Las verrugas de mi ciudad
Si algo ha causado desasosiego en el seno de la sociedad venezolana, ha sido la anarquía incitada por el populismo afianzado estos últimos años en su afán por controlar el mayor espacio posible de desenvolvimiento cotidiano. Ante tan repugnante razón, ha buscado imponer una historia manipulada con grosero sectarismo. La cultura popular, las tradiciones religiosas, el costumbrismo arraigado en valores morales dirigido a exaltar la amistad por la cual se acrecentaba la concepción de familia y se reafirmaba el gentilicio como expresión de identidad, alcanzaron a borrarse del panorama que describía la idiosincrasia del venezolano respetuoso, querendón y cumplidor.
Hoy puede decirse con entera facultad, que el país se ha congestionado de problemas no sólo acumulados, sino de nuevo cuño. Pero además, deberá reconocerse que Venezuela se ha desbaratado en razón de la desidia que ha acompañado la actual gestión gubernamental. Por tanto hay que aceptar, con todo lo que ello embarga, que el país se ha afeado en términos de la prestancia que caracterizó a sus principales ciudades.
Mérida, por ejemplo, otrora Santiago de los Caballeros de Mérida, así llamada por el abolengo, cultura y educación de su gente, está convertida en un caos de mayúsculas proporciones. Su desarraigo de tradiciones y sublimes costumbres, desmembró su genuina realidad en términos de lo que había significado el apego a situaciones de familiaridad y religiosidad, lo que ha devenido en un estado de inquietud incitado a su vez por la arruinada condición de su estética o belleza urbanística. Habida cuenta de que en otros tiempos, su acicalada imagen llegó a caracterizarla y definirla no sólo como ciudad universitaria. También, como una ciudad turística cuya oferta la basaba tanto en las bondades que su geografía brindaba, como del aposento en el que se circunscribe su historia. Pero asimismo, en el desvelo por la ciudad que procuraban sus habitantes y la generosidad del merideño, desde lo cual se esculpió el hermoso concepto de “merideñidad”.
Hoy, al igual que muchas ciudades venezolanas, incluyendo Caracas, con la vergüenza que causa considerarla parte del conjunto de ciudades carcomidas por la abulia propia de un populismo que sólo atiende y entiende la obtusa necesidad de hacer proselitismo político-electoral, Mérida presenta un rostro maltratado. Un aspecto que para nada se corresponde con las expectativas que podría detentar cualquier turista que se ilusione por la ostentación de un destino preparado no sólo por una organización. Sino además, por la belleza natural y el bordado de historia y de costumbrismo que tal oferta turística pudiera prometer. Sin embargo, las realidades son otras.
Mérida ahora se transformó en una ciudad atropellada por una visual que no respeta naturaleza ni rasgo que manifieste historia o cultura. La copiosa presencia de repugnantes vallas comerciales o políticas que irrumpen la placidez de una ciudad que sólo queda en el recuerdo; calles repletas de basura que contaminan vidas y esperanzas; avenidas oscuras que invitan a la inseguridad; fachadas de casas que hablan de apegos coloniales pintarrajeadas con alusiones políticas que hablan de un descuido instituido; frontispicios de emblemáticas instituciones tatuados con toscas inscripciones que sólo anuncian odio y resentimiento; un urbanismo golpeado por diseños disociados de la arquitectura que no alcanzó a seguir estudios y propuestas realizadas por una universidad compenetrada con la ciudad que la alberga; el desorden impuesto por un grotesco buhonerismo permitido por funcionarios gubernamentales que empeñan su ideología política por desvergonzadas prebendas; un ensordecedor ruido que contraviene la invitación de la naturaleza a disfrutar su silencio.
Tan grotesca situación tiene a Mérida y a muchas ciudades, en el más vasto abandono. La decrepitud pareciera ser criterio de gobierno para justificar la indolencia e ineptitud de gobernantes y legisladores prestados para afear la ciudad. Fortunato González Cruz, abogado y académico, ha denominado esto: Mérida en negativo. Es como hablar de las verrugas de mi ciudad.
VENTANA DE PAPEL
UN 23 DE ENERO SIN CONTENIDO
La conmemoración del 23 de Enero, fecha ésta que recuerda el fin de la dictadura del general Marco Pérez Jiménez, pasó sin mayor resultado. Fue más la bulla que la cabulla que se hizo por glorificar tan digna fecha que evoca el esfuerzo y abnegación de un pueblo que prefirió la democracia a la tiranía. Fue más el alboroto que armaron quienes se han endilgado el protagonismo político nacional desde posiciones de poder gubernamental, que las respuestas que de este hecho pudieron derivarse.
En consecuencia, ello significó una absurda paradoja toda vez que las realidades vigentes parecieran ceñirse al mismo estilo de gobierno que hace 55 años fue duramente cuestionado. Justamente, lo paradójico de todo esta situación deriva de un oficialismo que pretendió criticar lo que estos mismos gobernantes emulan a través de una gestión despótica y autoritaria.
Además, con el auxilio de un discurso que no representó nada nuevo. Por el contrario, reveló la precariedad doctrinal que caracteriza la ideología socialista bajo la cual se busca igualar por debajo a Venezuela con atrasados y decadentes países.
Puede entonces afirmarse que la conmemoración del 23 de Enero de 1958, no devino en propuestas que animaron alternativas de desarrollo económico y social para la Nación. No hay dudas de que ese día pasó sin arte ni parte, sin gloria ni memoria. Desafortunadamente, fue un 23 de Enero sin contenido.
DEL SERVILISMO MÁS RANCIO
Cualquier cambio de denominación que afecte el gentilicio entendido como el adjetivo que denota identidad, sentimiento de libertad y expresión de dignidad, es contrario a lo que exhorta el concepto de ciudadanía cuando refiere que ser ciudadano es tener desarrollado el sentido de identificación y pertenencia del lugar donde se interactúa social y políticamente con el hábitat donde la persona se desenvuelve con responsabilidad, derechos y deberes.
La intención de cambiarle el nombre al Estado Mérida o peor aún a la ciudad de Mérida, es simplemente un vulgar acto de grosera arbitrariedad e irrespeto no sólo a la condición de demócrata que hay en quienes sueñan con la construcción de una patria grande donde se siembren libremente las esperanzas de todo individuo que se entrega en alma, vida y corazón por el futuro del terruño que lo vio nacer.
También, es expresión abierta de crasa ignorancia y de un insolente desconocimiento de la historia que describe el detalle de lo que se gestó en tiempos colmados de problemas que asfixiaron compromisos. Pero que además, incitaron respuestas de derecho y de justicia por las cuales se alcanzaron las realidades a partir de las cuales se dirimen las posibilidades que dan asiento al ordenamiento jurídico que fundamenta la concepción de un país político, económico y social, con principios de solidaridad, reconocimiento, concurrencia y corresponsabilidad como bien ordenan las leyes venezolanas.
Por tan trascendente razón, no debe ni podría aceptarse el hecho de que se desdibujen o alteren las determinaciones por las cuales, el honor de abnegados predecesores y progenitores, talló con sacrificio la historia que hoy honra a Mérida. Así que resulta contraproducente al espíritu histórico y jurídico, contravenir lo que en principio la vida política le brindó a Mérida haciéndola digna merecedora del esfuerzo que la edificó en todos sus órdenes.
Es inaceptable que por cualquier desvarío populachero animado desde los predios del Consejo Legislativo del Estado Mérida, quiera cambiársele su nombre. Esto constituiría un acabado testimonio del servilismo más rancio.
@ajmonagas