Opinión Nacional

La Venezuela del Conde

La irrupción volcánica de El Conde del Guácharo en el escenario político electoral del país está teniendo el efecto del Deux ex machina, ese ser sobrenatural que aparecía en las tragedias griegas para resolver de forma milagrosa dramas que presagiaban desdichas sin remedio.

La insurgencia de El Conde, que ahora sabemos que se llama Benjamín Rausseo, forma parte de los procesos contradictorios y complejos que viven las democracias en crisis como la venezolana. Todavía es temprano para decir si la onda expansiva formada por su aparición seguirá in crescendo. Unos piensan que Rauseo se evaporará de la misma forma súbita que surgió. Otros desean que se fortalezca y se convierta en la esperanza de un pueblo hastiado de las extravagancias, abusos e incompetencia para gobernar del personaje que se la pasa surcando los aires del planeta. Creo que para quienes intentan comprender las características esenciales de la Venezuela actual, El Conde plantea un conjunto de interrogantes cuyas respuestas no son sencillas, y frente a las cuales no debe adoptarse la actitud del dogmático o del simplista.

Benjamín Rausseo cuenta con todo el derecho para lanzarse a la arena político electoral. Es venezolano por nacimiento, mayor de 30 años, de estado seglar, no está sometido a ninguna condena mediante sentencia definitivamente firme, ni se le ha señalado ninguna causal que lo inhabilite. Cumple plenamente con las condiciones establecidas en el artículo 227 de la Constitución del 99.

Ahora bien, el punto que debe considerarse es si, aparte de esas exigencias formales que indica la Carta del 99, posee los atributos para enfrentar con alguna posibilidad de éxito a Hugo Chávez, que va por la reelección con un proyecto global que incluye el plano nacional, continental y mundial. En el ámbito doméstico su consigna básica se refiere a la construcción del socialismo del siglo XXI, proyecto anacrónico que pretende llevar a Venezuela de nuevo a la época feudal, cuando predominaban el trueque y las fichas (no monedas) locales. En la esfera regional, aspira a ser el legítimo sucesor de Fidel Castro, adalid de la izquierda colectivista, antidemocrática y totalitaria. En la dimensión mundial, busca erigirse en el nuevo jefe del tercermundismo, el anticapitalismo y la antiglobalización, consignas centrales de esa izquierda reaccionaria que se opone con armas y bagajes a la modernidad.

Tras la búsqueda de resultados tangibles en cada una de esas esferas, Chávez ha logrado entusiasmar un número apreciable de personas. Es verdad que la chequera petrolera ayuda, sin embargo, no hay que despreciar el hecho de que él le comunica a su mensaje una fuerza y una convicción que seduce y arrastra a sus seguidores. Lamentablemente, no existe una contrapartida equivalente en el bando contrario. La oposición democrática no logra articular un discurso atractivo para las amplias masas, colocado en el mismo nivel de intensidad e integralidad que el transmitido por el autócrata. Creo que a Chávez no se le pueda derrotar sólo hablando de los problemas domésticos. Estos son importantes, incluso fundamentales. Pero su liderazgo se ha edificado sobre un tablero que incluye el continente y el planeta. Quien lo confronte también tendrá que responder a los desafíos que encara el país en materia regional y planetaria, pero desde el punto de vista de la defensa de los valores del Occidente democrático, capitalista, pacífico, moderno, equitativo y laico. Sin ninguna clase de coqueteo con los regímenes oprobiosos donde gobiernan dictadores seculares o fanáticos religiosos.

¿Se habrá paseado El Conde por estos intrincados problemas? Hasta ahora no ha emitido ninguna señal que indique que lo ha hecho de forma concienzuda. Tampoco sus competidores le han propuesto al país una visión global y coherente de lo que Venezuela debe ser y del lugar específico e irrenunciable de nuestra nación en el mapa terrestre.

En el país durante mucho tiempo se pensó que la política era el coto cerrado de los políticos de vocación y oficio. Era lógico creerlo porque la sociedad que surge después de Gómez y, sobre todo, luego de Pérez Jiménez, fue diseñada y construida por esa clase de dirigentes. Sin embargo, pasado cierta etapa probablemente esa f que tuvo como episodio culminante El Caracazo, la nación cambió irremediablemente su percepción de la política y de los políticos. A los líderes ya no se les exigió provenir de las filas de los partidos, de las organizaciones establecidas o del mundo de la política en el sentido tradicional que se le concede a este término. Chávez, quien no había sido ni siquiera edil, es la mejor demostración de ese giro.

En Venezuela se llegó al hartazgo de la política. Los dirigentes que sustituyeron a Pérez Jiménez no supieron introducir en el momento indicado los ajustes que le darían a la democracia el impulso renovador que necesitaba. Una vez Chávez en el poder, los viejos y nuevos políticos que aparecieron liderando la lucha contra el autoritarismo naciente, fueron incapaces de terminar de derrotar al caudillo, a pesar de haberlo tenido acorralado. Los fracasos sucesivos abrieron y siguen ensanchando el espacio de la antipolítica, o, para llamarla con mayor propiedad, de la inserción de numerosos personajes en la esfera de lo público, a partir de campos que en apariencia están fuera del ámbito político (Renny Ottolina y Pedro Tinoco, precursores; siguieron Irene, reina de belleza; Chávez, militar; y ahora El Conde, humorista).

La historia, como se ha demostrado tantas veces, no es lineal. Tampoco lo es el progreso. La tesis de los positivistas, con un optimismo ciego en la razón y la ciencia, se ha comprobado que no es cierta. Las naciones pueden retroceder a etapas que parecían superadas. Venezuela es un excelente ejemplo de la veracidad de este enunciado. Hasta la descentralización, una de las mayores conquistas democráticas después del 58, se encuentra en serio peligro. Lo mismo ocurre con los asuntos públicos, la res publica: tradicionalmente de ellos se ocupaban solo los políticos; ahora es una plaza donde compiten militares, empresarios, reinas de belleza y humoristas. Así es la dinámica democrática. En Cuba, por ejemplo, ni El Conde, ni ningún otro pretendiente, puede aspirar a disputarle el poder al déspota. Lo que la sociedad debe exigirles a los candidatos es que se preparen con seriedad para que no pongan la cómica.

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