Las listas Rodríguez
Circula por las redes y llega hasta la prensa al inaugurarse el año, en buena hora librándola de su secreto, la primera “lista negra” de Nicolás Maduro. Y puede llevar el nombre de su autora, la ministra de chismes palaciegos, Delcy Rodríguez.
Imagino que debido a su “inmadurez”, a la misma le provoca hilaridad su estulticia, que no es solo delito sino estupidez.
Quizás, el efecto esperado por el régimen al que sirve sea presentar a los integrantes de aquella como irresponsables, por pasar navidades lejos de la patria – no fue mi caso y me incluye – dejando en el abandono a los venezolanos. Olvida, sin embargo, que al viajar al extranjero, cada venezolano lo hace hacia la patria de los exilados. Y a mi turno, al fin y al cabo, viajar es mi oficio. Escribo y denuncio cada semana, sea desde Buenos Aires o Miami, ora desde el puerto de Cádiz o acaso donde me topa el equinoccio por causa de mi trashumancia.
Por lo visto, la Rodríguez no conoce al país, cuyas mayorías al morir prefieren ir a Miami antes que al cielo. Eso sí, la imberbe secretaria de información peca de falaz e insincera. ¡Y es que no muestra la otra nómina!, la de su entorno oficial, la de quienes viajan en aviones privados a lo largo de todo el año, no propiamente a La Habana y para revisar sus cuentas en dólares y saborear las mieles del capitalismo salvaje; salvo cuando les sorprende una mala racha y les ocurre lo que al gordo Antonini en el aeropuerto de Buenos Aires o a la misma pariente de la ministra, en el aeropuerto de Panamá.
Mi apreciación, no obstante, va a lo sustantivo, al tema nada trivial de las “listas” y su reedición por Maduro. Es el mejor dato de su deriva militarista y su débil situación como presa del círculo castrense que lo rodea. El primer strike se lo pasan al apenas inaugurarse como ocupante del Palacio de Miraflores, cuando le montan a su lado un aparato de espionaje para controlar y sobre todo para controlarlo, el CESPPA.
La “Lista Rodríguez”, no se olvide, llega precedida por otra de mayor talante, millonaria en membrecías, y llamada Tascón por su autor material, el fallecido diputado Luis Tascón. Hugo Chávez, quien también se despide lejos de la patria como Cipriano Castro, es quien ordena formarla para perseguir y declarar “muertos civiles” a sus adversarios, pues osan manifestar sus deseos de revocarle el mandato.
Esa otra lista pudo llevar otro nombre en propiedad, pues quienes la entregan al parlamentario citado para sus aviesos propósitos, violando deberes constitucionales, son Francisco Carrasquero – actual Juez Supremo – y Jorge Rodríguez, a la sazón, ambos, Rectores Electorales y el último, hermano de la ministra soplona.
El caso es que las listas, cuando surgen en gobiernos como el actual, tienen un único propósito: provocar miedo, crear terror, inhibir y demostrarle a los inscritos en ellas que son per-seguidos, se les pisan los talones, no cuentan con el mínimo de privacidad, ni tienen seguridad.
Esa experiencia la desarrollan los dictadores Videla y Pinochet en el Cono Sur. No hablo de los Castro pues en sus listas están todos los cubanos, sobre todo quienes les sirven como sus espías y pro-cónsules.
Fue célebre, así, la “lista negra” de los militares argentinos, donde aparece el nombre de Julio Cortázar – que nada le dirá a la Rodríguez – pues a través de su pluma denuncia los crímenes de la dictadura y ésta se encarga de prohibir sus libros. La lista es elaborada por un tal “Satarsa” quien comanda a la canalla de los soplones, para que luego decida la Casa Rosada qué hacer al respecto.
La “rata” de Satarsa – así le cita recién el periodista Álvaro Cuadra – no se contenta con preparar el “sobordo”. Al principio es así. Enumera las piezas de su cargamento humano e identifica a los “peligrosos” con su propio puño y letra, hasta que al paso, al hacerse más endeble y timorata la satrapía a la que sirve con fidelidad de bufón, decide tirar al océano todo aquello que en su lista le atormenta. La necesidad de la amnesia le hace presa.
Lo trágico es que esa amnesia se mantiene pasada la circunstancia, en los hacedores de las nóminas infamantes. Pinochet, durante el juicio al que se le somete por los crímenes de lesa humanidad de su CESPPA – la DINA – es el ejemplo: ¿Es cierto que para neutralizar a los opositores se confeccionaban listados según su tendencia política, se disponía su ubicación…? le pregunta el juez y aquel responde: “Pudo haber sido como usted dice”.
La cuestión, en suma, es que cuando se hacen listas su uso apunta a la barbarie. Y este es fatal “cuando la palabra deja de ser fácil lisonja para el poderoso… y comienza a ser otra cosa”, es decir, memoria de las violaciones de derechos humanos en las que incurre para sostenerse en el poder.
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