La vergüenza de un juez
Hace varios años un periodista fue preso por escribir un libro donde se pregun-taba ¿Cuánto vale un juez? En esa oportunidad fue grande el revuelo creado, ya que se refería, no al precio o valor monetario de un ejecutor de la justicia, sino al valor de las sentencias medidas en forma monetaria. Evidentemente, el mensaje era para todo el poder judicial, y todos los jueces se sintieron aludidos, por cuanto la intención del escritor no era reclamar un hecho específico, sino alertar sobre un clamor bastante publicitado, que podía o no acordarse con actos de corrupción. En realidad, hasta la fecha no era situación crítica en lo común la actitud del Poder Judicial, sino que por el contrario, la crítica era sobre particularidades que habían hecho en colectivo un sistema tarifado que ponía en tela de juicio la imparcialidad de la justicia. Para entonces, privaba un hecho notorio y peligroso: el miserable sueldo de un juez.
Entonces era peculiar el asomo de una justicia tasada en poco monto, que incitaba en algunos casos, a buscar “dar el palo en una sentencia” con el apoyo monetario, a sabiendas de que en la instancia superior normalmente privaría el verdadero valor documental en la apelación, y en muy pocos casos también se podía apelar a la misma justicia tarifada. Más difícil era conseguirlo en la casación, que en tales casos se manifestaba en el retardo judicial mayormente inocuo. Era una época, donde la corrupción corría por los pasillos del civil, mercantil, tránsito y hasta en el tributario, Nunca ocurría en el laboral, porque al contrario de la justicia actual, siempre el trabajador tenía la razón. Esta práctica, nunca se puso de manifiesto en los pasillos penales. En ese pasado, existió el salto del canguro y la marcha del morrocoy, pero nunca la concha de la anti ética, ya que era precisamente ésta la que conmovía el ego de un juez con vergüenza.
Hoy día, en esta Venezuela “revolucionaria”, cuando la Fiscalía y el Poder Judicial en todos los niveles se abrigan con los más altos sueldos de la Administración pública, en la jurisdicción penal, con pocas excepciones, voluntariamente saltan los canguros para complacer los caprichos del “jefe” de la “patria socialista”, porque de lo contrario lo pellizca la muerte, si no física, si en las catacumbas de la mazmorra, lo que acrisola el miedo que somete al colectivo ciudadano a la incertidumbre de no saber el límite de sus derechos y deberes, y cuando el terror apremia, tiene que escudarse en la inacción o la autocensura, por temor a la injusticia soldadesca del “entendido mi comandante en jefe”. Entonces se inicia el ruleteo y el sorteo para la distribución en la instancia sin biombo ni horario, y la acomodación del fiscal más certero en las calificaciones jurídicas amañadas. Antes hablábamos del “librito”, pero ahora se habla de la “farmacopea revolucionaria”, algo así, como un novenario de treinta días y quince de prórroga ya previsto como un todo, es decir, no un lapso máximo, como lo establece el COOP, sino una condena previa para “complacer” al “jefe”. Falta que también se imponga “la fiesta del chivo” o el “nado de la salamandra”
Como docente del Derecho, una vez más acoto, que en nuestra misión está la de recordar al abogado viejo o nuevo, pero en ejercicio; que en su apostolado como litigante, fiscal o juez en todas las instancias o designaciones, incluidos los militares y magistrados, lo mas preciado es su dignidad; que pone en riesgo en cada acto donde pueda valorarse la duda con la certeza y la honradez de sus diligencias o sentencias; y que, cada vez que se sale del límite que le imponen el derecho, la razón y la justicia, pierden una borla de su birrete, manchan de lacre su toga y escriben en su título con grandes caracteres rojos la tacha de su vergüenza. Patria es la grandeza, socialismo es la justicia, pero la muerte es la negación de la vida.