Opinión Nacional

La salida electoral

El clima de crispación que vive el país es cada vez más intenso. A Luis Alcalá lo asesinan en condiciones muy extrañas. Tanto, que todo indica que se trata de un asesinato por encargo. A Estrella Castellanos la secuestran y golpean, y lo mejor que se le ocurre al bárbaro de Luis Velásquez Alvaray, diputado del MVR, es decir que se trata de un montaje para el que se prestó una señora que perfectamente podría ser abuela. A monseñor Baltazar Porras lo agrede una turba compuesta de forajidos que le habían preparado una emboscada. A los militares que desconocieron la orden genocida de Chávez el 11-A los acosan, lo mismo que a sus familiares. Ni siquiera en la década de los sesenta, cuando quienes ahora gobiernan estaban alzados en armas, se vivió dentro de una atmósfera tan cargada de incertidumbre y desasosiego.

En un plano un poco más general, el Gobierno decreta las zonas de seguridad para impedir las protestas de una oposición, que cada vez gana más terreno y pone al descubierto el escuálido apoyo de calle que tiene el Teniente Coronel. Esas zonas constituyen una modalidad de terrorismo de Estado y de expresión del militarismo y el autoritarismo, que nada tiene que ver con la refundación de la democracia anunciada por el jefe de Estado en su época de candidato para atraer adeptos. La fuerza del primer mandatario quedó reducida al pequeño grupo que lo respalda. Sin embargo, Chávez es el Presidente constitucional y todavía cuenta con un cierto respaldo popular que oscila entre 20% y 30% del electorado, dependiendo de cuál sea la empresa encuestadora que se tome como referencia. Es el líder de un sector social y político, y por ello no puede ser ignorado ni marginado.

El clima de confrontación tan intenso que existe en todo el país, del cual las cotas más altas se registran en Caracas, debería disiparse con la búsqueda de salidas coherentes con el sistema democrático. Esta vía remite a la consulta electoral. En las Constitución del 99 se contemplan varias opciones: el referéndum consultivo es una; otra, la enmienda que permita reformar la Constitución con el fin de reducir el período y adelantar las elecciones; finalmente queda la alternativa del referéndum revocatorio. Esta posibilidad, que al parecer es la que más le simpatiza a Chávez, presenta algunos serios inconvenientes. El primero es que remite la solución de la enorme crisis política actual a finales del año próximo. Aquí hay que tener en cuenta que en política el tiempo no está regido principalmente por el calendario solar, sino por el ritmo de acontecimientos que ocurren sin que dependan de la voluntad de alguien en particular. Cuando el país en mayo de 1993 decidió salir de Carlos Andrés Pérez, sólo faltaban seis meses para la realización de las elecciones nacionales y ocho meses para la transmisión de mando. Pero aquel lapso parecía un siglo. La nación sencillamente no soportaba a CAP ni un día más en Miraflores. Algo parecido ocurre con Chávez. El período que va de aquí a agosto del año entrante representa un milenio. La inmensa mayoría del país quiere que Chávez se vaya. Aunque hay grupos con una actitud que coquetea con el autoritarismo de derecha, la franja más amplia de esa sólida mayoría tiene una vocación democrática inquebrantable. No desea ni propicia ninguna salida de fuerza. Desecha los cuartelazos como fórmula para dirimir los conflictos políticos.

Esa capa democrática, muchos de cuyos integrantes votaron por Chávez o vieron con simpatía el proyecto chavista, exige ser escuchada. Su voz ya fue oída por el Grupo de Trabajo Tripartito, que sutilmente propuso la realización de una consulta electoral en el menor plazo posible. Esta propuesta quedó reforzada con la actitud de César Gaviria, quien percibe la profundidad y gravedad del desajuste venezolano, y se da cuenta de que el abismo es lo que nos espera si la oposición no presiona por una salida democrática y si Chávez se mantiene sordo y ciego ante un reclamo cada vez más extendido. El Secretario General de la OEA da señales de querer emprender acciones más comprometidas con la realización de una consulta popular que aleje el fantasma de la violencia.

La solución democrática del conflicto, no obstante, enfrenta algunos enemigos muy poderosos. Algunos están en el Gobierno, otros en la oposición. En el lado del Gobierno se encuentra el propio Hugo Chávez, quien sabe que todavía cuenta con cierto apoyo internacional y nacional, que él utiliza como plataforma para evitar la medición electoral. Prefiere la confrontación que propicie un golpe que lo coloque como víctima, o el autogolpe para terminar de atornillarse en el poder y emprender la aniquilación de los adversarios. Por el lado de la oposición hay factores que ven a Chávez como una suerte de Medina Angarita reencarnado; se imaginan actuando en los días previos al 18 de octubre del 45 y buscan aquel mismo desenlace. En este bando hay muchos de los que creen que dialogar con los simpatizantes o militantes del chavismo significa claudicar..

El madrugonazo es el enemigo que los demócratas debemos vencer. El papel cada vez más activo que la OEA, acompañada del Centro Carter y el PNUD, está dispuesta a desempeñar, debe aprovecharlo la oposición para reforzar la salida electoral. Los demócratas tenemos que aislar el autoritarismo de Chávez y el grupo de talibanes que han tendido un cerco de hierro alrededor suyo, al igual que las inclinaciones aventureras de grupos minoritarios de la disidencia que añoran el pronunciamiento de la fuerza.

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