La transición
Es la pubertad, signada por desajustes de todo orden. Las sociedades no escapan a tal fatalidad. La superación de esa etapa con lesiones menores, va atada a la claridad de objetivos sustentados por quienes suplanten la mayoría preexistente, a la firmeza frente a los obstáculos y a la sabiduría manifiesta en la voluntad de tender puentes de encuentro con el adversario.
En el transito desde algún extremo totalitario, las naciones abrieron cauce a la convivencia. El caso español resulta emblemático. El transito del fascismo a la democracia, sin dejar de producir importante remezón política-económica, no quebrantó el entramado social.
Revisemos, a vuelapluma, nuestro avatar histórico-político más reciente. A la muerte del General J.V. Gómez, luego de haber aplastado durante 27 años, con su bota de gañán, todo atisbo de disidencia, los peores augurios constriñeron el alma de la nación. El horror a la guerra cogió la calle. Era la única perspectiva posible, en un país que 33 años atrás dormía y despertaba entre cañonazos, saqueos y violaciones. El General sustituto del difunto que daría paso a otro General, tuvo la suficiente “calma y cordura” como para mantener los diablos amarrados a un botalón. Total el testigo provenía y pasaría a otro paisano y correligionario.
Cosa distinta ocurrió el 18-10-1945 cuando se produjo un abrupto cambio de paradigmas. Hubo un quiebre político, económico y social de signo socialdemócrata. Se impulsaron políticas de gran aliento revolucionario. El combate al analfabetismo, el desarrollo de la Ley del trabajo y su derivación contractual, la expansión y cualificación de la educación, el saneamiento ambiental y el combate a las endemias, el rescate de la riqueza nacional plasmado en la participación de los beneficios del negocio petrolero, el castigo a los corruptos y, lo más importante, la elevación al rango de ciudadanos a la mujer y a todo venezolano mayor de 18 años, analfabetos incluidos, al serles reconocido el derecho a elegir sus gobernantes.
Por supuesto, ese gobierno tenía que ser derrocado. El objetivo de los militares que depusieron a Medina Angarita, era contrapuesto al de los civiles que los asumieron compañeros para el gran viraje. Pero la crueldad inenarrable de la dictadura militar instaurada el 24-11-1948, ni su entrega a los consorcios aceiteros, fueron suficientes como para poner reversa al avance social logrado. Y se derramó sangre en las salas de tortura, en los campos de concentración, en las calles, en los descampados y carreteras, pero no fue en vano. Fructificó. Aquí esta enhiesta la democracia. Valladar plantado frente a la agresión totalitaria del llamado Socialismo del Siglo XXI.
Pero antes de que se dieran esos hitos históricos, los líderes portaban en la faltriquera su PROYECTO DE PAÍS. López Contreras, a no dudarse, lo elaboró aun cuando sólo fuera para diferenciarse de quien le había torturado al hijo. Ni se diga de Rómulo Betancourt. Desde su primer exilio en los años 30 del Siglo XX ya había concebido un proyecto, debidamente estructurado, que comenzó a desarrollar en 1945, que acentuó entre 1959-1963 y, en adelante, con las modificaciones exigidas por cada momento histórico, fue marco de referencia de los sucesivos gobiernos democráticos.
En 1999 la democracia liberal fue sustituida por un gobierno que, a poco andar, enseñó el fétido hocico Castro-comunista tras la careta del Socialismo del Siglo XXI. No se produjo un cambio político con ajustes económicos y sociales, sino la demolición de paradigmas democráticos, la subversión del orden natural de la conducta humana, el desbarrancamiento político-económico-social del país. Hoy la libertad está en capilla ardiente, la economía avanza a “paso de vencedores” hacia la ruina y no somos adversarios sino enemigos. Ante ese y otros crímenes, la oposición está obligada a echarse a la calle con un PROYECTO LEGISLATIVO que viabilice la transición. Porque ha comenzado y se barrunta turbulenta.
El Castro-comunismo es violento por naturaleza. Por eso, para que la nación salga airosa del temporal, es menester no bajar la guardia y con pulso firme de marinero experimentado marcar rumbo hacia un estado de progreso económico-social en libertad.