Opinión Nacional

La salida de la crisis

UNIDAD, CAMBIO Y VIOLENCIA

LA SALIDA DE LA CRISIS

No se ha producido jamás, por lo menos en Venezuela y probablemente en ningún otro país del mundo, el desmoronamiento de un régimen autocrático que haya sido provocado por una decisión unilateral de partidos y que haya ocurrido de acuerdo a un plan perfectamente orquestado por las cúpulas, en sitio, hora y lugar predeterminados. Los cambios profundos se van anidando en las entrañas de los pueblos y explotan, como los volcanes, de acuerdo a la semi consciente voluntad de las mayorías. Todos ellos estaban pre escritos en la frente de los autócratas; ninguno con hora y fecha en el calendario.

Así fue el 23 de enero de 1958 cuando se derrumbara la dictadura por acción de un pueblo hastiado, que empujara a la necesaria intervención de las fuerzas armadas. Pero en los hechos: ni Rómulo Betancourt, principal ductor de los cuarenta años de democracia que le sucederían, ni ninguno de los firmantes del Pacto de Punto Fijo, ni siquiera los altos oficiales que debieron asumir el control de la Junta de Gobierno, ni los intelectuales que en las vísperas del magno acontecimiento proclamaban la necesidad de salir del oprobioso régimen que nos oprimía estaban plenamente conscientes de las fuerzas profundas que empujaban a una salida democrática.

En la genética política de la Nación no existen las salidas electorales a los graves impasses estructurales, como el que hoy vivimos. Desde la Cosiata, pronto hará dos siglos, en Venezuela los cambios profundos e históricamente necesarios se han abierto camino por la fuerza de los hechos, no por el consenso pacífico de las voluntades encontradas. No hablemos de la Independencia, impuesta a lanzazos. El siglo XX se abre paso a través de la revolución restauradora de Cipriano Castro. La construcción del Estado moderno – si al Estado petrolero podría endilgársele tal adjetivo – a través de la dictadura de Gómez. La irrupción de las mayorías por la revolución de Octubre. La democracia por la rebelión cívico militar del 23 de enero. Si a este régimen autocrático y regresivo, absolutamente contrario a la voluntad general y a las necesidades históricas impuestas por la globalización, no se le dio fin mediante el Referéndum Revocatorio del 15 de agosto de 2004 – burlado por un fraude tan descomunal y siniestro como el que hoy rechazan las mayorías iraníes y posiblemente emparentado en su ingeniería genética – mal saldremos de esta autocracia despótica mediante las bondades del uso de la Constitución y las leyes.

Lo cual no implica pregonar las virtudes y necesidades de un golpe de Estado. Muchísimo menos de naturaleza militar. La constitución no restringe la acción benéfica y salvadora de las mayorías nacionales al uso del voto. El parto de la democracia puede perfectamente recurrir a los medios y acciones previstos en la constitución, cuando a su nacimiento se niegan las autoridades, impuestas mediante la usurpación de la voluntad soberana del pueblo y acuarteladas en los bastiones del Poder mediante el engaño, la violencia y el crimen.

Pero la historia es un proceso inédito, un río cuyo caudal puede recibir las crecidas de los cambios, modificar su curso y abrirse paso rompiendo los diques que parecían insalvables. Es cierto: visto desde nuestra actual perspectiva, el régimen no abandonará el Poder mediante la decisión mayoritaria del pueblo expresado en las urnas. Chávez no sólo atropella hoy la voluntad popular – como lo ha hecho de manera violenta y dictatorial desconociendo la soberanía expresada mediante el referéndum del 2 de diciembre de 2007 y las elecciones del 23 de noviembre de 2008, poniéndose así abiertamente al margen de la constitución y las leyes para establecer un gobierno de facto, militar y despótico – sino que hará mañana cuando esté a su arbitrio para impedir la expresión de esa voluntad popular. Sólo aceptará realizar los próximos procesos electorales si previamente ha orquestado sus resultados, domesticado a la oposición, liquidado a sus líderes y amordazado a los medios y a la sociedad civil. Es lo que pretende hacer con la radicalización de su proceso totalitario.

Pero esa voluntad totalitaria choca contra las más profundas determinaciones democráticas del pueblo venezolano. Que no se arredra ni retrocede. A la cabeza de la respuesta a la dictadura se encuentran quienes son blancos del ataque despiadado del régimen. Les acompañan los partidos y la sociedad civil. Unidos pueden modificar las condiciones de esta lucha y al ampliar las fuerzas democráticas, acorralar al déspota, quebrar su bloque de dominación, ganar a quienes comienzan a desgajarse del proyecto totalitario y modificar de tal manera la correlación de fuerzas, que permitan una salida pacífica y constitucional, incluso electoral al grave impasse que hoy vivimos.

De eso se trata: de lograr, mediante la unión de todas las voluntades democráticas, ampliar y profundizar el caudal opositor, conformar una mayoría tan aplastante, que imponga su voluntad pacífica y permita el cambio sin graves fisuras ni espantosas tragedias.

Somos mayoría. Derrotaremos a la dictadura. Salir de ella es nuestra primera prioridad. La unidad, el invencible arma de la historia.

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