La vida grabada
Quizá por una vieja deformación profesional suelo revisar con frecuencia lo relacionado con las innovaciones tecnológicas (en su mayoría nacidas en EEUU) que puedan suponer cambios notables en el modo de hacer la guerra. Esos cambios no se circunscriben al campo de batalla, y a menudo tienen repercusiones inmediatas y decisivas en otros aspectos de la vida social.
El magnetrón es un ejemplo. Ese generador de radiofrecuencias extremadamente elevadas, que fue concebido como el corazón de los radares con los que se trataba de descubrir por anticipado las incursiones aéreas enemigas en la II Guerra Mundial y que se ha convertido en un útil elemento culinario dentro de cada horno de microondas doméstico.
Los anteriores inventos que revolucionaron el arte de la guerra consistían principalmente en productos que podríamos llamar manufacturados, desde los estribos, las fortificaciones, la pólvora o los cañones hasta las armas nucleares. Actualmente, el moderno desarrollo de sistemas informáticos de aplicación usual en la vida diaria incide también en las operaciones militares, donde un avión no tripulado puede descubrir un objetivo y destruirlo desde el aire, operaciones controladas a gran distancia mediante sistemas no muy distintos a los que permiten trabajar con un vehículo sobre la superficie de Marte.
Asomado, pues, al mundo de la tecnología del futuro he encontrado algo que, relacionado con la informática, parece a la vez un portento de la ciencia aplicada y una aberrante maldición que se cierne sobre el futuro de la humanidad: la posibilidad de conservar toda la vida de una persona grabada en un pequeño aparato, para poder repasarla cuando se estime oportuno. Ni qué decir tiene que, de tener éxito, algunas posibles aplicaciones de este invento sugieren un futuro muy sombrío.
El hecho concreto es que la omnipresente Microsoft está desarrollando un proyecto denominado «My Life Bits«, cuya finalidad es obtener un dispositivo con ilimitada capacidad de almacenamiento que permita conservar toda la vida de una persona, incorporando nuevos datos a medida que ésta transcurre.
Existe ya un estadounidense que está actuando de conejillo de Indias, pasando a la memoria de su nuevo artilugio informático todo lo que ha escrito (cartas, libros, apuntes), sus fotos, dibujos, conferencias, libros leídos, cine contemplado, música escuchada, conversaciones sostenidas… en fin, todo lo que sus sentidos han percibido.
En el ámbito de este proyecto se están imaginando ya nuevos procedimientos de captación de datos: unas gafas provistas de cámara y micrófono, perpetuamente instaladas, que registrarán todo lo que el sujeto vea, escuche y hable. También se prevén futuros avances, como sustituir las gafas por unas lentillas provistas de microcámara, para que sea más difícil descubrir la capacidad registradora de un interlocutor así pertrechado.
El autor del experimento ya no necesita usar papeles: toda su vida está grabada en un aparato no mucho mayor que un reproductor de música MP3. La cuestión consiste ahora en desarrollar un programa lógico que facilite la recuperación rápida del fragmento que se desee “recordar” dentro de tan ingente cúmulo de datos, problema al que los investigadores de Microsoft están dedicando sus esfuerzos.
No hay que ser muy imaginativo para temer la irrupción de un nuevo y orwelliano mundo, donde las personas lleven registrada la totalidad de su vida en un dispositivo portátil, del que pueden guardarse copias en un ordenador central, naturalmente en manos del Estado. Un ejemplo de posible aplicación: ya no harían falta jueces ni tribunales, pues un programa juzgador buscaría las pruebas, analizando la vida de cada persona implicada en cualquier litigio; valoraría las faltas o delitos y condenaría al culpable. Y así, en otros campos de la vida social.
Pero no hay que temer mucho estas apabullantes noticias que nos llegan desde las vanguardias de la tecnología estadounidense. La astucia humana enseguida encontraría el modo de engañar al sistema; se comprarían y venderían “vidas ejemplares”; se falsificarían datos y a la sombra de todo ello surgirían nuevos negocios y nuevos empleos. Como sucede a menudo, los ciudadanos serios y responsables son los que pagarían el pato. Muchas tecnologías modernas han producido ya este efecto.
Para no dejarse arrastrar por el pesimismo conviene considerar que, por ahora, parece imposible grabar también los pensamientos. De todo corazón hay que desear que Microsoft sea fulminada al infierno si continúa por ese camino, pero siempre que el Word con el que escribo estas líneas siga funcionando bien y el Windows no le falle. ¡Qué le vamos a hacer!
Fuente:
Centro de Colaboraciones Solidarias