricta y disciplinadamente, por el método de la investigación científica, y por conocimientos universitarios sobre la biología, psicología, sociología y comportamientos políticos, religiosos y económicos de los seres humanos; períodos durante los cuales fui hijo, hermano, primo, compañero de estudios y profesor desde estudiantes de educación básica hasta universitarios postgraduados tanto venezolanos (incluidas varias etnias indígenas autóctonas) y de miembros de culturas europeas, americanas (del norte, centro, sur y caribeñas), africanas, asiáticas, australianas, y de diversas creencias religiosas.

Mi carencia más notable es la de no haber sido padre, pero si tío y padrino de numerosos sobrinos y sobrinos-nietos, que van desde la “mas nuevecita” (una hermosísima niña que recién celebró su primer cumpleaños), hasta mi sobrina mayor (ingeniero en computación; madre de una pareja de preciosos niños aún menores de diez años), otras dos sobrinas aún solteras (una ingeniero química postgraduada en administración de empresas, y otra ingeniero petrolero, y una tercera que es abogada) y varios otros sobrinos varones, entre los que hay desde ingenieros mecánicos y en computación hasta licenciados en educación—unos solteros, otros casados sin niños aún, y otros que ya son padres—casados o solteros—).

Adicionalmente, fui bautizado, confirmado y casado dentro del rito cristiano, católico y romano, creencias que reemplacé progresivamente; a medida que crecía mi educación científica, por mi certeza de hoy, de que no existe nada ni nadie sobrenatural y que todas las creencias religiosas—desde; por el ejemplo, el vodún haitiano (que es lo mismo que la umbanda y el candomblé brasileros y la santería cubana), hasta los ritos judíos ortodoxos y creencias hinduistas, budistas, sintoístas, animistas y etc.—son todas buenas—para la humanidad y pueden coexistir armoniosamente con la ciencia; excepto en algunos aspectos, que la evolución científica ha demostrado que son primitivos, y a veces hasta nocivos para la humanidad.

Dicho eso; aunque el amor y el sexo pueden ser nítidamente separados y definidos independientemente, ellos están inextricablemente fundidos el uno con el otro—no sólo entre las parejas heterosexuales, sino también entre las homosexuales, bisexuales y transgénero—comportamientos sexuales que son todos naturales; siempre han existido y seguirán existiendo, aunque igualmente siempre; los no-heterosexuales, constituirán una pequeña minoría en comparación con los heterosexuales—comportamientos todos, que no pueden ser aprendidos, ni son “contagiosos”, sino gobernados por el genoma y el epigenoma humanos.

Todo amor se origina siempre a primera vista, es eminentemente físico, y gobernado—o más apropiadamente explosionado—por los cambios biológicos producidos por la pubertad, la que a su vez obedece a la más poderosa de las urgencias biológicas naturales: aparearse para contribuir a la sobre vivencia de la especie—y más específicamente—del paquete genético que porta cada individuo (hembra o varón) que es único; sin duplicado entre los aproximadamente 6 mil 900 millones de seres humanos que existen en la Tierra en junio de 2009—y aunque luzca como un contrasentido, este es el mismo amor a primera vista que ocurre entre homosexuales, bisexuales y transgéneros.

Esto último puede comprenderse mejor, cuando observamos el aún existente amor entre parejas heterosexuales ancianas, cuando por razones naturales la pasión física se ha extinguido—en los no-heterosexuales, este amor “anciano” es el mismo que también sigue existiendo en la pareja heterosexual, cuado su pasión física también se ha extinguido por razones esencialmente biológicas—y no es un amor sucio, feo, perverso ni pecaminoso, sino exactamente el mismo que existe entre los heterosexuales.

El amor es parte del natural gregarismo humano; el que con muy escasas excepciones, impulsa a todo ser humano (hembra o varón) a compartir su felicidad y su tristeza—y otra larga lista de sensaciones y emociones—con otros seres humanos—y en el caso específico del amor, con uno (y a veces más de uno) específicamente—lo que se descubre a medida que la relación de pareja madura y quienes la componen van internalizado su capacidad para mantenerla; aún a costo de experiencias desagradables o no deseadas, por el resto de sus vidas—mientras que otros, tienen ciertos límites auto-impuestos, que los obligan a ponerle fin a la relación luego de un período de tiempo (que puede durar desde días hasta décadas) y ser reemplazado por una vida en solitario (sexualmente activa o inactiva); o en una pareja diferente. Esto lo determina la interacción entre las personalidades de los miembros de la pareja y las circunstancias naturales, ambientales, culturales, laborales y de otra naturaleza, que escogen—o se ven obligados—a compartir.

Dentro de ese contexto del amor, el sexo no es más que el clímax de la expresión del sincero, natural y legítimo amor que cada miembro de la pareja siente por el otro—y es de mayor importancia mientras más joven sea la pareja—pero nunca; ni en la juventud ni en la ancianidad absolutamente indispensable—con las naturales excepciones que siempre existirán entre la inmensa diversidad de personalidades humanas (no existen dos iguales).

Las razones, motivaciones, impulsos, características del amor y del sexo, son los mismos tanto en hembras como en varones heterosexuales, como entre los miembros de parejas homosexuales, bisexuales y transgénero; simple y llanamente porque todos ellos son una misma especie de vida: Homo sapiens sapiens; así que a pesar de las obvias y claramente visibles o discernibles diferencias entre un cuerpo femenino y otro masculino, las acciones de seducción y cortejo son llevadas a cabo por ambos—existiendo una enorme gama de comportamientos dictados por la cultura, la familia y la época.

No es posible definir un amor “normal” ni un sexo “normal”; sólo los extremos claramente delictivos como por ejemplo, la pedofilia, la violación y el incesto—que son predefinidos en formas diferentes por las leyes de cada cultura; porque hasta el sadomasoquismo, cuando es practicado entre personas adultas conforme a un contrato consensual, es considerado socialmente aceptable en algunos sectores de muchas comunidades humanas—y ello se debe a que el comportamiento sexual humano es innato, al estar predeterminado por algunos de los genes, y abarca un espectro parecido al de la energía electromagnética que va desde las ondas de radio hasta la radiación gamma e incluye a todos los colores visibles al ojo humano.

Y a pesar de la complejidad del amor y de la sexualidad humana; éstos no son la “vara mediante la cual debe ser medido” el valor para cualquier sociedad de las personas, porque independientemente de su género (hembra o varón) y de su comportamiento sexual (heterosexual, homosexual, bisexual, transgénero, “mojigato”, “pervertido”, y otro largo etcétera), todo ser humano es capaz de lograr alcanzar la excelencia en cualquier actividad rutinaria, humanista, artística o científica, en la que participan los seres humanos.

Ya la responsabilidad social de definir que es un comportamiento sexual aceptable, inaceptable y / o delictivo, no es de la competencia de la religión—de cualquier religión—sino de los cuerpos legislativos, judiciales y gubernamentales constituidos por cada comunidad humana autónoma; generalmente llamada estado (una figura jurídica) o nación (el conjunto de personas).

Luego de más de dos mil años, la comunidad cristiana, católica y romana—y en particular la residente en Norte, Centro; Sur América y el Caribe, no puede seguir definiendo cuales son los comportamientos sexuales socialmente aceptables, como los mismo del primer año del primero de esos pasados milenios—que no transcurrieron en América.

Es tiempo de que de la misma manera en que el actual Papa Benedicto Décimo Sexto, eliminó al Limbo que supuestamente recibía el alma de los niños fallecidos sin ser bautizados, reexamine sus posturas sobre su actual celibato, su homofobia y su misoginia (posturas ante la sexualidad humana)—que no se corresponden con la realidad actual de la humanidad.

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