Opinión Nacional

Las dictaduras

Quienes vivimos “bajo el signo del terror” (1948-1958) instaurado por los militares que derrocaron el gobierno presidido por el Maestro Rómulo Gallegos, si no somos amnésicos, débiles mentales o degenerados civiles a la caza del primer “hombre a caballo” que asome la nariz por una esquina para darle lustre filosófico y contenido programático al gobierno surgido de la punta de las bayonetas, somos enemigos de los militares que usan las armas de la República para aplastar con sus botas la constitución y sojuzgar la vida ciudadana. A pesar de que todos cuantos han ejercido de tiranos no han tenido formación castrense, siempre han tenido la milicia detrás. Oliveira Salazar, en Portugal, es vergonzoso emblema.

Ahora bien, lo anterior se refiere a las dictaduras tradicionales. Las actuales, las de nueva generación, autodenominadas Socialismo del Siglo XXI, difieren en sus procedencia que no en sus procederes. Todas se proponen el ejercicio del poder absoluto a perpetuidad. La hegemonía tachirense dejó de ser tiranía con la muerte de Gómez. López Contreras, que no fue dictador, maquilló la constitución y redujo el período presidencial de 7 a 5 años y la no reelección inmediata, pero dejó incólume normas como la elección de tercer grado para Presidente de la República, el encarcelamiento y la anulación de la elección de cualquier ciudadano acusado de comunista (inciso 6º del Artículo 32 constitucional), así como no incorporó el principio de la incompatibilidad en el ejercicio simultaneo de un cargo ejecutivo (ministros, gobernadores, jefes civiles, etc.) con la de parlamentario. Era la fortaleza de un régimen de derecha que cerraba el paso a corrientes progresistas en ascenso. Garantizaba la permanencia en el poder los herederos de la Revolución Liberal Restauradora, que no eran dictadores pero tampoco demócratas a plenitud.

Ese gobierno (1936-1941) de signo opuesto al que estamos padeciendo practicó la exclusión hoy reivindicadas por el Socialismo del Siglo XXI. Y eso continuó con la designación a dedo del Dr. Ángel Biaggini, Ministro de Agricultura y Cría, incorporado la línea sucesoria por el General Isaías Medina Angarita, no sin antes derogar la proscripción del comunismo (el Partido Comunista era su aliado) pero sin modificar el sistema electoral más allá del voto a la mujer, sólo para la elección de concejales. La Revolución de Octubre (18-10-45) barrió con el antiguo régimen y sus trapacerías.

Hace 9 años y medio, el hocico de la dictadura asomó en Venezuela y su vaho putrefacto lo contamina todo. Avanzamos hacia un evento electoral en medio de trampas y casamatas. El desconocimiento e insulto al otro, de lo cual no escapan ni sus aliados; la utilización masiva de los recursos del Estado en sueldos para activistas que hagan bulto en su campaña contra la oposición; el amedrentamiento, prometiendo guerra civil si es derrotado, para que los ciudadanos se abstengan de votar; la segregación de quienes firmaron a favor del referéndum revocatorio y, lo actual, la inhabilitación de los candidatos de oposición, sin juicio ni sentencia por parte de tribunal alguno.

Hace 70 años el gobierno sacó del juego electoral a opositores de su gobierno sin violar la carta magna. Sometió sus casos a los tribunales de justicia que, si bien con la socarronería propia del régimen, interpretó y aplico la disposición constitucional. El General López Contreras no tenía vocación de dictador, a diferencia del teniente-coronel jefe de las hordas rojas rojitas que, sin miramiento, penaliza la democrática y avanza, con el mayor descaro, por la trocha que conduce a la dictadura. Y esa trocha finaliza en un desbarrancadero.

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