La tentación bolivariana
Una de las particularidades de la corrupción chavista, a diferencia de la corrupción adeca o copeyana, es la juventud de los actores que participan en el masivo saqueo del Estado. En contraste con los 12 apóstoles de Carlos Andrés Pérez o los canosos directivos de la CVF o la CVG, los nuevos beneficiarios de la prodigalidad revolucionaria son predominantemente jóvenes entre 25 y 35 años.
En el pasado, la corrupción exigía cierta madurez y los nuevos ricos compraban sus yates de gran eslora cuando ya mostraban algunas canas. Hoy, en cambio, las botellas de champagne, los aviones y los barcos se multiplican en manos de jóvenes dispuestos a rumbear en serio. Al parecer, los dirigentes de la revolución de los menesterosos decidieron escoger como testaferros y socios a personas de corta edad para romper totalmente con el pasado, para cautivar a seres sin memoria con el destello del buen vivir.
La riqueza fácil es hoy la mayor tentación bolivariana. El virus parece ser infeccioso. Son pocos los jóvenes que aspiran a completar estudios de quinto nivel.
¿Para qué?, le dicen a uno. Perderían sus años más útiles para hacer dinero y consolidar rápidamente una fortuna. Mañana será tarde. La tentación es eficaz y difícil de vencer. Los contratos de Pdvsa o el Sitme permitieron amasar en pocos años riquezas que en el pasado eran impensables, sumas astronómicas nunca antes vistas en la historia de la corrupción.
¿Cómo decirle a un joven bachiller que estudie 5 años de pregrado, 2 de maestría, 2 de doctorado y 2 de postdoctorado, cuando ve a amigos y conocidos incultos invitando a las más bellas modelos a pasar el día en Los Roques con sus jets privados? No necesitas completar la secundaria para llegar a la más alta magistratura. Se ha generalizado la opinión de que en este país no vale la pena esforzarse o estudiar y que hasta puede ser contraproducente. La revolución repite un mal endémico. ¿Quién renuncia a enriquecerse a corto plazo en un país concebido como caudal para ser saqueado?