La Turba era el alicate
Chusma sería mejor decir que turba, era el alicate al
que aludía para apretar las tuercas(democracia,
pluralidad, libertad)el presidente Chávez, quién
insiste en provocar al país para conducirlo a una
sangrienta confrontación que él parece estar muy
seguro de ganarla; probablemente con la misma
convicción estratégica con que derrotaría al gobierno
el día de su alzamiento el 4 de febrero de 1992. En el
caso de nuestro Jefe de Estado, hay algo adicional
ligado a su naturaleza y a la de todos los arrugones
de este mundo: la sangre que correrá para consolidar
«la revolución» -en base a su dogma bélico- es
necesaria, pero le queda descartado de antemano que
esa sangre pueda ser la suya o la de Rosa Inés por
ejemplo, a menos que también la inocente niña esté en
los imponderables del Jefe para ser devorada por el
proceso. Lo que si parece tener muy a resguardo «El
Comandante», es de reservarse para si mismo, la
administración de la muerte y de la sangre claro está.
Para Chávez, la pelea la tienen que dar otros por él,
y esto no es una mera especulación del desprecio de
quienes lo aborrecen, son realidades cumplidas de
plazo vencido, que brillan en los antecedentes de su
curriculum de guerra; como el episodio- ampliamente
conocido por todos – en que se quedó atascado en el
Museo Militar de la Planicie mientras sus tropas
intentaban tomar el Palacio de Miraflores. En aquella
«heroica» ocasión, eran ingenuos y manipulados jóvenes
soldados, cuyo rancho y sueldo lo pagaba el Ministerio
de la Defensa; hoy, es una chusma amaestrada, repleta
de odios, más certera y atenta a los objetivos y las
instrucciones de su domesticador, e igualmente pagada
– la mayor parte de ellos- por el Estado; esta vez,es
mucho más ruin en el modo de depredar el dinero
público.
Chávez derrotado en todos los frentes: el
universitario, el empresarial, el de los trabajadores,
ha construido como vanguardia de la innovadora
«Revolución Bolivariana», no a «el pueblo» en una de
sus acepciones, la más popular y conocida de: «gente
común, trabajadora y humilde de una población», sino
la relacionada con la perversión de las muchedumbres
en el sentido de lo soez, chismoso, entrometido y
vulgar, donde justamente prospera el mensaje de «El
Comandante» de manera incondicional hacia el odio, la
poblada y la violencia.
Cuando decimos «Chusma», lo hacemos sin complejos
clasistas que estamos muy lejos de compartir con
quienes si los tienen, ni pretendemos encubrirnos en
un falso pudor hipócrita. «La chusma» nunca será el
pueblo en los términos que lo hemos descrito arriba,
en la misma proporción en que lo populachero tampoco
puede ser asimilado a lo popular.
El Peronismo, que representó el único obrerismo
efectivo que caudillo alguno tuvo en Latinoamérica:
organizó a los trabajadores, elevó sus prestaciones,
sus salarios y como corporación la colocó casi al
mismo rango de la milicia, se le acusó de ser un
«fascismo de la clase baja». En el ejemplo bolivariano
(huérfano de genuinos apoyos orgánicos) considerando
su novedosa alianza con los que no tienen -al parecer-
nada que perder, nos haría suscribir sin advertencias
la frase: «fascismo de la chusma». Novedad de la
revolución chavista para crear una situación
insurreccional de intimidación a los enemigos del
proceso, vale decir, del país.
¿Creerá el iluso Comandante que Venezuela es tan
cobarde que va a perder esta batalla por su dignidad y
su libertad e ira a refugiarse a las faldas del Avila
o algún museo militar?