Opinión Nacional

La vida cotidiana en Venezuela bajo Chávez

En las elecciones de 1998, un movimiento parecido a lo que en la Alemania de los años treinta se llegó a llamar la “gran coalición fascista”, llevó al poder en Venezuela a un teniente coronel que seis años antes, había fracasado en su intento de echar abajo un gobierno legal por las armas. Con la bandera de la lucha contra la corrupción, Hugo Chávez Frías logró atraer a los sectores sociales marginados pero también a la clase media empobrecida por la inflación, a los medios masivos de comunicación y a algunos restos de la extrema izquierda derrotada en los años sesenta. Ocho años después, gracias a elecciones plebiscitarias cuya pulcritud ha sido muy cuestionada, ha logrado asentar su poder y hoy no oculta su propósito de hacer de la suya una presidencia vitalicia.

En ese ámbito, ¿cuál es la vida del venezolano de la calle, todos los días? Trataremos de responder a esas preguntas poniendo el acento en los tres aspectos más resaltantes de la cotidianidad venezolana del presente: el de la crispación social y política, el del derroche de la riqueza petrolera y el del culto a la personalidad del gobernante.

— I —
Una sociedad crispada

Cuando se sale a la calle, lo primero que se nota en todos los rostros, en todas las actitudes, es una gran tensión. Tal vez no sea el todo correcto decir que eso se perciba en la calle: también dentro de cada casa es evidente, gracias a la omnipresencia del Presidente a través de los medios de comunicación y a la división que ha provocado en el seno mismo de las familias.

¿Cuál es el origen de esa tensión? Por supuesto que sería infantil pero sobre todo mentiroso atribuirla a una sola causa. Ella existe en estado latente desde siempre, en Venezuela como en cualquier otra sociedad.

Y en particular en una tan rápidamente urbanizada como la venezolana, que en poco más de medio siglo pasó de ser un país rural a otro donde más del noventa por ciento de sus habitantes vive en las ciudades; y que, en un siglo apenas, pasó de menos de tres millones de ellos a los veintiséis que la pueblan hoy. La brecha entre los más ricos y los más pobres se amplió con la riqueza petrolera, pero sobre todo la aglomeración urbana la hizo más evidente, más exponencial. Únase a esto los problemas comunes a las grandes urbes: la inseguridad, la agresividad, la contaminación ambiental, la suciedad.

Son problemas que viene arrastrando la sociedad venezolana desde hace tiempo. Pero a partir del arribo de Chávez al poder se vino a agregar un elemento inédito en el siglo XX venezolano: mientras que todos los gobiernos, buenos o malos, dictatoriales o democráticos, jugaban la carta de la paz, buscaban aliviar las tensiones por medio del terror o de una política social más o menos exitosa según la fluctuación de la riqueza petrolera, Chávez ha decidido tomar el camino contrario, el de la guerra.

No es sólo un instinto desarrollado por su formación militar, sino una práctica iniciada con su fracasado putsch del 4 de febrero de 1992. Para un militar no existen adversarios, sino enemigos. No existe discusión sino “ordeno y mando”. Sobre esa base, se ha desarrollado la acción de gobierno del teniente coronel Hugo Chávez, que cada día va abandonando más la designación de “Presidente Chávez”, y prefiere ser llamado “Comandante Chávez”.

El cual ha desarrollado su estrategia guerrera transformando sus adversarios políticos en enemigos del pueblo y de la patria, empleando tres armas desde el inicio: el lenguaje procaz, la agresión física y la provocación pura y simple.

Venezuela ha tenido, en casi dos siglos de historia republicana, no pocos gobernantes venidos de las capas sociales menos ilustradas y generales que jamás pasaron por una academia, ni militar ni de las otras. Pero nunca se había escuchado a un gobernante emplear tal cantidad de procacidades y de insultos dirigidos a quienes se le oponen o tan siquiera discrepen de alguna de sus acciones.

Con una metáfora excremental, acusó así a la Corte Suprema de Justicia de haber puesto “una plasta” antes de intervenirla; aconsejando además a los dueños de diarios de hacer con sus publicaciones un rollo y “metérselos” por dónde uno se imagina. Recomendó a sus contrincantes que convocaban a un paro el uso del Viagra, y en sendos ataques de histeria llamó “pendejo” al Secretario general de la OEA, ladrón al presidente peruano y borrachín al de los EEUU.

En fin, los ejemplos abundan. Pero no se crea que se trate sólo de mala educación. El empleo de ese lenguaje sucio contra quienes lo adversan tiene un solo objetivo: evitar la discusión, el debate de ideas sustituyéndolo por el insulto que pueda provocar una respuesta parecida.

En segundo lugar, ese lenguaje sirve para azuzar a sus secuaces, que, agrupados en los llamados “círculos bolivarianos” muy parecidos a los fascii de combatimento fascistas, no se limitan al lenguaje insultante sino que emplean impunemente el garrote y el revólver como argumento. Cuando a algunos de esos grupos se les va la mano, se les justifica como espontáneos estallidos del “pueblo”.

Por último, la provocación. Chávez mismo confesó que había provocado deliberadamente una crisis en la industria petrolera echando a sus gerentes para acabar con la “meritocracia” y así hacer que se desatase una huelga en la industria que le permitió licenciar a veinte mil trabajadores en lo que tal vez sea el despido más grande en la historia mundial de una industria; para sustituirlos por militares y secuaces ineptos y convertir a la industria nacional en la “caja chica” del partido de gobierno.

El resultado de todo eso es que Venezuela vive en un ambiente de crispación como sólo se conoce en los países en vísperas de una guerra civil. Hay zonas de Caracas por donde no pueden transitar no ya los opositores más conocidos, sino cualquier persona cuya indumentaria denuncia a un “oligarca” (uno de los insultos preferidos de Chávez) sin ser insultado y en ocasiones agredido físicamente. Y por cierto, las primeras víctimas de esas agresiones no son los ricos ni los bienvestidos, sino los reporteros de los medios independientes, no oficiales, a quienes por tales, se les tacha de conspiradores, golpistas o terroristas.

— II —
La falsa opulencia petrolera

Maquiavelo postulaba que somos dueños de la mitad de nuestras acciones, pero que de la otra mitad es la fortuna el árbitro. En el caso de Chávez, ella pareciera comandar la totalidad de sus actos. Al llegar al poder con la confesa intención de permanecer allí de por vida, la Fortuna le ha hecho dos regalos que le han permitido asentar su poder, ampliarlo hasta el extremo límite y por otra parte, convertirse en el icono de los así llamados “altermondistas”. Uno de esos regalos es la llegada al poder en los EEUU de George Bush hijo, uno de los gobernantes más impopulares que se hayan conocido fuera de las fronteras de aquel país. Eso le ha permitido recibir el aplauso de gente para la cual cualquier ataque, así sea superficial e hipócrita contra los EEUU, lava a un gobernante de la mancha de autoritarismo o genocidio: si Pinochet hubiese empleado semejante lenguaje, sería hoy acaso uno de los ídolos del radicalismo izquierdista, como es el caso de los fundamentalistas islámicos.

En el caso de Chávez, su retórica antinorteamericana tiene mucho de hipocresía. Como lo señaló en su momento el hoy Presidente García del Perú, Chávez se opone a que otras naciones se adhieran a un tratado de libre comercio con los EEUU, mientras Venezuela lo tiene de hecho con su intercambio petrolero: en ningún momento el país ha dejado de suministrar petróleo a un gobierno que acusa a diario de querer invadirlo… con máquinas de guerra que se moverían entonces con petróleo venezolano. Ni el propio Chávez se cree esas denuncias que tienen por único objeto crear una distracción en Venezuela para ocultar los fracasos de su política interna; y por su parte, por muy torpe que sea Bush, en su trato con Venezuela ha sido de una discreción ejemplar: mientras le esté llegando el petróleo de ese país, no ha mostrado mayor interés en pelearse con el gobernante venezolano.

Pero mencionar el petróleo nos lleva al otro regalo que la Fortuna ha hecho a Chávez: desde que la guerra del Yom Kippur lo convirtió en un arma fundamental de la guerra económica y política, el petróleo ha conocido alzas desmesuradas, atemperadas por algunas bajas temporarias en sus precios.

Venezuela se ha aprovechado de lo que, usando la metáfora bíblica, se ha llamado la “época de las vacas gordas” y la primera subida en flecha de los precios del petróleo creó una ilusión de prosperidad durante la cual se pensó que el país podía saltar del Tercero al Primer Mundo. Pero esa ilusión duró poco y en 1983 se produjo el derrumbe: fue el llamado “Viernes Negro” cuando la baja en los precios del petróleo se combinó con la crisis de la deuda externa y la que había llegado a llamarse por analogía “la Venezuela saudita” se encontró de la noche a la mañana lidiando con dos monstruos que, al revés del resto de Latinoamérica, nunca había conocido : la inflación y la devaluación de la moneda.

En aquel momento, se criticó acremente a los gobiernos que en 1973 y 1981 habían desperdiciado sendas oportunidades históricas derrochando el dinero entrado gracias al petróleo. Contra eso, también, centró Hugo Chávez la propaganda que le hizo ganar las elecciones de 1998. Apenas se alzó al poder, se produjo otra vez un alza de los precios del petróleo, y les han ingresado a los países mayores ganancias que en la suma de los cuarenta años anteriores. La época de las “vacas gordas” volvió, y esta vez por más tiempo y en mayor cantidad.

Pero en lugar de adoptar una política diferente a aquella que tanto había criticado, el nuevo gobernante venezolano siguió la misma vía, magnificando hasta el extremo sus peores características. Lo cual se percibe con facilidad en tres ámbitos por lo menos : el derroche de las novísimas riquezas, la corrupción y el clientelismo.

En cuanto a lo primero, Chávez se ha ocupado de ir eliminando los controles que durante más de medio siglo habían ido estableciendo los gobiernos democráticos para encarar el flagelo de la corrupción. Es así como dos de las más respetadas instituciones del país, la Contraloría General de la República y el Banco Central de Venezuela provienen de los tardíos años treinta del siglo veinte. Pero hay algo más : la primera constitución de la República de Venezuela (desde su separación de la república trinacional que con el nombre de “Colombia” había creado y presidido el Libertador Simón Bolívar) había suprimido el fuero militar (también el eclesiástico) y puesto a la institución armada bajo el control del gobierno civil. Pues bien, por primera vez en toda su historia, una constitución republicana restablece el fuero militar, en particular en lo concerniente al control de sus finanzas.

Sobre todo, ya no existe control alguno sobre los gastos del Presidente de la República. Se ha hecho habitual que disponga de cantidades multimillonarias para adjudicarlos a algún programa inventado al azar de sus improvisaciones dominicales en un programa de televisión, y sus ministros vienen a enterarse en esa forma de lo que en cualquier país sería la culminación de un largo proceso de estudios de los cuales el ministro debía estar enterado hasta en sus más pequeños detalles.

Sorpresivamente, Chávez saca de bajo el colchón “un millardito” para adjudicárselo este o aquel programa cuya existencia nadie conocía hasta el momento. Aunque el avión presidencial sea un costoso juguete copiado de los jeques árabes y su guardarropa, según propia confesión, contenga “más de cien trajes” confeccionados por las grandes firmas europeas, en lo personal nadie lo ha acusado de enriquecerse; pero su familia lo ha hecho sin vergüenza alguna, en particular en su tierra natal donde su padre es gobernador y sus hermanos manejan a capricho la política y sobre todo las finanzas de la región.

En un país que tiene acceso a una riqueza tan grande y tan sorpresiva, y donde el gobierno ha hecho saltar todos los cerrojos del control institucional, sería una anomalía que no floreciese la corrupción. Resultaría inacabable hacer un conteo casuístico de los casos de enriquecimiento ilícito. Esto puede ser visto en sus dos aspectos más resaltantes : la súbita riqueza de los autodenominados “revolucionarios”, y lo que se puede llamar la democratización de la corrupción a través del clientelismo.

En cuanto a lo primero, mientras el Presidente llama al pueblo a hacer voto de pobreza (“ser rico es malo” son sus palabras textuales), sus secuaces de la nomenklatura no tienen empacho en mostrar jactanciosos los signos de una riqueza recién adquirida : las mansiones millonarias, los automóviles y la guardarropía de lujo, los viajes al paraíso de los nuevos ricos, Miami, son apenas el aspecto exterior y acaso el menos importante de la corrupción “bolivariana”. Lo más significativo ha sido la creación de una nueva clase proveniente de la simbiosis entre los contratistas y los funcionarios públicos : es la llamada “boliburguesía”, una contracción de “bolivariano” y “burguesía”.

La corrupción de las élites gobernantes se da en todas partes y en todos los regímenes, y un buen control institucional puede combatirla con cierta eficacia. Pero en el caso venezolano se está dando un fenómeno mucho más pernicioso, porque más difícilmente erradicable, aún en el hipotético caso de un cambio de gobierno. Se trata de la democratización de la corrupción a través del clientelismo. Esta tampoco es una invención de Chávez : él no ha hecho más que magnificarla y sobre todo personalizarla. O sea que si antes el beneficiario de un acto de corrupción estaba obligado al partido que lo protegía del castigo, ahora está obligado a la persona de Hugo Chávez Frías. Este aspecto lo desarrollaremos en la tercera parte; por ahora, lo que nos interesa destacar son los dos aspectos más resaltantes de ese fenómeno. El primero es el desarrollo de una política destinada a destruir la iniciativa privada en la economía, tanto por la estatización de algunas empresas más antiguas y eficaces (como la Electricidad de Caracas y la Telefónica), como por la política de restricciones y regulaciones que ha ahuyentado tanto la inversión extranjera como la nacional
En segundo lugar : esto ha traído como consecuencia el cierre de miles de empresas y la consiguiente pérdida de puestos de trabajo. En cualquier país, pareja recesión, y mucho más si es provocada, traería como consecuencia muchas protestas y hasta un estallido social. Pero en Venezuela, el gobierno posee un grueso colchón para detener esos golpes que en cualquier otra economía serían mortales : los millardos de petrodólares que revientan su portafolio. Echando a la calle una masa monetaria como jamás había conocido el país, Chávez ha logrado dos objetivos : al destruir la empresa privada ha eliminado un posible núcleo de oposición; y por otra parte, está logrando el objetivo de que todos los trabajadores dependan de un único empleador, el Estado y, como se verá de seguidas, más que eso, del gobierno.

Siguiendo la huella del peronismo argentino, la política social de Chávez se ha reducido a la “obra social” de Evita Perón. A Chávez no le preocupa la creación de puestos de trabajo estables, sino la sujeción de los trabajadores a su persona por el cordón umbilical del subsidio, de la dádiva : ese es el sentido de las llamadas “misiones” cuyo sólo nombre evoca la caridad cristiana.

–III —
“¡Ordene, comandante!”

Todo eso lleva directo a lo que es la esencia misma de la dominación chavista : el personalismo. Piero Gobetti decía ya en 1924 que el mussolinismo era un resultado más grave que el fascismo porque confirmaba en los italianos el carácter cortesano, el escaso sentido de la responsabilidad, el hábito de aguardar la salvación de un Duce dominador confiándole el propio destino. Igual cosa puede decirse del chavismo venezolano, por mucho que hoy pretenda vestirse con las galas de un disparatado “socialismo del siglo XXI”.

En el fondo de cada venezolano dormitan cinco siglos de autoritarismo, de nostalgia del claustro materno, de mesianismo. Sobre ese terreno abonado ha sembrado su prédica el teniente coronel Chávez. Y lo hace por medio de un desaforado culto a su personalidad.

El de Chávez ha tenido un aliado con el que no contaron ni Mussolini, ni Hitler, ni Stalin, ni Mao Tsé Tung : el desarrollo impetuoso de los más-media, en particular la televisión. Al principio de estas notas decíamos que, al salir a la calle, y aún dentro del hogar, quien lo hiciese podía percibir una gran tensión, una evidente crispación. La otra cosa que podrá percibir es la presencia de Chávez en el papel del Gran Hermano orwelliano.

No existe una calle, un panel publicitario, una oficina pública donde no aparezca Chávez en las más diversas actitudes y con los más disparatados atuendos : Chávez soldado, Chávez manejando un tractor, Chávez arengando las masas, Chávez aleccionando una niña (generalmente la suya) y consolando una viejecita que le recuerda a la abuela buena que lo protegía de su desalmada madre. El extremo del ridículo está en un mural de la avenida Bolívar : en plena canícula caraqueña, Chávez aparece con un gorro y un abrigo rusos, imitando la actitud de Lenin arengando a los soviets. Hasta la más insignificante reparación de una alcantarilla no es un deber cumplido del concejo municipal, sino “un regalo” de Chávez.

La segunda pata de ese monstruo que hoy aplasta a Venezuela es el militarismo. Cuando se habla de esto, se suele pensar que se alude a la toma entera de los poderes del Estado por la Fuerza Armada, al hecho de que hombres de uniforme ocupen todos y cada uno de sus engranajes administrativos: que hayan pasado a ser, como ha dicho alguno de sus aduladores, “ciudadanos de primera”, reduciendo a los civiles a la triste condición de “ciudadanos de segunda”. No : eso haría del actual régimen una simple dictadura militar, un segundo tomo de la tiranía de Pérez Jiménez. Lo que se quiere decir con eso fue anunciado por Chávez hace más de diez años, en su campaña electoral, a un grupo de reservistas (como se llama en Venezuela a los jóvenes que habiendo culminado su servicio militar, quedan “a la reserva” para cualquier contingencia). Decía allí Chávez que aspiraba a llevar ese número de reservistas a un millón activo. Pero resulta que en toda la historia de Venezuela, contando vivos y muertos, en todas las guerras incluyendo la Independencia y la Federación, jamás había vestido uniforme un millón de soldados.

Entonces, ¿de dónde iba a sacar ese millón de soldados para ponerlos bajo su comando directo? No había sino un respuesta : militarizando la sociedad, convirtiendo a toda Venezuela en un inmenso cuartel. Como lo dijo en una entrevista de entonces a un periodista de El País de España , “todo un pueblo se pone a las órdenes”. Un análisis de esa frase llevó al escritor Alex Grijelmo, redactor del Libro de Estilo de ese mismo diario y Académico de la Lengua, a descubrir la verdadera esencia del declarante : “a las órdenes”… ¡de un militar!
El militarismo no es así el reforzamiento de la Fuerza Armada como institución del Estado, sino su disolución en un mar de “reservistas” armados, a las exclusivas órdenes del jefe único. De modo que es el militarismo la base para el endiosamiento del Jefe Supremo. No es por casualidad que en todos los actos públicos, en todos los desfiles, en todos los congresos, hasta en la más pequeña inauguración de un camino vecinal, los chavistas han abandonado las consignas más políticas o incluso las alusiones semirreligiosas al Dios–Libertador, y sólo un grito se escucha hoy en todas la gargantas :”¡Ordene, comandante!”.

(Publicado originalmente en Limes, revista italiana de geopolítica, febrero de 2007; y en inglés en su publicación electrónica Heartland)

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