La verdad es dura pero libera
Ya es hora de que a este pueblo se le diga la verdad sin tapujos ni pañitos calientes, pues los buscavotos – desesperados por resolver sus penurias económicas y sus ansias de poder – lo han convencido de que es algo así como la síntesis de la sabiduría, la razón y la verdad – adquiridas por ósmosis tal vez – y uno de ellos llegó a asegurar, en un arranque de despecho por haber perdido unas elecciones, que “el pueblo nunca se equivoca”.
Y de allí para acá el pueblo se ha tomado en serio su papel de infalible, certero y sabio taumaturgo. Pues no es así, el pueblo se equivoca y mucho y se seguirá equivocando mientras siga siendo ignorante – y no es un insulto sino un diagnóstico a cuya verificación me remito. La ignorancia es uno de los cuatro jinetes del moderno apocalipsis – junto al fanatismo, la superstición y el miedo – que produce pobreza atroz – “no son ignorantes porque son pobres, son pobres porque son ignorantes”, Simón Rodríguez – y mientras no introyecte esa verdad seguirá detrás de un hombre a caballo como los hijos de la loca Luz Caraballo.
Además, la ignorancia lo atrapa en inmensas contradicciones, estupefacto porque la realidad contraría sus íntimos deseos y la impronta de la verdad desestabiliza sus frágiles certezas. No puede ser. Él me mintió. Aferrado a sus atavismos considera que la experiencia es un gen hereditario y se la pasa citando fábulas y cuentos de aparecidos para justificar sus mitos. Llevado de las narices por cualquier espontáneo inescrupuloso que le diga lo que quiere oír, aunque ese camino lo lleve al abismo, se la pasa a salto de mata, envejeciendo entre cervezas calientes y tálamos mugrientos, mentándole la madre a los gringos que le dan de comer. La ignorancia le castra el pensamiento crítico indispensable para poder transformar la observación en sabiduría, por eso hace colas interminables por una bombona de gas, que no hay, frente a un inmenso aviso que publicita “la revolución gasífera”.
O se abalanza contra sus propios miserables en la cola para disputarles un pollo, en lugar de reclamar al responsable de la escasez. O, como el capitán indígena de Canaima que llama a una emisora para quejarse de la situación de su etnia, y con voz entrecortada exclama que “esto” – es decir el socialismo real, el de carne y hueso, el que reparte equitativamente la miseria y propicia la escases como vías para el control social – no es socialismo”. Siento conmiseración por un pueblo ignorante – “instrumento ciego de su propia destrucción” – que permanece imperturbable ante la realidad que le recluta los hijos para hampones o víctimas del hampa, aseverando que la inseguridad es “una sensación” porque si lo dice mi líder es verdad. Y punto.
“Y a quien lo dude le quitamos la cabeza aunque no “semos” violentos” – porque su maldad es buena, está con el gobierno, maluca es la respuesta de la oposición. Para su psiquis no existen tonalidades, o es rojo, rojito, santo, buenecito, Dios me lo bendiga o es de ultraderecha, golpista, desgraciao y vendepatria, a pesar de que son sus líderes quienes han entregado vilmente la soberanía de la patria a un insolente gobierno extranjero – “los cubanos están aquí como combatientes”, asegura un entreguista servil, amparado por el silencio militar. Y como corolario estrafalario, para la ignorancia la mayoría siempre tiene la razón, con toda la perversión moral que eso implica.
Y como la demagogia convenció, con su discurso irresponsable, que pueblo es la parte menos informada, más ingenua y depauperada de la población, y las políticas públicas demagógicas han sido determinantes para el crecimiento exponencial de este segmento poblacional, mantenido en ese nivel socioeconómico suspendido en el vacío de la inacción, financiado por las sobras del presupuesto, eso significa que… este país, damas y caballeros, se jodió.
Idiotez, machete, idiotez
“Idiota” es corto de entendimiento, según el DRAE, y no puede calificarse de otra manera a un sujeto cualquiera sea su condición social que conspire contra sí para beneficiar a una grosera nomenclatura gubernamental, por una promesa etérea, a pesar de las evidencias en contra en cuanto bienestar social, eficacia y probidad, además de endeudamiento irresponsable, dilapidación de recursos y destrucción del aparto productivo. Tanto quien pone sus andrajos como quien su prestigio en una apuesta imposible, por no lograr percibir el daño que se inflige, es un idiota. ¿O es que acaso incorporar diez millones de hambrientas bocas cubanas a medrar de los ingresos del Estado, no supone una lesión económica importante para los venezolanos? Quien apoye eso es idiota de capirote. Observo, aquí en Guayana, grupos de supuestos trabajadores que reclaman el cumplimiento de la palabra empeñada para lograr votos, por un patrono que los ha engañado reiterativamente durante catorce años – ahora los redujo a fealdad en el paisaje, pues les militarizó con armas de guerra los espacios de protesta – y me pregunto: ¿es que acaso no han pasado años sufriendo la desidia oficial que ha llevado al cierre técnico a las empresas a las que pretenden ingresar? ¿Cuál fue entonces el motivo para caer de nuevo en manos de la mano negra? ¿Les aseguró el patrono que incumplió sus promesas que ahora sí iba a cumplir? ¿Y le creyeron? Entonces, machete, no discuto más: La idiotez campea a sabana abierta. Me imagino al tipo muerto de la risa – perdonen lo de muerto – celebrando con sus acólitos enriquecidos, que “¡los volví a joder!”.
En conclusión
Si usted, amigo mío, tropieza varias veces con la misma piedra es por idiota. No se meta embustes… ni los crea. Ah, su verdadero amigo es quien le dice la verdad, aunque le duela a usted conocerla. Y recuerde: El antídoto para contrarrestar la idiotez es sencillo: Compare el discurso oficial con su realidad, el resultado es la verdad. Usted decide.