La tenacidad de la estupidez
“Lo cierto es que la historia de América Latina es la historia de un fracaso”. Carlos Rangel, Del buen salvaje al buen revolucionario.
Los hecho son tan flagrantes y palpables que asombra la capacidad que tiene la estupidez colectiva para reciclarse. Bien lo dijo Gramsci desde la política y Einstein desde la física, palabras más palabras menos: sólo tú estupidez, eres eterna, dijo el sardo, y sólo la estupidez humana es más ilimitada que el universo, replicó el judío alemán. Santas palabras.
Si tras cincuenta y cinco años de desastres, miseria, humillación y crímenes inaguantables la más pérfida y malévola de nuestras tiranías vuelve a convocar al hemisferio, con la excepción de los Estados Unidos y el Canadá – son tan evidentes las razones de su marginación, que no merecen comentarios – a un solidario abrazo con la hez del castrocomunismo, es que el hemisferio, con la rara excepción señalada, es sencillamente estúpido. O inmoral, desmemoriado, oportunista, primitivo y malvado: escoja.
¿Qué hacía Piñera, presidente de Chile y empresario al que se le calculan más de dos mil millones de dólares de fortuna personal acumulada a la sombra de la dictadura militar del general Augusto Pinochet o Juan Manuel Santos, encumbrado a las alturas celestiales de la política colombiana gracias al respaldo de un político que supo poner de rodillas a las más viejas guerrillas del sub continente, abrazándose ambos con el tirano heredero de la monarquía hereditaria, estalinista, represiva y violatoria de todos, absolutamente todos los derechos humanos, incluido el de ser feliz, libre y próspero, como lo podían ser los cubanos hasta el aciago 1 de enero de 1959? Una tragedia.
A ambos se les puede atribuir tendencias liberales, si no conservadoras. Pero allí estaban también los socialdemócratas, los peronistas, los cocaleros, y la izquierda global en todas sus vertientes, desde tupamaros conversos hasta montoneros enriquecidos. No ha habido en Cuba ni un solo rasgo de rectificación que justificara la unanimidad concertada de izquierdas y derechas latinoamericanas decididas a barrer las inmundicias castristas debajo de las alfombras de sus cancillerías para correr a tomarse una foto con los amos del desastre. Ni un solo gesto de apertura hacia la disidencia, de respeto a la soberanía venezolana, la que los tiranos han secuestrado para saquear sus riquezas en uno de los actos de apropiación indebida más escandalosos de la historia universal. Digno de los saqueos coloniales de los imperios aztecas e incas que tanto reclama la estulticia castrista.
Todo, absolutamente todo lo cual es perfectamente conocido por todos los parlamentos regionales, los partidos políticos, las internacionales partidistas, los despachos presidenciales y las cancillerías. Simplemente ominoso. Repugnante, incalificable.
¿Qué diferencia a Fidel Castro y su hermano Raúl de Hitler y Göring salvo la colosal diferencia de cultura, territorio, desarrollo, capacidad e inteligencia que separan abismalmente a la Alemania industrial de entre guerras de la que el castrismo totalitario convertiría en la misérrima isla de Cuba? Se me dirá: las magnitudes. Y es cierto. Pero todos los presidente deben saber que Castro admiraba a Hitler y pretendió emularlo desde que era un estudiante de derecho, según testimonios irrebatibles, como el de su compañero de aulas Valentín Arenas Amigó, un exiliado cubano avecindado en Caracas que al sorprenderlo absorto en la lectura de Mein Kampf le preguntó admirado por las razones de semejante lectura: “lo admiro, respondió el futuro Caballo, y de él se puede aprender muchísimo”. No sólo fue uno de sus discípulos más adelantados. Aplicó sus enseñanzas con la fidelidad de un iniciado. Castro llegó a ser el Hitler redivivo de América Latina. Muchísimo más que Perón, que hizo el anterior intento. Y del teniente coronel Hugo Chávez, un pobre diablo. Uslar dixit.
Cincuenta y cinco años después del asalto al Poder, el lapso transcurrido desde el 1 de enero de 1959 a estas tristes y ominosas jornadas habaneras, hubieran situado a un Hitler y a un Göring sobrevivientes en el año de 1988. ¿Cabe imaginar en un ficticio rebobinaje de la historia un encuentro en un Berlín nacionalsocialista que se hubiera salvado por una pizca de racionalidad de los nazis no asesinando a los judíos y conformándose con el corazón de Europa, cohabitando con una Unión Soviética aliada, al que asistieran todos los mandatarios de la Europa que por vericuetos de causas y azares asistirían en cambio al colapso del Muro de Berlín?
Tan repugnante como imaginarse a Felipe González o a Jacques Chirac babeándose con Hitler es ver a Piñera y Santos babeándose con Raúl, o al excéntrico dúo de las hermanitas Kirchner Rousseff acariciando al decrépito esperpento de Fidel Castro. Uno de los más graves y evidentes síntomas de imbecilidad es la incapacidad de aprendizaje, la carencia de memoria, la falta de metabolismo histórico. El encuentro de la Habana no sólo reafirma el diagnóstico de Carlos Rangel – la historia de América Latina es la historia de un fracaso – sino que adelanta la grave pandemia que se ha apoderado de la estulticia latinoamericana: sus habitantes están más estúpidos que nunca antes. A la gangrena castrista se ha sumado la esquizofrenia chavista.
Dios se compadezca de nosotros.
@sangarccs