La revolución, ironía y escepticismo
Si uno se toma la molestia de revisar atentamente los grandes procesos históricos revolucionarios de transformación social, económica y política que han sacudido los cimientos de la humanidad, no tarda en advertir que los cismas, las grandes desgarraduras que se proporciona la sociedad a sí misma son producto de la interiorización psicosomática del dogma; esto es, de la internalización ontológica del terror ideologizante.
Si nos detenemos a observar con acuciosidad, con minucioso escrúpulo historicista, seguramente vamos a encontrar en la caricaturización de la “revolución bolivariana” un rasgo o elemento distintivo que hace las veces de singularización socio-política: la ancha y ajena base social que en un principio constituyó el MVR como instrumento electoral –electoralista- que “garantizaba” desde un principio la materialización de la revolución bolivariana no fue otra cosa que la natural y obvia estampida residual de los partidos políticos del Ancien Regimen bipartidista. Nadie duda que la inmensa militancia del Movimiento Quinta República es el arquetípico adeco excluido y segregado de los beneficios de la mítica Venezuela Saudita en proporción significativa y de esa otra gran legión de copeyanos desencantados y desilusionados por el fiasco que a la postre resultaron los sucesivos gobiernos de Caldera I, Luis Herrera y Caldera II.
Una de las grandes ironías de la historia venezolana de la segunda mitad del siglo xx, la constituye paradójicamente el pasmoso hecho de que la ruptura del antiguo modelo político bipartidista haya tenido que ser obra de un raro sincretismo socio-político: el síndrome del mesianismo militar-caudillista. El triunfo del chavismo, ahora se aprecia más claro que hace tres años, ha significado la aniquilación y sepultura de lo que desde la izquierda radical autonomista se denominó durante décadas el protagonismo obrerista de la vanguardia revolucionaria venezolana. La venezolana, no cabe duda, es la única revolución que tiene como enemigo antagónico e irreconciliable a la clase obrera. Curiosa revolución: no posee base de sustentación proletaria; todas las centrales obreras y federaciones sindicales nacionales están en poder de “la contra-revolución”, lo que equivale a decir que la fuerza laboral productiva venezolana no cree en “las leyes dialécticas de la Historia”. Es extremadamente inocultable la proliferación insólita del terrible flagelo del desempleo y del subempleo. Millones de venezolanos han visto con estupor la pérdida creciente de fuentes seguras de empleo por el irracional encono anticapitalista y antimercado de la revolución. Ya son incuantificables los miles y miles de millones de dólares que han salido en vertiginosa estampida del mercado venezolano buscando guarecerse en un marco jurídico y político más confiable y estable. La inversión extranjera tiempo ha que alejó su interés en colocar sus capitales en rubros estratégicos y rentables de nuestra economía. ¿Una revolución antieconómica?
Otro de los grandes contrastes e incongruencias de la revolución venezolana es la naturaleza de la extracción social de sus líderes: casi todos los mandarines que conforman la nomenclatura de la vanguardia revolucionaria provienen de cierta clase media “intelectualizada” formada en las universidades publicas autónomas del país. Obsérvese el curioso detalle: la mayoría de los ministros de la revolución bolivariana son profesores y empleados de la Universidad Central de Venezuela, lo cual indica que el llamado “pacto de punto fijo” se repartió el país durante 40 años y le dejó a la izquierda autotélica y trasnochada el nicho teórico de “la universidad para adentro”. La revolución de la clase media contra la clase media. Estricta y rigurosamente, así como se lee. Es amplia y suficientemente sabido que la élite tecnocrática bolivariana es una élite cautiva en clisés y esquemas conceptuales devaluados por la cambiante realidad económica latinoamericana. Pontífices y gurúes que “coquetean” intelectualmente con el chavismo como Ibsen Martínez han sentenciado que la revolución bolivariana es una “revolución sin intelectuales”. Basta repasar el itinerario de la producción teórica del Ministro de Educación, Cultura y Deportes, Aristóbulo Istúriz, para concluir que se trata de una experiencia gubernamental signada por el empirismo y el pragmatismo. Aristóbulo es más un agitador vocinglero que arenga multitudes irredentas que un Ministro con verdadera visión histórica y estratégica de la educación de una nación en trance de revolución. A su trepidante paso huracanado, la revolución va dejando una estela de incredulidad y desconcierto. El 11 de Abril le quitó el velo pacífico y democrático a la revolución. ¿Ahora cómo van a hacer para inocularles a los niños de las escuelas bolivarianas que la revolución no tiene las manos manchadas de sangre?.
* Historiador.