La tragedia bolivariana
No hay dudas de que Venezuela vive una tragedia en la que todos somos actores, aunque muchos creen que son sólo espectadores imparciales, que sólo tienen el derecho constitucional de sentirla y sufrirla como simples seres humanos con derechos sin deberes. Son el sentido de pueblo en masa, dispuesto al sacrificio por un ideal que desconocen y confunden con el pensamiento mesiánico de un líder emulador del Padre de la Patria, quien solo sigue un libreto extraído de mal interpretadas páginas de la historia.
Hugo se llama por nombre, por lo que nos viene a la mente el gran comediante Victor Marie Hugo, autor de la renombrada obra “Los Miserables”, de la que sólo queremos destacar el sentido de los seres que siempre se acogen a la miseria como sentido de conducta. Y, pareciera, que nuestro presidente, quien en la Academia Militar fue actor renombrado por su caracterización bolivariana, cuyas facetas se le grabaron en la mente, hasta creerse el predestinado a seguir y completar su obra, quisiera emular a Victor Hugo, quien en sus obras expresa la indignación por las injusticias sociales y el sufrimiento. Solo que éste lo hace y esboza en una obra de teatro, mientras que el nuestro lo lleva a un plan irracional de gobierno.
Presumimos, que Chávez en su breve introducción a las formas teatrales del drama griego, tomo no sólo la tragedia, sino que la amalgamó con el drama satírico, la comedia y el mimo, todo lo cual pone de manifiesto en sus encendidos discursos, en las cadenas y en Aló Presidente, olvidando o desconociendo, que tanto la comedia como el mimo, son caracterizaciones teatrales infantiles, por lo que, queriéndolo o no, ofende a su más asidua audiencia. De allí que, mas que lástima, nos da vergüenza la risa de sus oyentes. Los hechos y la realidad, son espeluznantes, cuando vemos seguidores que no son capaces de discernir al transformar una idea y siguen su orientación al pie de la letra, cual títeres o marionetas en un teatro infantil.
Cuando analizamos los últimos acontecimientos, tenemos que pensar en dos mundos: el real y el fantasioso (virtual como lo llama Rangel). El primero, en el que cree la gente consciente, y el segundo, el que se ha forjado como la ilusión utópica del bolivarianismo, que se ha transformado en tragedia y recoge de Aristóteles la elocución y el espectáculo escénico, sin llegar a engranar sus partes para llegar a las unidades de acción, de tiempo y de lugar referidas por el filósofo, ya que aún no hemos sabido el rumbo de esa desconocida revolución.
Lo que si es cierto y lo estamos viendo, es que Chávez está logrando repetir a Arthur Miller con su definición moderna de la tragedia: “Documentación perfectamente equilibrada de los momentos de la lucha del hombre por conseguir su felicidad; la tragedia surge y llega a ser inteligible cuando en esa lucha el hombre es vencido y deshecho”. No hay dudas, en la tragedia el hombre acepta el sufrimiento porque sabe que es teatro, pero en nuestra realidad no es mas que masoquismo que no debemos permitir, sabiendo que el actor es un imaginativo ignorante.
Lo ocurrido el jueves 11 de abril no fue una obra de teatro, aunque así lo aparente. Fue un hecho real previsto y anunciado como consecuencia de una constante y perniciosa violación constitucional por parte de los entes de gobierno, incluidos el partido MVR y el Presidente; del discurso agresivo, injurioso y ofensivo; del autoengaño de creer que la legalidad de la mayoría lograda con el voto hace tres años, está por encima de la ilegitimidad en que ha degenerado la incapacidad política y el discurso mediocre de los líderes gubernamentales.
En esta tragedia bolivariana, yerran el gobierno y todos los poderes del Estado, cuando insisten en culpar de lo ocurrido a una supuesta acción delictiva de algunos militares, tratando de configurar el delito de rebelión. Lo que ocurrió no fue una rebelión sino la desobediencia de segundos mandos militares apoyados por una gran cantidad de subalternos que se les sumaron la tarde de la masacre, ya que en sano juicio la aplicación del Plan Ávila y la orden de disparar contra los manifestantes pacíficos, era una orden arbitraria y descabellada que obligaba a delinquir, en cuyo caso no es aplicable la obediencia debida.
Es obvio decir, que la conducta del Presidente fue la de una persona desconocedora de la técnica del mando tanto civil como militar, demostrando además una actitud fuera de control racional. La desobediencia fue justificada y así debe entenderse y valorarse jurídicamente. Fue un estado de necesidad, donde cualquier persona racional entiende que un desquiciamiento conductual del Presidente ante una situación sobrevalorada como emergencia, pudo haber conducido a las FAN a la convalidación del asesinato iniciado por iniciativa de los sectores afectos e idólatras de la imagen del Presidente. Aplicar la fuerza en ese momento, era sólo la demostración del miedo a la venganza, unido al “síndrome del museo”. ¡Que triste espectáculo la conducción de la operación transmitida por la red Tiburón! Bien vale para preparar una obra de teatro como “La tragedia de los miserables”
Olvida Chávez, quien dice ser militar, y deben saberlo el ministro Rangel, el Fiscal General de la República, los magistrados del TSJ, los asambleístas y todas las personas que tratan de defender lo indefendible, que al militar se le enseña que, las armas no deben usarse para amedrentar y si se sacan es para usarlas. Debe darles vergüenza a los militares que han manifestado que los tanques solo iban a servir para disuadir a los manifestantes. Estos debieran pedir su baja por ignorantes y demagogos.
Ante la manifestación lo lógico era que el Presidente saliera al balcón del pueblo a recibir a los manifestantes, como lo ha hecho infinidad de veces con sus acólitos que el llama “pueblo”. ¿O es que el millón de caraqueños que marchaban no son pueblo?. Él, como buen actor debió demostrar el valor que debe tener quien amenaza a todo el mundo detrás de las cámaras y cuando tiene a su lado un ejército de incondicionales dispuestos hasta el asesinato, como los que se emplazaron en los alrededores de Miraflores. Era la oportunidad para demostrar su valentía y decir a todos que es el presidente de todos los venezolanos. Pero no, prefirió enconcharse y ordenar el uso de la fuerza para no dar la cara. ¿Fue miedo o una nueva manifestación del síndrome del museo? Por eso fue que le desobedecieron los mandos militares, quienes no quisieron asumir la desvergüenza.
Sobre la presunta fractura de las FAN, es conveniente decirlo. El general Lucas Rincón, cuando estuvo en su “laberinto” luego de renunciar, se percató de que más era el apoyo a los desobedientes que al que él creía tener. Él sabe que el ministro se equivoca al ordenar juicio por rebelión, ya que puede revertírsele el apoyo. Bien lo recalcó el general Camacho: “el 95% de las FAN no están de acuerdo con la forma de gobernar Chávez”. Por eso le desobedecieron. Y no prosperó la situación creada con su ausencia, porque algunos creen que Chávez es la constitucionalidad, que se agravó con el decreto anulador de todos los poderes. El desorden ocurrido, es la prueba más eficiente de que no existía la posibilidad de un golpe de Estado. Sí se sabía, como ocurrió, que ante la desobediencia civil, vendría la desobediencia militar. Ello fue puesto en bandeja de plata con la actitud de Chávez y sus seguidores. Hay que estar claros, nada ha cambiado a diferencia del reemplazo de los mandos, que no son incondicionales. Si persiste la persecución, la cosa puede ponerse más peligrosa.
Ante esta situación latente, no creo que no se hayan percatado los dirigentes militares (Presidente, Ministro e Inspector) lo que ocurre. Creer que enjuiciando con un aventurado e improbable delito militar (REBELION), a aquellos que fueron identificados en los pronunciamientos van a corregir o curar el cáncer metastático que produjo su mal manejo de la política militar. Se les anunció muchas veces. Cuando hay metástasis no hay posibilidad de cura. La muerte siempre proviene a menos que se use una medicina que elimine el mal, no el organismo.
Las detenciones arbitrarias de civiles y militares, los allanamientos escandalosos y el uso de gente incompetente en la persecución, lo único que hacen es crear mayor malestar en la sociedad e incrementar la desazón en la gente que sabe lo que ocurrió, y agravar el malestar militar.
Es oportuno hacer un llamado a los asambleístas para que tomen carta en el asunto. Ya el poder no es presidencial y de ellos depende que la situación se normalice. La fiebre sigue latente y se esperan antipiréticos. Un refrendo es prudente, que puede ser aligerado con un recorte del período constitucional. Antes era de 4 años y así podíamos cambiar de malo por malo, pero es traumático esperar seis años más el año de regalo del TSJ para cambiar un gobierno pésimo.
¡Abajo el telón!