La única revolución de todos es la revolución democrática
Cada vez que un movimiento político, de izquierda o de derecha, se apropia del poder, tiende a auto-calificarse de “revolucionario” y bautiza su éxito con la mágica palabra “Revolución”, en la creencia de que la historia, en verdad y como lo dicen muchos, sólo la escriben los ganadores. En Venezuela, después de la Independencia, las “revoluciones” más famosas, fueron y han sido, “la Restauradora” (liberal) de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, a principios del siglo pasado; “la de Octubre”, pacto cívico-militar de AD con un sector emergente de las Fuerzas Armadas, en 1945 y la denominada como “bolivariana” por el Teniente Coronel Hugo Chávez, surgida de unas elecciones en 1998.
La primera “revolucionó” al mundo venezolano, creando la Academia Militar; acabando con los caudillos regionales; organizando la llamada “unidad del tesoro” (las finanzas públicas) y entregando las primeras concesiones petroleras. También, no hay que olvidarlo, “castró” a Venezuela, imponiendo un vergonzoso régimen de terror.
La segunda, la de los “adecos”, igualmente “revolucionó” al país, estableciendo los fundamentos de la democracia política, “incorporando al pueblo al pleno disfrute de sus derechos civiles”, dando el voto a la mujer y a los analfabetas y constitucionalizando la elección de los poderes públicos, mediante soberano ejercicio popular.
La última, la de Chávez, independientemente de los aportes logrados por la Constitución del 99, en cuanto a la formulación de la democracia directa, (participativa y protagónica) ha caracterizado su “revolución” como socialista, apoyándose, referencialmente, en el modelo cubano y, a juicio de muchos, condenando al país hacia su propia destrucción, política, económica y socialmente hablando.
Dejamos constancia expresa de que obviamos a la Guerra Federal, “la guerra larga”, de esta relación, por cuanto ni a los “azules” ni a los “amarillos”, perdedores y ganadores de la contienda, se les ocurrió llamarse revolucionarios, aun cuando, efectivamente, lo fueran.
Hoy en día, no sólo en Venezuela, sino en el mundo entero, vivimos de revolución en revolución, pero en el orden de la tecnología y el conocimiento, pensando o actuando siempre a favor del hombre y de la humanidad, procurando las mejores condiciones de vida posibles. Por eso mismo, la permanencia y el perfeccionamiento de los derechos del ciudadano, independientemente del perfil filosófico de la revolución que se propugne, condicionan, con preferencia a cualquier otro valor, el carácter de los movimientos políticos, sociales y económicos que van surgiendo. Una revolución que desprecie a la libertad individual, la no transformación del hombre en unidad dentro de la masa, no es una revolución sana y no merece llamarse tal. Una revolución que no sea democrática, tampoco puede merecer la calificación de movimiento renovador. Uno de los mayores problemas de la “revolución socialista” es que, para serla en cuanto a la teoría económica marxista y en tanto la propuesta política de Lenín, no puede ser democrática, ni puede permitir el ejercicio irrestricto de las libertades individuales del hombre. No es aventurado decir que la necesidad del totalitarismo, para “construir” al “hombre nuevo” y organizar el “modo de producción socialista”, condujo al fracaso el experimento soviético y ha hundido en la humillación histórica al proceso castro comunista de Cuba.
En Venezuela, el imperfecto equilibrismo chavista, para intentar un nuevo socialismo, del nuevo siglo, con “algo” de democracia y libertad, ha dado lugar a un “pastel” que no tiene ni consistencia, ni sabor y que terminará, sin dudas, en otro fracaso más.
Recordemos una célebre frase en latín: “nihil novum sub sole” (nada nuevo hay bajo el sol) para ratificar que más vale leer sabiduría social, en los textos de los enciclopedistas del siglo 18, promotores de la revolución independentista de los Estados Unidos, de la Revolución Francesa y de los movimientos libertarios de nuestro mundo de habla hispana, vale citar: Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Diderot, que a los enjundiosos teóricos del “socialismo”, para encontrar los mejores caminos para llegar a la justicia social y a la plena libertad de los pueblos.
En Venezuela tuvimos excelentes pensadores políticos, en este orden y probablemente, el más sobresaliente, con mayor aportación histórica, en los últimos tiempos, fue Rómulo Betancourt. La vigencia de sus ideas, de sus propuestas, para ubicar al país en una escala muy superior, es una cara realidad, la cual debería acompañar la conducta y la actitud de todos los líderes y activistas populares del país. Quienes piensan en cómo nos están faltando imaginación y respuestas concretas a los problemas que nos embargan, no deberían estar saltando nuestra geografía y adversando nuestra historia, con la cantaleta de que el pasado es obsolescencia y habría que olvidarlo. Lean “Venezuela, Política y Petróleo” y se sorprenderán del actualismo de las recomendaciones de su autor.
La democracia y la libertad son los combustibles indispensables para promover el desarrollo económico con justicia social; para alimentar cualquier revolución positiva y para aproximarnos, si no al “fin de la historia”, ni “al mar de la felicidad”, sí al Primer Mundo, transformando en “ricos” a nuestros “pobres” y colocando a Venezuela no como una “potencia” desde el punto de vista bélico, sino como una referencia importante en el proceso revolucionario, en el cambio social de los pueblos de nuestro continente. Recordemos el título de este trabajo: la revolución democrática es la única revolución de todos. Desde hace ya bastante tiempo, todos los venezolanos somos “revolucionarios”. Hagamos lo que haya que hacer y recuperemos la esencia democrática de nuestro proceso histórico, amenazado hoy por falsos revolucionarios, desmerecedores de su propia condición ciudadana. La revolución democrática es la única revolución de todos.