Opinión Nacional

La voz del pueblo y la de Bush

Uno de los argumentos que ha elucubrado el psiquiatra electoral Jorge
Rodríguez, para justificar su arrogancia de los días previos a la jornada
electoral del 4-12-05, es que él como presidente del Consejo Nacional
Electoral, debía oír antes que nada la voz del pueblo. ¿Y qué le decía esa
voz? Pues nada más y nada menos que una masa humana de diez millones de
votantes que correría a sufragar por los candidatos chavistas, se consumía
en una ansiedad tal que no podía esperar ni un día más para cumplirle al
padrecito Chávez, al partido del padrecito y a todo lo que exigieran las
autoridades electorales nombradas por el padrecito. Por consiguiente era
imposible hacerle caso al gobernador Manuel Rosales, del Estado Zulia o a
esos conspiradores de Súmate vendidos al Imperio, que exhortaban al CNE a
posponer las elecciones.

¿Por qué no creer que en verdad el señor psiquiatra electoral oía voces? Es cierto
que eso por lo general le ocurre a la gente que no está en sus cabales, pero se
han dado casos (que las religionesconsideran milagros) en los que seres elegidos
por la Divinidad suprema han podido oír esa voz venida del más allá o la de alguno
de sus enviados. No podemos descartar del todo que el doctor Rodríguez, cuando
cerraba los ojos en las escasas horas de reposo que le permitía su grave
responsabilidad escuchara ese clamor in crescendo de un pueblo -no de un pueblito
ni de un villorrio ni de una parroquia- sino de diez millones de camaradas
revolucionarios que le decían a una sola voz: ¡el cuatro, el cuatro, el
cuatro! con una fuerza y una imposición mucho mayores que aquel veintiocho,
veintiocho, veintiocho que le costó el cargo a uno de sus antecesores.

Además ¿qué se pensaban esos babiecas de la oposición? Uno les da el dedo
meñique y se quieren agarrar el brazo y hasta más. Ya les había concedido el
retiro de las máquinas captahuellas, lo que causó la molestia del gran jefe
y de otros jerarcas del socialismo duro, incapaces de resignarse a ignorar
cómo y por quién votó cada uno de los 14 millones de electores.

Pero, las cartas estaban no solo echadas sino que había un póker de ases en
manos del oficialismo por donde se las quisiera abrir. El gobierno, con esa
genial idea de las “morochas” electorales, eliminaba cualquier sorpresita de
las tales minorías que menciona la Constitución (una de las cosas que la
nueva Asamblea debe reformar rapidito) de manera que a la Oposición se le
asignaban unos veinticinco diputados para guardar las apariencias y el resto
pan comido y plomo contra el Imperio y sus cachorros nacionales e
internacionales.

¿Cuándo, cómo, por dónde se colaron los agentes de la CIA enviados por Bush
para calentarles las orejas a los adecos primero, casi enseguida a los
copeyanos y a los de Proyecto Venezuela, y 48 horas después a los chamos de
Primero Justicia? No es fácil imaginar el tamaño de las maletas donde venía
la millonada de dólares que debieron repartir. Pero como es obvio, la
conspiración montada por los carceleros del amigo Sadam Hussein no podía
quedarse en las cúpulas de los Partidos; el segundo y el más difícil paso
fue convencer a los candidatos de Oposición para que se retiraran. Ahí
corrió de todo: dólares por kilos y en algunos casos chantajes, una vez que
los agentes de la CIA les mostraban filmaciones comprometedoras. A los
diputados salidores del Zulia tuvieron que ofrecerles como regalos,
automóviles de lujo, yates, aviones, y hasta apartamentos en Miami (green
cards incluidas) según fuesen sus posibilidades de resultar electos. Hay un
rumor que la Inteligencia nacional está investigando y es que el propio
George W. Bush, en una visita relámpago a Maracaibo y disfrazado de Julia
Roberts, fue quien convenció a Rosales de hacer la alocución por TV y hasta
le trajo el texto redactado por su hermano Jeb, gobernador de Florida, que
habla muy buen español y es medio maracucho.

La falla de las autoridades nacionales de Inteligencia, Inmigración,
Guardacostas y control de fronteras al permitir que se colaran los nefastos
agentes del Imperio, se podría perdonar si solo se tratase de esos veinte o
treinta que vinieron con la misión de sobornar o extorsionar a dirigentes
políticos. Pero es que llegaron miles, un verdadero ejército de espías,
agentes dobles, triples y hasta cuádruples, que desparramados por toda la
geografía nacional lograron que los diez millones de votos chavistas se
esfumaran. Las Misiones, Mercal, las becas, subsidios, regalos, y las
promesas del Comandante en cada una de su cadenas ínter diarias, todo quedó
aplastado bajo el peso del poderío capitalista e imperialista. Ni siquiera
los empleados públicos fueron a votar, a pesar de las amenazas (públicas y
televisadas) de la camarada Fosforito, de sus propios jefes, y del más jefe
de todos los jefes. Y muchos votaron pero nulo.

Mientras el psiquiatra aparece ojeroso, pálido, casi demudado sin poder
creer lo ocurrido; el gobierno busca refuerzos en otro Rodríguez, el
bastante parco canciller de nombre Alí. A este le toca la tarea casi
titánica de minimizar los informes demoledores producidos por las misiones
de la OEA y de la Unión Europea. Por su parte los Partidos de Oposición,
igualmente asombrados por las dimensiones del fiasco oficialista -en el que
ellos pusieron apenas un granito de arena- han sido incapaces de reaccionar;
están como paralizados. Se unieron a duras penas para las elecciones
parlamentarias, cada uno tomó por su lado en el momento de retirarse y ahora
a pesar de esa coincidencia casi sobrenatural, no terminan de reencontrarse
para sacarle todo el provecho que ofrece el descalabro chavista. Desde esta
modesta tribuna y corriendo todos los riesgos que el caso conlleva, propongo
que se busquen como enlace, mediador y consejero al jefe de la CIA. Ese
señor que ha logrado convencer a más de diez millones de venezolanos para
que no votaran o votaran nulo, es un genio de la alta política y un mago del
aglutinamiento de opiniones; lo necesitamos con urgencia.

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