Opinión Nacional

Las mil caras de la envidia y la hipocresía

La hermosa e inteligente, además de joven y audaz, María Corina Machado desajustó todas las piezas de la endeble maquinaria chavista, luego del espaldarazo de George W. Bush. Toda la ironía y sorna con las que Hugo Chávez suele referirse al mandatario norteamericano, quedaron sepultadas por el diluvio de insultos proferidos por las pobres Cilia Flores e Iris Varela, a quienes les asignaron la ingrata tarea de agredir a la reina de Súmate. Esta labor también la asumieron para sí la corte masculina del régimen y, cosa extraña, algunas periodistas inteligentes que han escarnecido a María Corina por haberse atrevido a presentarse ante el Presidente norteamericano para denunciar las graves irregularidades que existen en el país en el área electoral. Con todo, la pieza dramática montada por el gobierno no llega ni a sainete.

Cuando Chávez abandonó Yare, su primera salida fue para Cuba donde fue recibido con honores de Jefe de Estado por Fidel Castro. En ese momento nació esa relación de fraternidad que les cuesta a todos los venezolanos miles de millones de dólares al año. En noviembre de 2004 se conmemoró con bombos y platillos en La Habana el décimo aniversario de esa fecha, trágica para nosotros, aunque espléndida para la decadente dictadura de Fidel, que desde ese momento aseguró la construcción del dolarducto que ahora va de Caracas a la capital de la isla antillana. Las visitas recurrentes de Chávez a Fidel dejan exánime la Hacienda de nuestro país, pero llenan el bolsillo insaciable de Castro. ¿Se quejan de esta entrega dispendiosa los dirigentes del MVR? Al contrario, la celebran. ¿Protestan los acólitos de Chávez los apretones de mano, abrazos y recursos que el mandatario venezolano prodiga a Evo Morales, enemigo del progreso de los indígenas bolivianos y líder demagogo que ha levantado un cerco en torno a la sufrida capital del país del Altiplano, con el único fin de derrocar al Gobierno de Carlos Mesa e implantar una suerte de socialismo indígena que terminaría de hundir a ese país en la miseria más absoluta? No. Lo festejan. Morales es huésped de honor de todos los aquelarres izquierdistas que promueve Miraflores. ¿Le pidió permiso Hugo Chávez al país para utilizar aviones, carros y camellos con el propósito de saludar a Saddam Hussein, y de paso provocar a Bush, en momentos en los que había disposiciones expresas de la ONU que impedían visitar al déspota del cercano oriente? Con ese encuentro les dio una bofetada a todos los demócratas del mundo, sin importarle lo más mínimo. ¿Se avergüenza de elogiar y fotografiarse con Robert Mugabe, otro dictador al que los colmillos le llegan al piso? Al contrario, el tirano le parece de lo más reilón. Entonces, ¿qué tiene de malo que el símbolo de una organización de la sociedad civil que está siendo perseguida por un régimen autoritario se reúna y aparezca fotografiada con el jefe de Estado de la primera nación democrática del mundo? Pura envidia. Chávez ha buscado esa misma entrevista, pero Bush no ha encontrado cinco minutos en su apretada agenda. Está claro que no quiere apuntalar un gobernante que, además de llamarlo “pendejo”, mantiene la democracia pendiendo de un hilo.

La envidia y la hipocresía del Gobierno se le nota sobre todo cuando sobreactúa. Los gestos impostados los descubre el pueblo con facilidad. La marcha del pasado sábado 28 de mayo, convocada para atacar al Imperialismo y denunciar el terrorismo, fue un desastre. Sirvió para que los bolivarianos satisficieran su apetito de consumo, mientras los comerciantes del Sambil alimentaban su afán de lucro. La gente necesita el dinero que generosamente le entrega el Gobierno para que se movilice desde los cerros o desde el interior hasta la avenida Bolívar, pero no se come ninguno de los dos cuentos que narra el régimen. No ve en los Estado Unidos ningún ogro del que haya que salir espantado, ni cree que la lucha contra el terrorismo sea sincera. Si Chávez fuese consecuente en su combate a los terroristas no sólo se ocuparía de solicitar la extradición de Luis Posada Carriles, también habría condenado a Ilich Ramírez, “El Chacal”, el terrorista más buscado del planeta hace apenas unos años. Sin embargo, su actitud fue completamente distinta. Al llegar a la presidencia de la República una de las primeras cartas que escribió se la dirigió al famoso criminal. Cada una de sus líneas destilaba almíbar y admiración por el terrorista. También habría demonizado a los matones de las FARC y del ELN, cuya calificación como terroristas fue planteada por Álvaro Uribe en la ONU. Habría hecho lo mismo con los psicópatas de la ETA, repudiados por la inmensa mayoría del pueblo español y calificados como terroristas por la propia ONU. Habría satanizado a la red Al Qaeda que consiguió cobijo en la satrapía del Hussein con quien Chávez compartió mesa y carro. El 11 de septiembre de 2001 cuando el comando de Al Qaeda derribó las torres gemelas habría tronado contra esa monstruosidad. Sin embargo, su primera reacción fue comparar el alevoso atentado con el hambre de los niños de Bagdad. Sólo fustigó a los facinerosos cuando Fidel Castro apareció deslindándose públicamente de Bin Laden y su pandilla.

Aparte de su silencio complaciente con organizaciones de delincuentes que bañan de sangre las naciones donde actúan, el Presidente venezolano apoya a líderes que se mueven en las fronteras del terrorismo y la insurrección. La izquierda subversiva de Bolivia, Ecuador, Argentina, Perú y Centroamérica se beneficia de la mano generosa del caudillo vernáculo. ¿Cómo creerle a un régimen dirigido por envidiosos y farsantes?

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