Las FARC o la crónica de una tomadura de pelo anunciada
No lo pudo decir mejor el canciller colombiano, Fernando Araújo, quien al referirse a los cambios de lugar y fecha de la reunión en la cual Hugo Chávez y Manuel Marulanda darían inicio a la negociación del canje de rehenes en poder de las FARC por irregulares prisioneros del gobierno de Álvaro Uribe, afirmó “que las FARC, como en otro momento con Suiza, España y Francia, sencillamente le están tomando el pelo a Chávez”.
Mamadera de gallo que en cualquier caso debió ser parte de las prevenciones con que el gobierno colombiano se involucró en la negociación, salvando, de un lado, su responsabilidad en lo que lucía desde el comienzo como un gigantesco fraude, y del otro, evitando que, tanto los rehenes, como los presos, fueran víctimas de una burla sangrienta como pocas veces se ha visto en los tiempos en que traficar con rehenes por ventajas políticas, económicas o de otro orden, está a la orden del día.
No era la situación de Hugo Chávez, experto el mismo en tomadura de pelo, y que dado los niveles intensos de identidad, comunicación y solidaridad que mantiene con las FARC y su comandante en jefe, Manuel Marulanda, era imposible no conociera cuáles eran las verdaderas intenciones de la guerrilla más vieja del mundo al simular algún tipo de interés en la posibilidad de que los rehenes pudieran ser intercambiados por presos políticos.
De modo que si hay en Colombia y Venezuela un ciudadano, o grupo de ciudadanos, a los cuales se les haya tomado el pelo con relación a la buena fe con que actuaron Chávez y Marulanda, pues no son otros que el mismísimo presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez, su canciller, Fernando Araújo, el negociador, Juan Carlos Restrepo, y todos y cada uno de los funcionarios del actual o pasados gobiernos neogranadinos que conociendo a sus interlocutores, los resultados de negociaciones anteriores, accedieron ingenuamente a que se fraguaran de nuevo las frustraciones ya conocidas y sufridas en la solución de tan grave y doloroso asunto.
Y con ellos, la opinión pública de los dos países, los rehenes, los presos y sus familiares y los millones de latinoamericanos que sienten el conflicto colombiano como suyo y harían lo imposible porque la patria de Nariño y García Márquez vuelva a recuperar la estabilidad que perdió desde que la guerrilla y el narcotráfico se turnaron para acabar con la paz y el estado de derecho.
Sobre todo en circunstancias que, tanto Marulanda, como Chávez están sacando un jugoso provecho de la ola de publicidad automática, gratuita y creciente que les está generando su presunta gestión humanitaria, recuperando el perfil y la imagen que perdieron desde que quedó claro que ambos son dos stalinistas y castristas convictos y confesos y dispuestos a llevar adelante sus delirios sin detenerse en cuestión tiempo, costos, sangre y sufrimientos.
Digamos que en minucias, como son esas del compromiso que dos políticos del continente deben honrar una vez que aceptan contribuir a poner fin a una situación de horror como es la que viven los 700 secuestrados que llevan casi una década en poder de las FARC.
Lo vimos en el escamoteo o juego de la candelita que Chávez y Marulanda llevaron adelante al darle diferentes fechas y lugares a la reunión pautada originalmente para celebrarse entre el venezolano y delegados de las FARC en Bogotá hace 3 semanas, por un encuentro entre Chávez y Marulanda en Caracas, y después por una invitación que le hacía el Zipá al llanero para que se acercara en plena selva al cambuche desde donde dirige la guerrilla.
Y que permitió precisar hacia dónde se dirigía la estrategia mediática de los dos jefes de la izquierda religiosa latinoamericana en boga, como vía para legitimar la guerrilla y abonarle tantos al maltrecho prestigio político del venezolano.
Estimulados, sin duda, por una opinión pública colombiana que es presa de una hábil manipulación de parte de la guerrilla y sus aliados y los cuales sostienen que los rehenes existen por culpa de Uribe y que basta con un solo y mínimo gesto del gobierno para que vuelvan a sus casas.
En cuanto a Chávez, es evidente que en relación a su imagen, la tenía por el suelo a raíz del cierre de RCTV, el escándalo de la valija de los 800 mil dólares que un empresario relacionado con la estatal petrolera, PDVSA, quiso introducir ilegalmente en Argentina y la reforma constitucional que intenta impulsar e imponer a través del fraude para hacerse elegir como el primer presidente vitalicio de Venezuela y América del Sur.
De modo que en el caso de la negociación del canje y la participación de Chávez y Marulanda para facilitarla y concretarla, es evidente que “se juntaron los mochos pa’ rascarse”, pues sin que pensaran uno y otro que la negociación podía prosperar, no hay dudas que estaban refrescando sus rostros con el consentimiento, financiamiento y aplausos del gobierno y la opinión pública colombiana y venezolana.
A este respecto nada más patético y lamentable que el cambio de opinión experimentado en los medios y el liderazgo político bogotano hacia Chávez durante su última visita a Colombia, quien de autoritario, autócrata, colectivista e intragable pasó a ser percibido como humanista, demócrata, capitalista social de mercado y hasta simpático.
Pesca milagrosa mediática que también aprovechó Marulanda al extremo de que los dos hombres más violentos del subcontinente planearon montar un “Aló presidente” conjunto con Chávez en el Palacio de Miraflores y el Zipá desde su cambuche en la selva, trasmitiendo la imagen de esa revolución sudamericana y andina que es capaz de sobrevivir a todas las derrotas mundiales para mantenerse a la ofensiva con su cauda de desintegrados, intelectuales que se inspiran en las novedades de la redención que vienen de París, Roma, y Nueva York y de jefes de gobierno que creen contra las evidencias que, aparte de la revolución, los revolucionarios tienen otros intereses.
Fiasco monumental que hay que denunciar y condenar por los rehenes de las FARC y sus familiares, por los presos del gobierno de Uribe y sus familiares, por los millones de colombianos y venezolanos que creen que el culpable de las atrocidades por las que 700 inocentes llevan casi una década con sus derechos humanos conculcados, secuestrados y en inhumanas condiciones de vida son otros distintos que Marulanda, las FARC y sus aliados.
Y que la forma de traerlos a casa es por la bondad y humanismo de sus verdugos que simplemente los secuestraron, o por fines extorsivos, o como instrumento de presión política o como escudos humanos para sacrificarlos en caso de que se vean atacados por las fuerzas que actúan para poner fin a tan inhumano estado de cosas.
Y aquí no hay sino que convenir que, no solo los secuestrados, sino también las sociedades de los países donde sufren su martirio y hasta los gobiernos que tienen la responsabilidad y obligación de liberarlos, pueden terminar siendo víctimas del llamado “Síndrome de Estocolmo”, la sociopatía por la cual un grupo de seres victimados termina acostumbrándose, dependiendo, asociándose, defendiendo y confiando en sus victimarios.
Primer paso para la aceptación y legitimación de la subversión que sin duda inventó la fórmula ideal para tomar el poder, no solo con el concurso de quienes la apoyan y respaldan, sino también con la simpatía o indiferencia de quienes dicen adversarla.