Las verdades de felipe
Frase mortal la que pronunció Felipe González en su reciente visita al país: “No conozco ningún país en el que la nacionalización de empresas privadas haya servido para beneficiar a la gente, y no para aumentar el poder del mandatario que toma la medida”. Felipe tuvo la cortesía de no referirse a Chávez de forma directa. No le hizo falta. Le sobró con enseñar la soga en la casa del ahorcado. El ex presidente del Gobierno español describió de forma sencilla lo que ocurre en Venezuela desde hace casi siete años: las empresas públicas, especialmente PDVSA, se usan como instrumento para abrochar el inmenso poder del comandante. Por eso es que el socialismo del siglo XXI, que se vende como ilusión hasta en el Parque del Este, muestra el mismo rostro estatista e intervencionista de todos los socialismos conocidos en el planeta desde que V.I. Lenin y sus bolcheviques tomaron por asalto el Palacio de Invierno en octubre de 1917.
El socialismo no puede ser ni cristiano, ni bolivariano, ni venezolano. Es pura y simplemente socialismo. Así, a secas. El socialismo lleva inscrito en su código genético la impronta de la colectivización de los medios de producción, el ataque a la propiedad privada y la planificación central. La propiedad sólo se preserva en aquellas áreas que no son consideradas estratégicas por los gobernantes y el partido. ¿No es acaso de lo más socialista la manera arbitraria como Chávez maneja la industria petrolera? ¿No estamos los venezolanos cada vez más alejados de poder participar como accionistas y propietarios en ese negocio, uno de los más lucrativos del mundo? ¿Discute y concierta Chávez o alguno de sus ministros, digamos Jorge Giordani, con los sectores productivos del país las medidas que se adoptan? Nada de eso. El estatismo socialista sirve para atemorizar y chantajear. Ahora el autócrata colocó en la mira a Sidor, empresa que hace algunos años se puso en venta porque el erario público no podía seguir manteniendo semejante rémora. Finalmente apareció un alma caritativa que se apiadó de nosotros y la compró. En su delirio socialista de nuevo el autócrata amenaza con reestatizarla.
¿Dónde está lo nuevo del socialismo del siglo XXI? En ninguna parte, pues hasta frases tan trilladas como “democracia directa” o “democracia participativa” -en boca de los seguidores del régimen que van a los programas de VTV o de Vale TV- son sólo formas distintas de llamar a las “democracias populares” que supuestamente existieron en la Rusia soviética, en los países de Europa oriental y en los países africanos que alcanzaron su independencia bajo la égida de organizaciones marxistas. La “democracia popular” o “directa” es la fórmula que Marx, Engels y Lenin contraponen a la democracia representativa o “formal” propia del capitalismo y la burguesía. Ante esa democracia “decadente” el marxismo levanta la otra, la socialista, esta sí genuina. Desde 1999 sabemos en carne propia lo que significa democracia de masas: círculos bolivarianos, esquina caliente, cercos a RCTV y a Globovisión, invasión de inmuebles desocupados, y fincas y fundos productivos, kino para aplastar a la oposición en las elecciones para la Constituyente y, más reciente, “morochas” para acabar con el sano principio de la representación de las minorías, conquista clave de las democracias consolidadas y derecho establecido en la Constitución. A lo largo de estos años hemos padecido todos los rigores de la “democracia directa”, y también hemos visto cómo en la Asamblea Nacional se acaba con la democracia representativa: se modifica al antojo de la mayoría oficialista el Reglamento Interior y de Debate para que el Parlamento se acople a los intereses del MVR; se ignora o aplasta (según las circunstancias) a la oposición; se pierde toda capacidad de control y de contrapeso del Ejecutivo. En el área política, por lo tanto, hemos visto de qué manera opera el socialismo del siglo XXI. Constatamos que funciona igual que en todos lados: de forma autoritaria. Eso sí, recubierto del maquillaje que permite conservar las formas y fórmulas democráticas: cierta apertura de los medios de comunicación y elecciones.
En el plano económico el socialismo chavista es tan vetusto como el “socialismo científico” del trío Marx, Engels y Lenin. Si se le compara con el período que arranca en 1958 y concluye en 1998, ¿qué ha ocurrido durante el septenio chavista: la economía se ha liberalizado o se ha estatizado aún más? ¿los controles y el intervencionismo estatal han aumentado o disminuido? ¿el sector privado contribuye más que antes con el PIB o su participación ha caído? El ciudadano Presidente de la República dirá que cualquier involución que se haya producido en este campo habrá que atribuírselo al paro golpista. En cuyo caso tendrá que decírsele que su afirmación es falsa. Desde que llega a Miraflores en 1999 asume un proyecto interventor de carácter socialista. Las dos leyes habilitantes que el Parlamento le concede, sobre todo la segunda (2001), poseen ese perfil. La vocación estatizante y colectivista de Chávez no constituye una respuesta defensiva al paro, sino el desarrollo de un plan definido desde hace mucho tiempo y reafirmado en noviembre de 2004 en Fuerte Tiuna, cuando esbozó el nuevo Mapa Estratégico. Esta visión centralista y autoritaria de la economía explica que haya acabado con la autonomía del Banco Central, y que mantenga el control de cambios en un país que posee en reservas internacionales, según sus propias palabras, más del doble de lo que necesita.
Como le recomienda Manuel Malaver, sería muy interesante que Chávez se diera un paseíto por los hoy países liberados de Europa oriental, y en ese escenario hablara de las bondades y novedades de su socialismo del siglo XXI. Podría irse acompaño de algunos de sus partidarios. También sería bueno que se llevaran bastantes curitas y mercurocromo.