La voz de los poetas del exilio
“Y como vas a recoger el trigo
y alimentar el fuego
si yo me llevo la canción.”
León Felipe
LA TRAGEDIA HUMANA DEL EXILIO
Hace casi sesenta años, León Felipe escribió unas palabras de las que luego se retractó, porque pensó que la “España peregrina” no se había llevado nada, ni la “canción”, que se quedó -con los hombres- dentro de España. ¿Tuvo razón el poeta en 1939? ¿La tuvo después?.
No se quedaron sin voz -como años después pudo verse- los españoles del interior; tampoco la perdieron los españoles del éxodo.
Es innecesario repetir una vez más que la mayor parte de nuestros mejores intelectuales y artistas emprendieron el camino del exilio al final de la guerra civil. El número de poetas exiliados es muy grande; la nómina de los que no volvieron a pisar su tierra, sobrecogedora. En algunos casos los poetas salieron amenazados por un posible final como el que tuvieron Federico García Lorca o Miguel Hernández; en otros, partieron en busca de una libertad que sabían imposible en la España fascista. Algunos estaban comprometidos con una ideología, o con un partido político; otros -los más- eran, sencillamente, espíritus liberales.
A pesar del tiempo transcurrido todavía es imposible hallar en las bibliotecas e instituciones culturales de nuestro país la obra de los exiliados -si exceptuamos, claro está, algunos nombres- y la básica información sobre algunos de los poetas en el exilio.
No obstante, se puede afirmar que en todo poeta exiliado, hay un primer momento, más o menos largo, de vacilaciones o de desesperanza, y un segundo tiempo que podríamos llamar de “nostalgia” o de “serenidad”: más o menos cercanamente, la realidad objetiva pesa en estos estados de ánimo. Además, se puede observar que hay un tema común a todo poeta exiliado, “España”, aunque todo exiliado tenga, sin duda, muchas otras preocupaciones.
Era febrero cuando se inicia o agudiza la diáspora. La guerra civil se precipitaba a su final. También hacia su final iba la vida de Antonio Machado que, en Colliure, escribiría su último verso, uno de los primeros versos de la poesía española desterrada: “Estos días azules y este sol de la infancia”.
Mas en 1939 son jóvenes aún -están en su más alto momento de creación- muchos otros poetas. Por ejemplo, todos aquellos que habían nacido alrededor de 1900 -años más, años menos- y que ya en España eran nombres reconocidos. Esos tendrían que seguir viviendo, tendrían que adaptarse a nuevos lugares; tendrían que seguir creando. Nos referimos entre otros a Juan Ramón Jiménez, Enrique Díez Canedo, León Felipe, José Moreno Villa, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Juan José Domenchina, Max Aub, Antonio Aparicio, Rafael Dieste, Francisco Giner de los Ríos, Juan Larrea, Angel Lázaro, Adolfo Sánchez Vázquez, Arturo Serrano Plaja, Lorenzo Varela, José Bergamín, Rosa Chacel, Antonio Espina, José Rivas Paneda, José María Quiroga Pla, Ramón Gaya, José Herrera Petere, Nuria Parés, Emilio Prados, Concha Méndez, Pedro Garfias, Rafael Alberti, Juan Gil-Albert, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Ernestina de Champourcín y Juan Rejano.
Todos los hombres y mujeres cuyos nombres he citado; muchos que no he citado; muchísimos más -sin duda- que desconozco, hicieron en el exilio una obra poética. Una obra poéticamente importante, porque todos y cada uno de los poetas que sufrieron el exilio, representan, ni más ni menos, que un segundo siglo de oro de la Literatura Española.
Las ideas de libertad y democracia por las que todos estos poetas sufrieron y lucharon son hoy la meta trazada por el pueblo español, para que nuestro país se encuentre en el concierto del mundo civilizado.
Estos poetas del exilio, lejos de su patria, trataron de sobrevivir su vida, sintieron la garra de la nostalgia, el incesante recuerdo de unas calles, de unos árboles, de unas casas, de unas fuentes como aquella a la que Rafael Alberti pedía, “que volviera para darle agua”. Supieron de angustia, de dificultades económicas, de falta de medios para enfrentarse con ese cada día y cada mañana. Y tenían razón. El mundo ha dicho que tenían razón.
El recuerdo de estos poetas del exilio nos trae también a la memoria sus antologías poéticas mutiladas, sus versos censurados, el torpe deseo de algunos de ignorar o tergiversar su auténtica personalidad. Todos, todos fueron poetas de la libertad, y por eso se marcharon y por eso vivieron y murieron en el exilio. Sólo con la voz del corazón, para liberar a España de tanto injusto olvido, de tanta injusta persecución en algo tan importante como es el amor y la poesía, recordamos hoy la voz de los poetas del exilio, pues todavía algunos no han vuelto. Y es que como dijo el poeta: “porque en este ataúd continúa el destierro, / el desterrado sigue desterrado en la muerte”.