Opinión Nacional

La vida no vale nada

No me voy a referir a la célebre canción del compositor mexicano José Alfredo Jiménez, sino a la situación actual de inseguridad que vive Venezuela, y que bien podemos utilizar este titulo para signarla. En Venezuela la vida no vale nada ni para pobres ni para ricos, ni para la gente del oficialismo ni de sus detractores. Es de tal magnitud la crisis de inseguridad que las comparaciones con las guerras declaradas ya no causan ningún efecto que asombre a uno. El país se tiño rojo desde que irrumpió la “revolución” comunista y no sólo en el simbolismo de sus colores, sino en la sangre que derraman a diario los ciudadanos en la calles de cualquiera de sus lugares. Si seguimos así, el crecimiento vegetativo de la población será equivalente al de los interfectos que nos topamos, cosa que parece una exageración igual que cuando por primera vez alguno dijo que el hampa generaba más muertos que la guerra de Irak. Al final todos se acostumbraron a escucharlo y se convirtió en un lugar común sin que, impresionara a nadie ni siquiera al propio régimen para que hiciera esfuerzos por corregirlo.

Contrariamente las víctimas aumentaron y las variedades del hampa fueron avanzando en materia de secuestros y sicariato; hoy en día en Venezuela ser ladrón o asesino son “profesiones” bastante frecuentes. O nos matan en la calle por causalidad mientras caminamos y nos tropezamos con un enfrentamiento armado entre bandas de hampones, o por seguimiento para quitarnos un celular y darnos catorce tiros. Con las nuevas armas eso de darle dos tiros a las victimas paso de moda, ahora las cacerinas son más grandes y las vacían completas para que no haya ninguna duda de que lo dejaron “pegado” tal como señalan en el lenguaje de los bajos fondos.

El área puede ser cualquiera desde el más lúgubre barrio hasta las majestuosas urbanizaciones de los ricachones de turno. A pesar de tomar las medidas de seguridad que proveen las nuevas tecnologías con circuitos cerrados y cámaras, con cercos eléctricos o el blindaje de los vehículos, el hampa no halla obstáculos en su implacable ascenso. La cantidad de muertos que publican los periódicos son casi siempre superados en la realidad, y el miedo abraza a la población obligándola a recogerse tempranamente. Después de la seis de la tarde se produce el encierro de los vecinos y a quienes se les ocurra incumplirlo estarán expuesto a perder la vida, pues aquí la “vida no vale nada” ni funcionan los planes oficiales y parecieran tener un efecto contrario cuando el malandro se siente identificado en muchos de los casos con el “proceso”.Otras veces las policías no cumplen con su obligaciones, o sus funcionarios aparecen involucrados en hechos delictivos, de manera que a Juan o a cualquier encumbrado hombre de negocios, o de las esferas oficiales puede ocurrirle una desgracia.

A la población la están diezmando, la calle es sinónimo de muerte o de robo, la letra del autor mexicano no relató a la muerte incitada y absurda que hoy acorrala a los venezolanos, empero no deja de ser ella un suceso fatal. ¿Cómo la muerte no nos va acorralar? cuando hay un predicador y una maquinaria montada para estimular la violencia, el irrespeto, las violaciones a las buenas costumbres, para no entrar en detalles a la parte legal o constitucional. La agitación permanente a través de cadenas se convierte en letales recomendaciones, observando al otro día sus resultados, invasiones que más están dirigidas a estimular el odio que a resolver un inconveniente de vivienda, a la destrucción ética de la sociedad no encontrando barreras para acabar con lo estatuido y creado. Ni siquiera se respetan las propias normas que emanan del supuesto proceso. Las revoluciones tienen sus principios pero ésta no, dentro de sus improvisados guías no encontramos un buen precepto.

La idea es destrucción, y con ello la muerte se hace cotidianaza encontrando ejecutores y cultores que quieren arrebatarles sus propiedades a sus auténticos dueños y todo lo que represente un esfuerzo creador o de trabajo. Hay que robarle las cosas a quienes las tienen, a quienes las cultivaron consagrando su vida a un proyecto. Es la barbarie que se impone, es la lucha de contrarios entre el bien y el mal, donde la muerte y la inseguridad se hacen presentes para mantener consternadas a una población que parecía indoblegable, por esto, en Venezuela la vida no vale nada desde que esta “revolución” nos alcanzó para maltratarnos.

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