Opinión Nacional

La Rocambolesca y triste historia de una satrapía anunciada

¿Golpe de Estado constitucional?¿Usurpación de funciones por quienes carecen de toda auténtica legitimidad? ¿Gobierno o dictadura de facto? Ante el asombro, la indignación de algunos y el brutal acatamiento de otros, los venezolanos navegan a la deriva.El rey ha muerto. Viva la satrapía.

1.-Recientemente me preguntaba qué le sucedía a una autocracia cuando desaparecía el autócrata. Y me respondía: “implosiona”. Lo sucedido desde el 8 de diciembre pasado, cuando plenamente consciente del riesgo de vida o muerte que corría sometiéndose a su impostergable cuarta operación quirúrgica decidió dejar sus breves instrucciones, ha corroborado la escueta respuesta. La neo dictadura personalista que llevamos 14 años padeciendo bajo un régimen caudillesco, militarista pero sobre todo autocrático comienza a implosionar, inicialmente sin orden ni concierto, dejando al desnudo los dos peores legados de un régimen huérfano de toda institucionalidad: una dependencia neocolonial que amenaza con convertirnos en una satrapía del régimen cubano, por una parte – si es que ya no lo somos plenamente y de facto –; y una crisis de legitimidad que amenaza con hundirnos en la más crasa y brutal ingobernabilidad. Pues no hay gobierno más inoperante, ineficiente e incapaz que aquel que carece de su fundamento primario: la autoritas.

La breve alocución presidencial merece más atención que la que se le dispensara originalmente, porque deja entrever ciertas posiciones jurídico-políticas suyas que marcaron su actuación, por cierto siempre al filo trepidante que separa la legitimidad de la ilegitimidad – lejano epígono de Adolfo Hitler y cercano de Fidel Castro, expertos en el arte de moverse en el ambiguo universo de lo indefinido – y nos aclaran su forma de acción como mandatario según pautas propias, de las que sus reclamados sucesores carecen por completo. Visto, como es público y notorio, así la ominosa sentencia seudo jurídica de la Sala Constitucional del TSJ pretenda ocultarlo, que Hugo Chávez no volverá nunca más a la palestra pública. Y que de hacerlo, lo hará en condiciones de absoluta minusvalía política.

Consciente de la eventualidad de su muerte o anulación física, nombró de heredero universal a Nicolás Maduro, personaje tan vinculado al gobierno cubano como él y como él tan fanáticamente convencido de la necesidad de implantar un régimen castrocomunista en Venezuela. Y lo hizo, con su brutal franqueza, frente a Diosdado Cabello, el segundo en disputa y definitivamente apartado por él de toda herencia suprema. Lo dejó, por ello, y en su calidad de vicepresidente, a cargo del gobierno e instruyó que, en caso de su ausencia, y cumpliendo lo pautado en la Constitución Nacional, se fuera a elecciones y se le designara el candidato oficial del PSUV. No necesitó señalar que Diosdado Cabello no tenía arte ni parte en el entuerto que trataba de esclarecer. Maduro fue designado sin sombra de dudas como el presidente encargado e, inmediatamente después, el candidato presidencial. Sin hacer la más mínima mención a lapsos o acomodos de otra naturaleza.

2.-Obviamente se sustentaba en el texto constitucional, al que seguía al pie de la letra, tal como pautan los artículos referentes. En ningún momento adelantó otro mecanismo de sucesión que no fuera el constitucional y al hacer referencia al necesario proceso eleccionario que según la Carta Magna debía convocarse en exactos 30 días después de terminado su período de gobierno – caso de que él estuviera física y/o mentalmente incapacitado para asumir el nuevo mandato, cuestión que de tan obvia ni siquiera requería de expreso señalamiento -, no hizo la más mínima mención a la continuidad automática de su cargo y a esta suerte de reserva en custodia hasta tanto pudiera imaginarse una eventual recuperación de un mal de extrema gravedad en estado terminal, mediante el insólito mecanismo improvisado por la Sala Constitucional en su aberrante sentencia de este 8 de enero. Como quedará demostrado por la historia, el 8 de noviembre Chávez se despidió públicamente del Poder. Sin atenuantes. Y nombró a Nicolás Maduro de heredero y candidato, con fecha fija en el calendario.

Al momento de decidirlo y anunciarlo Chávez era manifiestamente dueño pleno y absoluto de sus actos, al extremo de expresar su voluntad sin el menor equívoco. Lo que sucedió una vez realizada la operación quirúrgica, tres días después, entra en el reino de la especulación absoluta. No existe una sola constancia objetiva, palpable e indubitable de su estado físico. Carecemos de imágenes, de videos, de informes científicos, de exámenes comprobables o de pruebas mecánicas de su capacidad verbal, motora, cognitiva. Todo lo que sabemos proviene de segunda o tercera mano y exige, para adquirir validez comprobatoria, de la absoluta buena fe en el mensajero. Peor aún: no se trata de diagnósticos redactados por sus médicos tratantes, sino de afirmaciones carentes de toda seriedad científica: lo vi, me sonrió, me estrechó la mano “con una fuerza descomunal”, me pidió que dijera, etc., etc.

Cumplido exactamente un mes desde la mencionada operación, ¿no sería imaginable haber encontrado alguna forma de confirmación de dudas y superación de sospechas? ¿Una fotografía, un video, un informe del equipo que lo intervino o lo somete a sus cuidados? Ciertamente, de lo que se ha podido filtrar a través de medios anómalos desde la Unidad de Cuidados intensivos en que se encuentra recluido se sabe que sufrió una severa infección respiratoria que ameritó practicarle una traqueotomía, que por lo misma razón debió ser asistido mecánicamente para su respiración, que dichas infecciones bacterianas suelen ser pertinaces y de muy difícil tratamiento y que como elemental medida preventiva debe someterse a un aislamiento absoluto.

Cierto. Pero ¿por qué rehuir un encuentro de las autoridades de gobierno y oposición de Venezuela, incluido una comisión de médicos, con su propio equipo médico y el personal encargado del CIMEQ? ¿Por qué esta aberrante práctica de secretismo, este hermetismo absoluto que da pie a toda suerte de suspicacias, sospechas y aprehensiones entre los ocho millones y medio que lo eligieron y los seis millones y medio que se negaron a respaldarlo hace tres meses, hasta culminar en la decisión absolutamente ajena a toda responsabilidad jurídica y a toda sensatez política de dar el capítulo por cerrado, sellar el caso en un manto de absoluto misterio, obviar sus propias instrucciones, darlo por marginado sine die del ejercicio del Poder, como un estorbo, autorizarlo a seguir sometido al control de quienes lo ejercen en forma policial y carcelaria – el gobierno cubano – y separarlo brutalmente del destino de su pueblo, nuestro pueblo y empujarlo a lo que el destino o quienes detentan el absoluto control de lo que le resta de vida decidan hacer con su triste y desangelada existencia?

3.- La de suyo muy grave e insoportable situación clínica de quien tiene todas las trazas de hallarse al borde de la muerte, se torna políticamente intolerable cuando se constata que este hermetismo, muy propio de dictaduras estalinistas, bordea los caracteres de un férreo secuestro por parte de una cúpula policiaco dictatorial a la personalidad política venezolana más determinante del último cuarto de siglo de nuestra historia democrática. Inerme, exangüe, inconsciente o semiconsciente, carente de toda voluntad autónoma.

 Para revelarlo en toda su crudeza: el presidente constitucional de un país soberano recién reelecto para otros seis años de gobierno, con los que cumpliría veinte años ininterrumpidos de gobierno absoluto, ha perdido toda autonomía intelectual, moral y física e incluso todo contacto con su propia familia y nuestras autoridades de gobierno, para hallarse bajo el control carcelario, total y absoluto de Raúl Castro y Ramiro Valdés, las dos máximas autoridades de la dictadura cubana. Quienes, por ese solo hecho, detentan el Poder Absoluto de Venezuela, pudiendo dictar lo que sólo el grave enfermo tendría el poder constitucional de realizar, disponiendo – junto con su firma electrónica – de tanto poder como si tuvieran en sus manos las claves del tesoro de una Nación que por esa insólita circunstancia se ha convertido en una satrapía de facto de un gobierno que, para su subsistencia, necesita contar, precisamente, con los bienes de fortuna que la satrapía les garantiza. Y que este rocambolesco accidente ha terminado por dejarles servida en bandeja de plata.

 Sin que un hecho tan ominoso despertara la menor alarma en los círculos de gobierno e, incluso, en las élites de la oposición venezolana, tal anómala y muy desgraciada situación de facto se convirtió en acto legitimado cuando a instancia de los administradores del enfermo – los mencionados Raúl Castro, presidente de Cuba, y Ramiro Valdés, máxima autoridad cubana encargada de Venezuela – se reunieran con el vicepresidente Nicolás Maduro y el presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello para establecer la bitácora de acción que asegurase la transición desde el régimen autocrático de Hugo Chávez a lo que ha dado en llamarse “el chavismo sin Chávez”. Como bien lo señalara escandalizada la diputada María Corina Machado, era la primera vez en 200 años de vida republicana soberana e independiente que el destino de Venezuela se decidía por militares y políticos extranjeros en un país extraño al nuestro, dotados del poder absoluto para fijarle condiciones a un Estado que, por ese solo hecho, renunciaba a su soberanía y se ataba a la decisión de ese estado extranjero. Fue el llamado PACTO DE LA HABANA. El acto más indignante, humillante y ominoso de cuantos se ha visto obligada a cumplir la República de Venezuela.

 ¿Qué decidieron Raúl Castro y Ramiro Valdés imponiéndoselos a Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, los dos factores en que por ahora se dividen las fuerzas del chavismo venezolano y que amenazaban con desbordar sus afanes de control de la herencia? Exactamente lo que el 5, el 8 y el 10 de enero sería asumido por la Asamblea Nacional y la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia. 1) Diosdado Cabello sería confirmado en la presidencia de la Asamblea Nacional; 2) Nicolás Maduro sería reafirmado en la Vicepresidencia de la República y quedaría a cargo de la presidencia; y 3) se anularían las disposiciones de Hugo Chávez, quien continuaría al mando imaginario de una presidencia virtual, bajo un permiso indeterminado, tanto tiempo como su sobrevivencia asimismo virtual lo hiciera posible. En otras palabras: congelar la vida política e institucional de Venezuela en los mismos términos de cuento de hadas con que la vida cubana lleva 54 años de existencia.

 El Pacto de La Habana se ha cumplido así a vista y paciencia del mundo entero, violando todas las normas constitucionales y, algo infinitamente más grave, al precio de la pérdida absoluta de toda soberanía nacional. La historia se salda con un moribundo secuestrado y una Nación devenida en provincia. ¿Golpe de Estado constitucional? ¿Usurpación de funciones por quienes carecen de toda auténtica legitimidad? ¿Gobierno o dictadura de facto? Ante el asombro, la indignación de algunos y el brutal acatamiento de otros, los venezolanos navegan a la deriva.

 El rey ha muerto. Viva la satrapía.

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