La Venezuela kafkiana
Desde EL PROCESO de Kafka, se hizo consciencia literaria de un hecho francamente aterrador: la desaparición de la justicia en el laberinto burocrático del Poder total y la coronación de la máxima perversión judicial imaginable: la conversión del proceso mismo en la máxima pena. “Una de las consecuencias que cabe extraer de esa naturaleza autorreferencial del juicio es que la pena no sigue al juicio sino que éste es él mismo la pena (nullum judicium sine poena). Se podría decir incluso que toda la pena está en el juicio, que la pena impuesta – la prisión, el verdugo – sólo interesa en la medida en que es, por decirlo así, una prolongación del juicio”.
Dicho en términos directos, bajo los parámetros de sometimiento de la justicia a los afanes totalitarios del presidente de la república en la Venezuela de hoy no se trata de ejercer justicia: se trata de castigar. No se trata de someter a proceso: se trata de aherrojar al detenido en las mazmorras del Poder. No se trata de hacer valer la ley: se trata de imponer por medio de la violencia judicial el capricho presidencial.
Esta aberración, sólo posible en regímenes totalitarios, se hace manifiesta entre nosotros por dos expedientes acontecidos casi simultáneamente, con diferencia de horas: la detención de una jueza por dictar libertad condicional, siguiendo al pie de la letra el predicamento legal, y la detención de un ciudadano por iniciar una huelga de hambre. Si se agrega a estos dos sucesos la mantención en prisión de Eligio Cedeño por casi tres años, se comprende el sentido de la cita de Giorgio Agamben: en Venezuela, la justicia subordinada a la prepotencia imperial y despótica del teniente coronel Hugo Chávez ha convertido el proceso en pena, el juicio en castigo. Con un agravante: no cabe en su caso hablar ni siquiera de proceso.
Son hechos tan aterradores y desnudan de manera tan fehaciente la desaparición de la justicia bajo este régimen, que asombra que aún existan quienes duden de la naturaleza dictatorial del gobierno imperante. En Venezuela desapareció la justicia. Se extinguen no sólo los derechos procesales: se castiga a quien los respeta y se premia a quien los conculca.
Dos juezas representan a la perfección la aberración del estado de cosas y la imperiosa necesidad de acabar con este perverso sistema de atropellos, abusos e iniquidades tan pronto como nos sea posible y por los medios que puedan hacer realidad este patriótico y democrático propósito: Leidy Azuaje, suprema encargada de pisotear en nombre de la justicia sistemática y de manera cruel e inclemente precisamente los derechos de quienes se ven aherrojados a las mazmorras del régimen por causales ajenas a la justicia y de naturaleza exclusivamente políticas. A su haber, por nombrar sólo algunos casos: prohibición de hacer uso de sus oficinas en el Edif. Rialto al Director de Cultura de la Alcaldía Metropolitana, Víctor Carrillo; privativa de libertad contra el prefecto de la misma Alcaldía, Richard Blanco; privativa de libertad contra el dirigente político Oscar Pérez. El último de sus atropellos propios de un régimen totalitario lo ejerce precisamente en desmedro de su honrosa contrafigura, la jueza María Lourdes Afiuni, quien haciendo uso de sus derechos y obligaciones le concedió el derecho a ser procesado en libertad a quien llevaba tres años sin ser procesado ni siquiera en prisión. El cumplimiento del orden legal se convierte en crimen. Encarcelar a quien ejerce justicia, en norma legal.
Esta sedicente jueza de la república, que viola consciente y deliberadamente sus obligaciones para con los ciudadanos, la sociedad y el Estado, debiera actualizar sus conocimientos sobre el castigo imprescriptible que corresponde a quienes violan los derechos humanos. Si es cierto que la justicia tarda, pero llega, sobre ella deberá caer todo el peso de la ley. Cuando en nuestro país vuelva a imperar el Estado de Derecho. Como sobre todos quienes por oportunismo, vesania, inmoralidad, inconsciencia o fanatismo han hecho escarnio y burla de la institución de justicia.
Palabra de honor.