Opinión Nacional

Las impugnaciones

Tenemos sobradas razones para dudar de las condiciones éticas de Tibisay Lucena, presidenta del CNE. Es ella una de las que ha avalado desde ese cargo el programa continuo de fraudes electorales cometidos en los últimos años. Y sus antecesores: el inefable doctor Carrasqueño, el que le robó a los electores venezolanos un millón de firmas y co autor de la implantación de la nefasta “Lista Tascón”. O después Jorge Rodríguez. Los tres nos merecen las mismas interrogantes: por ello dudamos de ellos. Pese a ello los sucesos políticos y electorales prosiguen. Hoy no podemos olvidar, antes de trazar los comentarios que siguen, que fue Tibisay Lucena la responsable que no se informara al país los verdaderos resultados, numéricamente hablando, del referendo del 2 de diciembre de 2007. Y la responsable también de que nunca se haya hecho público el último informe de aquella elección, la cual, pese a ser ganada ampliamente por la oposición, ha quedado administrativamente trunca.

Pero ayer(noviembre 27,2008) la señora Lucena ha declarado que el CNE recibirá y procesará todas las impugnaciones que se presenten como consecuencia de las elecciones del pasado domingo 23 de noviembre.

Pero sabemos, y a eso vamos, que está claro que la mano negra del CNE, de la doctora Lucena, intervino para cambiar y alterar varios resultados el domingo pasado y no reconocer a tiempo los triunfos de Salas Feo en Carabobo y Pérez Vivas en el Táchira. Menos mal que en manos de la oposición están los resultados válidos, tanto los de Barinas como los de la Alcaldía de Maracay. También protestó Tibisay Lucena por los sucesos violentos, protagonizados por los seguidores del presidente, cuando trataron de impedir en Maracaibo la proclamación del nuevo gobernador y del nuevo Alcalde. Otro tanto sucedió en Los Teques a la hora de la proclamación del gobernador Capriles.

Y, consecuencia de esto, las conductas intolerantes están comenzado a pulular. Pero ellas son la antítesis de cualquier comportamiento democrático. Lo propio de este sistema es reconocer al triunfo del adversario y respetarlo. Proclamar otra el “gloria al vencedor, honor al vencido” del mariscal Sucre. Y no propalar, como lo que hace la iracunda Iris Varela, que “ahogará” al nuevo gobernador del Táchira en vez de ofrecer su concurso, eso sería lo correcto, a la resolución de los problemas de esa región a lo cual podría contribuir desde el parlamento. Este es otro mal ejemplo. Y de lo que necesita Venezuela, con urgencia, son buenos ejemplos, buenas conductas.

Pero ambos declaraciones de Tibisay Lucena deben ser bienvenidas pero debe tomarse a beneficio de inventario porque el CNE no es precisamente un organismo que haya exhibido ética alguna en sus ejecutorias. Allá fue donde se fraguó y realizó el inmenso fraude del 15 de agosto de 2004.

Pero además, hay que decirlo con sentido común, y los intelectuales estamos precisamente llamados a decir la verdad, así esta duela: no es posible creer a la funcionaria Lucena. Entre otras cosas porque a lo largo de los últimos años en ningún momento ningún reclamante, ningún impugnador de la oposición, ha logrado ser escuchado, los resultados revisados y de haberse aclarado que él o ella serían los legítimos electos se les haya colocado en los puestos para los cuales fueron elegidos.

Pero la cuestión es mucho más grave, se sitúa más allá de las acciones del CNE. Es en eso en lo que nos queremos fijar mirando incluso una lección de nuestra historia. Y ese punto es que es política de este gobierno intolerante, sabemos que el CNE es apenas una oficina del ejecutivo y allí simplemente se cumplen allí las órdenes de Miraflores. Así Tibisay Lucena y los demás, llamados, no sabemos por qué, “rectores” del CNE, se han convertido en unos simples empleados de la casona de Misia Jacinta y no en la cabeza de un poder autónomo.

Pero lo más grave, más allá del CNE, es que esta administración tiene como norma de actuación no escuchar, burlarse y vituperar al que reclama. Por ello sabemos que las impugnaciones por más se hagan no llevaran a nada: ni el verdadero gobernador electo de Barinas ocupará su posición ni tampoco se concederá la victoria, pese a tenerla, al nuevo alcalde de Maracay.

Pero esto nos lleva a un punto mucho más álgido. Nos lleva a la política central del presidente Chávez: creer que siempre tiene la razón y no escuchar nunca, en ningún momento, las voces que protestan o aquellas que piden justicia. Tanto que están llevando a la nación a la organización de un acto de justicia típico de Fuenteovejuna porque sino hay justicia la algarabía popular emergerá con valentía.

Pero lo más grave, y creemos que esta es la lección más profunda, es que el comandante Chávez no se ha dado cuenta que debe ser norma de todo gobernante escuchar, que para nada sirve tener poder sino se escucha.

Y esto es una norma política del vivir venezolano que nos viene de los días de la Independencia. Pero Nicolás Maquiavelo(1469-1527) de estar vivo nos secundaría en nuestra reflexión. Y de hecho lo hace hoy desde sus reflexiones sobre la prudencia que consignó en El príncipe(1513).

Desde el rico filón de nuestra memoria nos ha llegado este testimonio: en 1812 doña Juana Antonia Díaz Padrón, la única mujer que participó en los sucesos del 19 de abril de 1810, madre de dos próceres, tuvo una actuación, brevísima pero significativa, que dejo establecido un principio en nuestro vivir político. Esa noticia la trae Augusto Mijares(1897-1979) en su estudio “Los oidores de Monteverde”. Es un párrafo que no tiene pérdida: “En la historia de Venezuela existe un hermoso episodio… En 1812, y bajo el terror desatado por Monteverde, la madre de Mariano y Tomás Montilla fue a reclamar ante el jefe canario para que se aplicara en beneficio de sus hijos perseguidos la capitulación acordada con Miranda. Pero Monteverde era precisamente de esos gobernantes que para no hacer justicia comienzan por impedir que se la reclamen, y tardó en recibir a la orgullosa matrona; entonces ésta se retiró indignada, pero no sin dejarle un billete de reproche que terminaba con este apóstrofe:”¿Y para que quiere gobierno sino escucha?”(Lo afirmativo venezolano. Caracas: Editorial Dimensiones, 1980,p.98. El subrayado es nuestro). Añade don Augusto a pie de página esta observación:”Archivo Nacional de Caracas. Sección “Capitanía General”. Documentos sin catalogar para la época en que tomé esa ficha”(p.98,nota). Estamos pues ante un testimonio histórico documentado. De hecho las frases de la señora Díaz Padrón han quedado como un apotegma de la política venezolana: los que tienen poder están obligados a escuchar sino deben salir del poder.

Y por lo tanto Chávez hoy y sus funcionarios, Tibisay Lucena entre ellos, están obligados a escuchar y a tramitar sin hacer trampas las impugnaciones que les sean presentadas. De hacerlo con corrección, incluso enfrentándose al nepotismo presidencial, estarían actuando bien y quizá lograrían que la gente apoyara su acción. De darse esto, debemos decirlo, sería un raro ejemplo del chavismo porque si algo está lejano a él es la conducta ética. Y la política sin moral no nos lleva a ningún lugar, decía el Libertador. La política con ética es constructiva. A los chavistas, al presidente y a Tibisay Lecuna les convendría mucho leer y meditar en las conclusiones del celebrado libro del gran pensador español Fernando Savater: Etica para Amador, allí se darán cuenta de sus obligaciones, sobre todo del deber en que están de hacer justicia.

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