La vida plana
En la cola del banco dos señoras jóvenes conversan, el tema no es necesario
mencionarlo: Chávez. ¿Qué hacemos? -Mi marido dice que él se va, que si aquí
no hay revocatorio, él no soporta un día más este desastre- dice la gordita,
con el pelo teñido de rubio y cola de caballo. ˆNosotros no, dice la que
está embarazada ¿para dónde y con qué? Aquí lo que nos queda por hacer es
adaptarnos, aprender a vivir con esta realidad. Al fin y al cabo, si uno no
se mete en política tampoco se meten con uno. Los chavistas tienen su
territorio y nosotros el nuestro; yo no tengo nada que buscar en Catia, en
el 23 de Enero ni en el Centro ni ellos vienen para el Este. Mientras
tengamos trabajo y uno pueda ir a un cine, a un restaurant y a Margarita en
diciembre, que los políticos se sigan matando entre ellos-.
Las dos posturas reflejan los extremos del entreguismo que amenaza a una
parte ˆ no sabría decir cuán numerosa- de la oposición de a pie; la que no
tiene otras vías de expresión que no sean marchar, cacerolear y firmar. Las
dos revelan que un sector de la población no ha logrado asimilar la clase de
gobierno que tenemos. No se trata de temer que Venezuela sea una nueva Cuba
como vaticinan muchos, especialmente quienes vivieron la experiencia de la
comunización de ese país y debieron salir al exilio. Venezuela jamás será
como la Cuba fidelista no porque Chávez no lo quiera, sino porque medio país
se lo impide. ¿Qué Chávez tiene el 40 % de respaldo? Es posible, pero hay un
60% que no lo tolera, que seguirá protestando, que quiere sacarlo del poder
y que no se traga ninguna de sus mentiras ni acepta silenciosamente sus
abusos y desmanes. Hay unos medios de comunicación que, salvo que los
clausuren, seguirán dando la batalla. ¿Qué algunos se adapten y bajen la
guardia a cambio de las migajas publicitarias del gobierno? Ha ocurrido y
ocurrirá, pero por razones obvias, los de mayor audiencia y credibilidad
serán los que se mantengan en pie sin doblegarse.
Chávez jamás podrá meterse a este país en un puño porque cometió el grave
error (para su proyecto) de querer hacer una revolución por cuentagotas.
Todas las que uno conoce se iniciaron cortando cabezas, fusilando,
encarcelando y despojando de sus bienes a las figuras emblemáticas del
régimen que derribaron. A ninguno de sus líderes se les ocurrió que debían
guardar apariencias de respeto a los derechos humanos ni fingir como
demócratas. Así era el proyecto original de los golpistas del 4 de febrero
de 1992. Pero haber elegido la vía electoral para alcanzar el poder y luego
enfrascarse durante un año en la pantomima de la Constitución más
democrática del mundo; resultó el plomo en el ala de la revolución. Algunos
opinadores mediáticos y no pocos militantes de la oposición tienden a creer
que Chávez es infalible, que su astucia, inteligencia y genio estratégico
son de tales dimensiones, que logra todo lo que emprende, decide o se
propone. Pues para que vean, en lo más importante, en lo esencial que era
imponernos una revolución, fracasó estrepitosamente. Quizá no estaba tan
equivocado cuando se desplazaba solitario por esos caminos polvorientos,
promoviendo la abstención electoral; se dejó convencer de participar en una
contienda electoral y su propia ambición de poder y la de sus consejeros, le
mataron el gallo en la mano.
¿Cuál es la clase de gobierno que tenemos? Puede ser llamado fascista,
peronista, populista, militarista, marxistoide, autoritario; pero cualquiera
de esas calificaciones si se utiliza aislada, resulta insuficiente o
inexacta. La respuesta más cercana puede obtenerse si metemos un poquito de
cada una en una licuadora. Últimamente muchos columnistas de prensa han
buscado similitudes con el chavismo, en los orígenes del nazismo hitleriano.
¿Es nazi este gobierno? Evidentemente no, pero ha usado técnicas que ese
movimiento político aberrante empleó para alcanzar el poder; una de ellas,
el gamberrismo, es decir, la utilización de delincuentes comunes, de
marginales y de psicópatas, para que hicieran el trabajo sucio de implantar
el terror. Una vez logrados sus objetivos, se deshicieron de esos
inadaptados e implantaron un control férreo del orden público. Para su
desgracia, la revolución bolivariana lo hizo todo al revés: comenzaron con
el respaldo de masas que se movían espontáneamente al primer llamado de
Chávez y rugían de pasión por él y han terminado en el gamberrismo puro y
simple. A ver quién se atreve a meter en cintura a Lina Ron y a sus
pandilleros; son los verdaderos dueños de la calle. Y si el viceministro del
Interior y Justicia se refiere a la señora Ron como si se tratara de la
reina de Inglaterra, es porque ya ni el mismo Chávez es capaz de controlarla
¿Qué queda por hacer para deshacernos de un gobierno como este? Pues
muchísimo. ¿Acaso alguien pensaba que a unos resentidos ávidos de poder, que
esperaron tantos años para caerle como langostas al erario público y que
carecen de escrúpulos; se les puede sacar con unas marchas y unos
cacerolazos? El paro no lo tumbó y quizá el megafraude que intentan contra
el revocatorio prospere. Ahí es cuando empieza de verdad la batalla, no de
las armas que no tenemos pero si la de la resistencia civil real, la que
implica sacrificios, la del abandono de los personalismos y ambiciones
mezquinas de algunos líderes de la oposición y, sobretodo, la de la
inteligencia. Lo contrario es la vida plana, mejor dicho aplanada.